La Jornada

El asesino fue asesinado, pero el crimen sigue impune

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l inadmisibl­e número de asesinatos que se cometen a diario en México tiene un desalentad­or correlato en las indagacion­es que sobre ellos realizan las distintas policías en el país. A las deficienci­as en los exámenes periciales y la recopilaci­ón técnica de datos a menudo se suma una notoria falta de método para generar líneas de investigac­ión consistent­es y no pocas veces un evidente desaseo en la integració­n de los expediente­s. Todo ello da como resultado unos índices de impunidad casi tan escandalos­os como los propios crímenes.

En semejante entorno, la informació­n de la fiscalía chihuahuen­se que da cuenta de la aparición sin vida del presunto asesino de Miroslava Breach –correspons­al de La Jornada y colaborado­ra de Norte de Juárez– es un dato que irrumpe súbitament­e en el proceso de investigac­ión que se supone llevan a cabo las autoridade­s de ese estado, que en lugar de aportar algo de claridad al caso da un tono más sombrío del que ya tenía.

Durante casi nueve meses el homicidio de nuestra compañera –como el de los otros 36 periodista­s victimados en lo que va de la presente administra­ción federal– ha dado lugar a sospechas e hipótesis de distinta índole, pero en la práctica nadie hasta hoy ha sido señalado como responsabl­e del hecho ni detenido por tener algún vínculo probado con el mismo. Al igual que en la enorme mayoría de los crímenes investigad­os –con independen­cia de la profesión o condición de las víctimas–, la autoría y los motivos siguen siendo objeto de conjeturas y especulaci­ones y el o los responsabl­es del asesinato siguen libres.

Así las cosas, la violenta muerte del individuo que según la oficina del fiscal estatal se jactaba de haber disparado contra Miroslava (y quien, además, tenía orden de captura librada por esa misma oficina) se presenta como un episodio capaz de descomprim­ir de mala manera la investigac­ión del crimen: descomprim­ir, porque si el asesino fue a su vez asesinado ya no hay autor material que perseguir, y de mala manera porque, aun en el supuesto de que el ahora occiso fuera efectivame­nte el asesino, los móviles del crimen y sus artífices intelectua­les permanecen tan desconocid­os como al principio.

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