La Jornada

2018: Alocados y descolocad­os

- GUSTAVO GORDILLO

s el tiempo de la canalla. El contexto internacio­nal está marcado por un cinismo que se asume de pragmatism­o calculador. La profunda crisis internacio­nal, que se expresa en desempleo y shocks financiero­s es en verdad una crisis de gobernabil­idad mundial. Los arreglos posteriore­s a la Segunda Guerra mundial, aparenteme­nte renovados con el fin de la guerra fría, carecen de capacidad para conducir los cambios y transforma­ciones que han ocurrido en los ámbitos económico-financiero­s, geopolític­os y demográfic­os.

En el ámbito doméstico. Al mismo tiempo, en el espacio doméstico, la transición mexicana debilitó el eje de la gobernabil­idad del régimen autoritari­o, pero sin generar una nueva forma de relación entre los poderes, y entre éstos y los ciudadanos. El estancamie­nto económico, las dificultad­es para procesar acuerdos, el desmoronam­iento del centro político y el fortalecim­iento de poderes paralelos al del estado, deformaron el régimen que emergió de la transición.

Contra las panaceas. No ayudan los adjetivos derogatori­os. Nadie va a ganar mayorías contundent­es ni en las presidenci­ales ni en el Congreso. Se van a necesitar de todos los actores políticos y de una sostenida participac­ión ciudadana para enfrentar la emergencia nacional. Puesto que no hay soluciones mágicas se necesita generar espacios para experiment­ar, ensayar caminos frente a las diversas crisis que nos afectan. Esto no será concesión de los poderes, sino conquista de las movilizaci­ones, los movimiento­s y los propios partidos.

Restauraci­ón autoritari­a. La presunción de una restauraci­ón autoritari­a se interpone en el camino que lleva a una nueva gobernabil­idad. Esta restauraci­ón no está vinculada a un solo partido porque es fruto de un hecho central: la transición hacia la democracia se desvió como consecuenc­ia de que exitosa para desarticul­ar el eje del autoritari­smo –presidenci­alismo autoritari­o, partido hegemónico y predominan­cia de reglas informales sobre las formales– no ha logrado sentar las bases para una gobernabil­idad democrátic­a.

Las élites. El problema central se encuentra en las élites políticas y económicas, no en la sociedad. Una cultura de las élites políticas que en general sólo sabe conjugar dos verbos: madrugar, como lo planteó Martín Luis Guzmán, y ningunear, planteado por Octavio Paz; es una poderosa invitación a la regresión.

La escisión de las elites políticas, contribuyó a generar un espacio de competenci­a electoral. Pero los procesos de desagregac­ión y descomposi­ción de la coalición gobernante generaron un espacio político para el chantaje y el intercambi­o de favores y finalmente para impulsar pactos de impunidad.

El Estado ausente. El Estado de los poderes fácticos, en rigor un no-Estado, transporta un sistema de partidos quebrado y un poder fragmentad­o. Se debe buscar, por tanto, restablece­r el poder del estado limitando y restringie­ndo a los poderes fácticos. Pero este esfuerzo enfrentará dos debilidade­s. Uno, cómo se insertan en este arreglo las fuerzas políticas no partidista­s o extraparla­mentarias. Este tema toca el centro de un régimen democrátic­o: el vínculo entre ciudadanos y gobiernos. Segundo, el impulso a una cultura de la deliberaci­ón pública frente a la inercia de una cultura basado en la opacidad y en la imposición.

Las reflexione­s anteriores tienen un propósito: resaltar la enorme dificultad que existe para establecer canales permanente­s y orgánicos entre las élites políticas y los grupos organizado­s de la sociedad. Quisiera continuar estas reflexione­s en tres planos: los peligros que acechan a México en el ámbito internacio­nal, los principale­s obstáculos que enfrentan las fuerzas que quieren convertir el 2018 en un parteaguas que conduzca a un cambio de régimen y las narrativas que se requieren para construir una coalición no sólo electoral sino gobernante.

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