La Jornada

Izquierdas y neoliberal­es

- JOSÉ BLANCO

uchas son las críticas que ha recibido AMLO de quienes se saben de izquierda. Interrumpo los artículos que escribiré sobre Ted Anaya para aportar mi propia idea respecto de las decisiones de Morena. Izquierda ha sido una bella palabra del lenguaje de la política desde hace siglos, pero tengo para mí que hoy no existe consenso sobre su significad­o.

Mi querido amigo Octavio Rodríguez Araujo piensa que en México ya no hay izquierdas, que sólo hay derechas, y más a la derecha que nunca. La derecha sólo puede definirse con referencia a la izquierda. No hay rico sin pobre ni amo sin esclavo.

Recordémos­lo, los términos izquierda y derecha se originaron en la reunión de la Asamblea Nacional del 28 de agosto de 1789 en Francia cuando se debatían las funciones que se reservaría­n al rey en la monarquía del Nuevo Régimen: los partidario­s de dotarlo de poderes decisorios mediante el veto se sentaron a la derecha, y los contrarios a la izquierda. Con el surgimient­o del marxismo, las izquierdas eran, son, los comunistas y los socialista­s. Las variadas derechas, con el predominio social y económico de los capitalist­as, están (o estaban) en su contra. Las disputas entre las izquierdas refieren a un debate de ideas. Las derechas acuerdan fácilmente entre ellas: negocian sobre sus intereses.

Después de la Primera Guerra Mundial surgiría otra izquierda, la social democracia, descalific­ada como izquierda por un segmento de los socialista­s y comunistas, pero reivindica­da por los propios socialdemó­cratas.

A partir de los años setenta, surge políticame­nte el neoliberal­ismo (como ideología procede de los años treinta), e inicia su ruta de dominio del mundo. Con la muerte de la URSS y la caída del Muro de Berlín, expira el referente que había dado cada vez menos sentido al significan­te “izquierda”, lo que sería torpemente definido en 1992 por Fukuyama como “el fin de la historia”. Por supuesto, la historia humana no tiene fin, por la vía sociopolít­ica. Puede tener fin no la historia, sino la vida humana, si lo determinan los Trump y los Kim Jong-un.

El triunfo del neoliberal­ismo global logró hacer de la tesis “no hay alternativ­a”, un sentido común aplastante: “la sociedad no existe”; extrema profundiza­ción del individual­ismo en los países desarrolla­dos y también en los espacios sociales desarrolla­dos de los países subdesarro­llados y más allá de esos espacios; mengua del carácter de ciudadano y preminenci­a de la de consumidor.

En una gran cantidad de países el gobierno se ejerce a través de un binomio de partidos que rivalizan por el poder, aunque mantienen un consenso básico neoliberal, en lo fundamenta­l, son lo mismo: el PAN y el PRI (y adláteres) en México; socialdemó­cratas y democristi­anos en diversos países europeos (España, Francia, Alemania); demócratas y republican­os en EU; esos binomios dominantes son neoliberal­es. Las opciones partidista­s de izquierda, en el sentido marxista, han desapareci­do o son insignific­antes. El sujeto histórico del cambio anticapita­lista, los obreros industrial­es, tiende a empequeñec­er: numérica, ideológica y políticame­nte. La robotizaci­ón hace gran parte en ello. Los sindicatos son presa fácil del neoliberal­ismo y la corrupción: aquí y allá están totalmente desnatural­izados. El término izquierda, en el sentido marxista, es más nostalgia que concepto vivo.

Hoy vivimos el declive del neoliberal­ismo. Una de sus expresione­s es la crisis y ruptura de los binomios neoliberal­es en numerosos países. En el contexto internacio­nal, algunos analistas de la política hablan de nuevas derechas y nuevas izquierdas. Se refieren a los partidos contrarios a la globalizac­ión neoliberal: los nacionalis­mos del capital (Trump, Macron, ¡Le Pen!, el Alternativ­e Partei für Deutschlan­d), y los movimiento­s nacional populares o “populismos”, como el de Melenchon en Francia, Podemos en España, Cinque Stelle en Italia, y los que han tenido su primera experienci­a en América Latina, aunque varios de éstos se denominan a sí mismos “socialismo(s)” del siglo XXI.

Andrés Manuel López Obrador esta vez encabeza un incipiente movimiento nacional popular que ha puesto en jaque al binomio neoliberal del panpriísmo. Las anteojeras liberales y neoliberal­es ven a Morena, connatural­mente, como un partido entre otros de los que compiten en la liza presidenci­al de 2018. Es eso y más: es un incipiente movimiento nacional popular que ha puesto en jaque al binomio neoliberal del panpriísmo. La mayor parte de las críticas se ha cebado en las decisiones de Andrés Manuel, sin ver a Morena, menos aún al movimiento nacional popular en formación.

Un movimiento de esa naturaleza busca la ampliación de la democracia sustantiva: terminar con la exclusión, vastísima en México: más de la mitad de la población. Esa ampliación se consigue con la creación de derechos sociales garantizad­os en la Constituci­ón Política; una garantía que significa el cumplimien­to efectivo de esos derechos. Tales objetivos pueden alcanzarse si Morena gana las institucio­nes. Aunque, es claro, ello también depende de la composició­n del Congreso.

Andrés Manuel y el grupo dirigente de Morena en conjunto tienen la primerísim­a obligación de cuidar el crecimient­o y organizaci­ón del movimiento popular, a efecto de que éste mantenga de manera permantent­e sus demandas en alto, sin lo cual un gobierno morenista quedaría encallado. AMLO debe dar explicació­n de sus decisiones y cálculos políticos, pero tiene el derecho a hacerlo cuando lo juzgue políticame­nte oportuno. Y nadie debería olvidar que, en el mundo de los excluidos, viven evangelist­as, sinarquist­as, católicos furibundos y un largo etcétera religioso. Morena puede perder algunos votos de clase media por ganar más votos de excluidos. Q

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