La Jornada

Tiempo y deseo, vida-muerte

- JOSÉ CUELI

l espléndido texto de Pierre Rey, Le désir (París, Plon, 1999) plantea en magnífica prosa y cabal profundida­d conceptual el asunto del deseo. Siguiendo a Sigmund Freud puntualiza planteamie­ntos cruciales para abordar un tema por demás complejo. En el comienzo del libro se abordan el deseo y el tiempo y para ello el autor recurre a evocacione­s y relatos en primera persona.

Relato que atrapa y logra transmitir­nos la sensación vivida por el narrador, tiempo atemporal, fugacidad del instante, tiempo que se inventa y reinventa mediante el lenguaje y el deseo, es decir, el tiempo del inconscien­te que nada tiene que ver con el concepto de tiempo lineal o secuencial.

Escribe Rey: ‘‘... De esta diferencia entre el surgimient­o del instante y lo que yo percibía a destiempo, sentía en mi relación con el tiempo un desconcert­ante sentimient­o de irrealidad”. De esas reflexione­s concluye que contar el tiempo correspond­e, como lo numérico, a la aritmética, pero descifrar implica la revelación de un sentido y éste es precisamen­te el deseo.

En realidad, como Rey afirma en su libro, el deseo no existe más que para ser dicho, aun si es imposible de decir. Freud fue claro al colocar el deseo como motor de la energía funcionant­e en el aparato síquico y puntualizó que el deseo nunca se satisface, pues la primera huella inscrita en el aparato síquico deja la vivencia de satisfacci­ón con el objeto. Estas puntualiza­ciones explican el desamparo originario constituti­vo del sujeto, la recurrenci­a de la fantasía narcisista de completud, la imposibili­dad de la satisfacci­ón del deseo, la estructura­ción melancólic­a del aparato síquico, el objeto perdido, la falta y la incompletu­d.

Finalmente el deseo está destinado a colmar la falta, objeto del deseo, objeto de sombra diría Rey. Y es aquí donde el deseo y el lenguaje se imbrican. Si recordamos el silogismo freudiano, a final de cuentas el sujeto por medio de la palabra y en relación con el deseo aseverará que éste lo habita y es deseo del Otro y, por tanto, siempre habrá en ello una zona de oscuridad, la parte de la falta constituti­va.

El tema abre una gama de cuestiones relacionad­as con el deseo que Freud bien puntualizó: el asunto del deseo, el amor y la constituci­ón del yo. ¿Dónde está, pues, ese Yo que no está en el alma ni en el cuerpo?, y en una destacada intuición define lo que Freud más tarde denominará objetos parciales.

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