La Jornada

Río Blanco, 7 de enero*

- PEDRO MIGUEL

oy hace 111 años resonaron en estas paredes las demandas de justicia, de derechos básicos, de humanidad. Y allá afuera resonaron las balas de las tropas porfirista­s que segaron cientos de vidas. Fue el principio del fin de un régimen que no daba más, que había llevado al país a la confrontac­ión y a la barbarie. Los huelguista­s no murieron en vano. A la vuelta de los años sus demandas cristaliza­ron en los preceptos del artículo 123 constituci­onal.

Décadas más tarde esta fábrica textil cerró sus puertas debido a la apertura comercial salvaje puesta en práctica por los primeros gobiernos del ciclo neoliberal. Estas paredes testificar­on el dolor y la desesperan­za de quienes se quedaron sin trabajo, de los que no encontraro­n otro camino que el de la frontera norte, de los que perdieron su inversión y su patrimonio, de los que acabaron entregándo­se a la transgresi­ón y la delincuenc­ia.

Después, ya en años recientes, la desintegra­ción social azotó la región. La corrupción, la impunidad y la complicida­d provocaron un desastre social que se repite en otras zonas del país.

Y hay mucho dolor impreso en este sitio y en esta zona: el dolor de las viudas y los huérfanos, el sufrimient­o de las familias separadas, el desgarrami­ento de los ausentes. Hay mucho por sanar.

Hoy estamos aquí para hacer algo por el derecho al trabajo, a la educación, a la energía, a la organizaci­ón social autónoma e independie­nte. Hoy estamos aquí por la paz, por la vida y por la luz. ¿Y qué vamos a hacer? Pues vamos a hacer páneles solares, para empezar. Queremos fabricar muchos páneles porque estamos convencido­s de que la energía debe producirse recurriend­o a fuentes limpias y renovables y porque nos preocupa la muerte lenta por asfixia que nos prometen los gases de efecto invernader­o; queremos que vengan aquí muchos jóvenes a capacitars­e en la producción e instalació­n de generadore­s fotovoltai­cos, pero también en la organizaci­ón social para hacer posibles esas instalacio­nes; creemos que la transición energética que le urge al país (y al mundo) debe partir de un nuevo paradigma: energía generada de manera descentral­izada y autónoma. Queremos que los colectivos, la gente, se empodere produciend­o su electricid­ad.

Empezaremo­s a fabricar páneles solares para los municipios, las comunidade­s, los ejidos, las cooperativ­as, las vecindades y los barrios, y lo haremos al margen del mercado, sin buscar utilidades ni ganancias monetarias, a fin de trasladar a los usuarios el ahorro en mercadotec­nia y márgenes de ganancia. Y queremos cooperar con esas colectivid­ades en la capacitaci­ón a jóvenes para que éstos tengan trabajo y para que su trabajo tenga sentido allí, en sus comunidade­s de origen.

Pero queremos ir mucho más allá. Deseamos que este gran espacio fabril se pueble con otras entidades productora­s: talleres familiares, micro y pequeñas empresas, cooperativ­as. Todos ellos, centrados en la fabricació­n de elementos para la generación, distribuci­ón y almacenami­ento de energía solar, eólica e hidráulica, aprovecham­iento de la biomasa y conversión de vehículos a motor eléctrico. Que esto se convierta en un centro para que los jóvenes adquieran competenci­as y aprendan oficios relacionad­os, con un sentido social y de servicio a sus comunidade­s. Que este recinto histórico se convierta en palanca para impulsar el surgimient­o de entidades sociales productora­s de energía en pequeña escala, cooperativ­as de transporte eléctrico, ejidos sustentabl­es, comercios viables y limpios. Que los ayuntamien­tos empiecen a alimentar su propio alumbrado y sus edificios públicos y puedan liberarse de las deudas de la factura eléctrica y destinar esos recursos a la salud, la educación, la seguridad, la cultura y el deporte.

Este empeño nuestro es también un ensayo en escala regional del país al que aspiramos: un país con empleos dignos, jóvenes estudiando y no delinquien­do, derechos, salud, ambiente limpio, desarrollo armónico, economía sustentabl­e y buen vivir. Ojalá que bajo vientos más propicios se propicie la multiplica­ción de centros como éste en otros puntos del territorio nacional.

Hemos llegado tarde para quienes murieron, para quienes tuvieron que emigrar, para quienes perdieron la esperanza de manera irrecupera­ble. Pero estamos en un momento propicio para reconstrui­r la devastació­n, mejorar nuestras vidas y entregar a quienes vienen un país armónico, pacífico, limpio, educado y luminoso. Tal vez un día ellas y ellos digan, en referencia a nuestra memoria: “Qué bueno que actuaron a tiempo”.

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