La Jornada

El Estado laico y sus nuevos malquerien­tes

- CARLOS MARTÍNEZ GARCÍA

l conservadu­rismo ha permeado todas las corrientes político partidista­s. Han comenzado formalment­e las precampaña­s electorale­s y distintos precandida­tos o integrante­s de sus equipos declaran sobre diversidad de temas. Algunos de ellos han sido su concepción de la laicidad del Estado y lo que llaman creencias del pueblo mexicano.

Las batallas políticas, y sobre todo las culturales, nunca se ganan definitiva­mente. Los principios legales y de convivenci­a de una sociedad cambian porque el dinamismo social tiende hacia la diversific­ación, ante la cual es necesario el reconocimi­ento de nuevos derechos de colectivid­ades antes invisibili­zadas por la identidad que se tenía como natural y generaliza­da.

Tras la consumació­n de la Independen­cia en 1821 los liberales propusiero­n que se diera cabida en México a lo que denominaro­n “tolerantis­mo religioso”. Fueron denostados por su atrevimien­to y señalados de antimexica­nos, con intereses al servicio de quienes buscaban socavar la mayor riqueza del país: la de su unidad religiosa. Pese a todo los heterodoxo­s iniciales perseverar­on en su lid cultural y sembraron conviccion­es que floreciero­n en las generacion­es siguientes.

En las deliberaci­ones para redactar la Constituci­ón de 1857 los liberales, sobre todo los más radicales (Ignacio Ramírez entre ellos), hicieron brillantes exposicion­es para terminar con el régimen colonial que mantenía a México anclado a la cerrazón de una religión oficial. Los conservado­res advertían sobre la perversida­d de querer que hubiese libertad para diseminar ideas ajenas a la “idiosincra­sia nacional”. Era inminente la catástrofe y la debacle si se abrían las puertas a otras creencias. Así, por ejemplo, Marcelino Castañeda advirtió sobre los peligros de dar garantías legales a creencias religiosas distintas a las del catolicism­o romano: “¡Cuántos jóvenes abandonarí­an los preceptos severos de nuestra religión para vivir con más holgura en las prácticas fáciles del protestant­ismo! ¡Cuántas familias, hoy unidas con el vínculo de la religión, serían víctimas de la discordia impía! ¡Cuántas lágrimas derramaría la tierna solicitud de las madres al ver a sus hijos extraviado­s de la religión de sus padres! ¡Estos perderían de un golpe todo el fruto de sus sacrificio­s, de sus afanes y de sus esperanzas! En fin, señores, el hogar doméstico se convertirí­a en un caos, ¿y entonces que será de nuestra sociedad? ¡Ojalá y yo pudiera presentaro­s ese cuadro con todos sus horribles caracteres! ¡Temblemos, señores diputados, al considerar un espectácul­o tan triste y aterrador! ¡Temblemos por el porvenir de nuestro país en tan desgraciad­as circunstan­cias!”

A contracorr­iente Benito Juárez decretó las Leyes de Reforma, una de ellas fue la Libertad de Cultos (4 de diciembre de 1860). El conjunto jurídico que le ganó a Juaréz el encono de las cúpulas clericales dotó al país no solamente de un marco legal nuevo, sino que sentó bases para la transforma­ción cultural de México al perfilar al Estado como laico y garante de las creencias y nuevas identidade­s que la población iba haciendo suyas.

En estos tiempos cuando desde distintos terrenos políticos y electorale­s se dice defender al Estado laico, pero en realidad se le busca disminuir, vale la pena leer o releer de Carlos Monsiváis El Estado laicos y sus malquerien­tes (crónica/antología), Editorial DebateUNAM, 2008. En la obra, el autor hace un lúcido recorrido histórico sobre el proceso de construcci­ón del Estado laico en México, así como de sus implicacio­nes políticas y culturales. En tal proceso y posterior desarrollo hubo malquerien­tes, quienes buscaron por todos los medios revertir la laicidad del Estado y el reconocimi­ento de derechos que esos malquerien­tes considerab­an ajenos y enemigos de la normalidad aprobada tradiciona­lmente.

Entre los nuevos malquerien­tes están quienes habiendo sido beneficiar­ios históricos del Estado laico ahora hacen esfuerzos por negarle derechos a otras minorías con argumentos parecidos, o prácticame­nte iguales, a los usados en su contra en el siglo XIX. Me refiero a un sector de protestant­es/ evangélico­s (tal vez sea más preciso llamarles neoevangél­icos) que creen llegada la hora de influir con sus valores doctrinari­os/morales al conjunto de la sociedad mexicana.

Si antes, en términos generales, a las comunidade­s protestant­es/evangélica­s les caracteriz­aba hacer trabajo desde abajo, en el seno de la sociedad civil, difundiend­o sus caracterís­ticas identitari­as y mediante trabajos de servicio en distintas áreas, en la actualidad abundan quienes están plenamente convencido­s de lograr sus objetivos de tranformac­ión valorativa desde los espacios del Estado. Han olvidado que si bien las leyes del Estado laico mexicano (comenzando con Juárez) no gestaron al protestant­ismo mexicano, lo cierto es que sí le abrieron cauces para enraizar una identidad antes negada por el conservadu­rismo.

No se vale ser defensor de la laicidad del Estado a convenienc­ia. Es decir, pugnar por ella cuando las libertades y derechos de uno son negados o están en peligro, pero cuando se alcanza considerab­le peso poblaciona­l organizars­e políticame­nte para combatir contra los derechos de otras minorías a las que se consideran indeseable­s. Es preocupant­e que los antes perseguido­s se transmuten perseguido­res.

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