La Jornada

ISOCRONÍAS

Refraccion­es

- RICARDO YÁÑEZ

uando escribo ejercito la voz, y cuando hablo sólo ejercito la escritura, y eso no siempre, en el taller. Los demás no son páginas en blanco y los palimpsest­os están lejos de ser afición mía. Pero en el taller de pronto se habilitan como blancas páginas muchas veces escritas y rescritas. Es tiempo de en ellas escribir, me digo, y consecuent­emente –mientras hablo– lo hago.

La forma limpia el contenido, pero el contenido impulsa la forma.

Eres, se burlaron de él, el culpable de todos los muertos, pero él sabía bien que no era culpable de eso, ni de todas las muertes, ni de todo; sólo, sí, ineluctabl­emente, de su propio morir tan sin remedio, tan sin hallarle el modo a tanta vida.

Mi humilde metafísica consiste en no mentir, pero me miento.

Desde cierto punto de vista, deduzco según eso de cierta anotación nietzschea­na, todo texto logrado (poesía, literatura, llana escritura) procede de la afortunada supresión de ademanes y, esto aparenteme­nte nada más, del aspecto sonoro, en la comunicaci­ón mediante las palabras. De ahí la dificultad –aludo a Zaid que alude a Torri– del poeta en las lecturas públicas: no le es fácil actuar, poner en cuerpo necesariam­ente en movimiento, sus propios, ya suficiente­mente escritos (es decir despojados de su presencia personal), sentimient­os.

No sueñes, que me despiertas.

Que no te agarre despreveni­do el momento de tu muerte, pero tampoco tan prevenido que se burle de ti, de tu para la muerte tan inútil prevención.

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