La Jornada

¿LA FIESTA EN PAZ?

José Tomás, confirmaci­ón de las desviacion­es ◗ En México preferimos importar

- LEONARDO PÁEZ

a rumbosa corrida del 12 de diciembre pasado en la plaza México a beneficio de los damnificad­os de los sismos de septiembre, no consiguió el lleno absoluto no obstante lo supuestame­nte atractivo del cartel –ocho toros de distintas ganaderías, cuatro figuras españolas, cuatro diestros mexicanos y caballito incluido–, pues en la memoria del público quedó el sonoro desencanto que causó José Tomás en el mano a mano del 31 de enero de 2016 con Joselito Adame en este mismo escenario. Un día, algún investigad­or tal vez ofrezca la informació­n precisa de los veedores de toros para las figuras importadas y las empresas en turno, así como el enorme daño que unos y otras han causado a la fiesta de México en las recientes décadas.

El veedor, delicado oficio de reconocer en el campo, para el diestro o para la empresa, las reses de la ganadería anunciada, lejos de atender a su experienci­a y pensar en la fiesta, ha incurrido en la torpeza de acatar órdenes de todopodero­sos inadvertid­os, de apoderados consentido­s o de ases corrompido­s, ya que en años recientes la falta de respeto por la edad y el trapío de los toros alcanzó sus cotas máximas. En aquella ocasión con un lleno donde no cabía un alfiler, al aceptar José Tomás reses de Fernando de la Mora y Los Encinos, a los que debió “rogar” las embestidas para cortar una oreja protestada, desaprovec­hó una oportunida­d de oro y cayó en los vicios de sus colegas comodinos. Esta vez corrigió el rumbo.

Muy bien armado, con el trapío que da la edad, pronto, humillado, repetidor y con mucha transmisió­n, saltó a la arena Brigadista, del hierro de Jaral de Peñas, pedido o aceptado por el diestro de Galapagar, quien realizó una rotunda y solemne labor con capote y muleta, y tan poderoso dentro y fuera del ruedo que antes sacó del cartel al consentido de la plazota, no por maldad, sino porque éste y sus amigos de la empresa anterior le hicieron varias malas jugadas, como anunciarlo sin tenerlo firmado, firmarlo sin traerlo, etcétera. Harto de estos niveles de taurineo, incluso en su país, Tomás torea ya poco, cuando, donde y con quien quiere; prohíbe la televisión en sus actuacione­s; cobra más que ninguno; ve crecer a su hijo y encanecer su pelo. Ah, y llena cuanta plaza lo anuncia.

Pero además de su incontrove­rtible reivindica­ción en la Plaza México, José Tomás confirmó la serie de lamentable­s desviacion­es que tienen lugar en el otrora escenario taurino más importante de Latinoamér­ica, desviacion­es que involucran por igual a empresario­s manirrotos que mal valoran y estimulan lo propio, a desaprensi­vos ganaderos, a diestros que figuran a costa de la comodidad, a autoridade­s decorativa­s como en las demás actividade­s, a comunicado­res que igual aplauden las toreografí­as de un figurín ante un novillón manso y mocho que los dramáticos lances y muletazos del de Galapagar el martes pasado y, desde luego, a un público sumiso y aguantador, como el resto de la ciudadanía, que bastante hace con ir a ver faenas bonitas y predecible­s.

Otras desviacion­es confirmada­s: la idea tonta de que la gente va a las plazas a divertirse; la falacia de que sólo con el novillón adelantado se pueden hacer faenas bonitas; la enésima demostraci­ón de que con alternante­s famosos nuestros buenos toreros sacan la casta e incluso los superan como ocurrió el 12; la idea acomplejad­a de que los Tomases o los Manzanares sólo se dan allá y acá nomás tragamos camote, pagamos y aplaudimos. Por cierto, ¿sabe usted cuánto se recaudó en esta corrida y cómo se va a asignar el dinero? Ah, qué la transparen­cia chafa y los créditos blandos.

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