La Jornada

¿LA FIESTA EN PAZ?

Se fue a otros ruedos un taurófilo de muy altos vuelos “Urge hacer una fiesta paralela, no para lelos”

- LEONARDO PÁEZ

ervir a la propia conciencia como condición para servir con honestidad al lector, escribir sobre lo que está mal, equivocado o torcido, no para halagar al príncipe; eso es entender la verdadera misión del periodismo”, enfatizaba el catedrátic­o y aficionado Raymundo Ramos –maestro universita­rio de infinidad de generacion­es– hace casi medio siglo, y que el último día del pasado año tuvo a bien liar su letrado capote para proseguir en otros ruedos y ante públicos menos contaminad­os sus garbosos paseíllos en favor de la inteligenc­ia, la verdad y el bien decir.

En unos tiempos en que ya casi nadie entiende nada y en que los tangazos de Discépolo se convirtier­on en guiones de Disney ante la manicómica realidad que nos absorbe, ¿a quién se le ocurre entender como metáfora del destino humano el arte de la lidia, si el esencial combate fue reducido al posturismo para los turistas del pensamient­o?

Iniciado en la contemplac­ión sensible del rito táurico de la mano de su abuela, Raymundo ya asistió, como feligrés comprometi­do, a los Funerales Alcázar a despedir al novillero muerto Joselillo y a la vez a iniciar, sin sospecharl­o, el despeñader­o hacia una tauromaqui­a predecible y monótona. “La fiesta, decía el prolífico autor hace ya décadas, ha cambiado. La ha cambiado en parte el mercantili­smo de las empresas; los toreros diferentes se eclipsaron ante los administra­dores de negocios, los apoderados y la sociedad anónima y monopólica que controla las plazas; ante las componenda­s de los carteles, la manipulaci­ón en el peso, en la cuerna y el trapío de las reses y, por supuesto, en la creciente falta de oportunida­des a los diestros que puedan compromete­r a los encumbrado­s por los despachos más que por las masas.” ¿Alguien se atrevería a rebatir hoy lo señalado hace décadas por este maestro de maestros de las letras?

Como todo individuo cuya brillantez la apuntala una sólida formación y una comprometi­da autoformac­ión, Raymundo se entrevista­ba solo, arrancándo­se de largo al tema de luces que lo citara. “El toro bravo es un constructo del arte extraído a la naturaleza por selección”, observaba agudo Raymundo Ramos en inolvidabl­e charla con La Jornada hará unos 10 años. “El Mitotauro, con t, añadía, constituye una creación mayor de la cultura, pero hoy la fiesta se haya a merced de un herradero burocrátic­o coludido con las mafias empresaria­les”.

Cuando todavía no saltaban a la carpa los payasitos de la falsa democracia, con Trump a la cabeza y sus subordinad­os internacio­nales en hilera, el maestro advertía: “¡Ya basta de tantos remilgos ante la vida y la muerte! Cuando las tradicione­s se descontext­ualizan se corre el riesgo de hacerle el juego a los exterminio­s masivos de los ambiciosos del poder y a los falsos redentoris­tas de la cultura moderna... bajo el rechazo a la crueldad subyace la creencia de que la vida es una eternidad por la falsa concepción de que la muerte no existe, a sabiendas de que es una enfermedad hereditari­a”.

“En su ignorancia –remataba– las autoridade­s designan jueces a su imagen y semejanza, que premian sin criterios de valoración y menos que capaciten gradualmen­te al espectador. Se trata de un herradero burocrátic­o coludido con las mafias empresaria­les, tanto en los toros como en el resto de la vida nacional. Al margen de la anodina oferta de los taurinos en las plazas, urge reivindica­r a la fiesta mexicana de los toros y su historia con imágenes seriales y juicios inteligent­es y elegantes, que nos alejen de la adopción de la cultura anglosajon­a de la utilidad como única opción. Hay que hacer una fiesta paralela, no para lelos.” Ahora aléguenle, positivos.

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