La trompetilla acústica
1947, caseína sobre masonita, imagen tomada del libro cortesía del FCE unas pocas semanas, luego realizaría el gran sueño de mi vida y me iría a Laponia para pasear en un trineo arrastrado por perros lanudos.
Ésta, naturalmente, es una digresión; no quiero que nadie piense que mi mente desvaría. A decir verdad desvaría, pero nunca más allá de donde yo quiero. De modo que vivo con mi nieto, Galahad, más que todo en el patio.
Galahad tiene una familia numerosa y no es rico en absoluto; vive del escaso sueldo pagado a los empleados del servicio exterior que no son embajadores (los embajadores, me han dicho, reciben una paga más amplia del gobierno, lo cual al parecer no se justifica pues reciben alimentación gratuita por cuenta del pueblo del país que representan). Galahad está casado con la hija del gerente de una fábrica de cemento; se llama Muriel y es hija de padres ingleses.
Muriel y Galahad tienen tres hijos, uno de los cuales, el menor, todavía vive aquí con nosotros. Este muchacho, Robert se llama, tiene veinticinco años y sigue soltero. Robert no tiene un carácter agradable y desde niño era malo con los gatos. Anda, además, en una motocicleta y trajo un televisor a la casa. Actualmente, rara vez voy a la parte delantera de la casa, dado que mis modales en la mesa se salen de lo acostumbrado. La edad lo hace a uno menos sensible a la idiosincrasia de los demás. De todos modos, no proporciono molestias a nadie y mantengo mi cuarto y mi persona limpios sin ayuda de ninguno.
Con cada semana llegan algunos pequeños placeres: de noche cuando hay buen tiempo, el cielo, las estrellas y naturalmente la luna en todo su esplendor.