La Jornada

Exigen liberar a Milagro Sala; lleva dos años presa

Bailarines protestan en Argentina por el cierre del Ballet Nacional de Danza

- STELLA CALLONI BUENOS AIRES.

Centenares de manifestan­tes marcharon este martes del Obelisco a la Casa de Jujuy en esta capital, para exigir la libertad de la dirigente social Milagro Sala, al cumplirse dos años de su detención ilegal en la mencionada provincia, a lo que se unieron otras movilizaci­ones por la liberación de todos los presos políticos y demandas contra la serie de despidos en distintas áreas, golpeando especialme­nte al periodismo con el cierre de varios medios de comunicaci­ón.

Sala fue detenida por haber acompañado una protesta pacífica frente a la sede del gobierno de Jujuy y luego le fueron sumando una serie de causas penales, la mayoría originadas en denuncias falsas del gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, o el fiscal Mariano Miranda, por lo cual se convirtió en la primera presa política del gobierno de Mauricio Macri.

“Estoy detenida desde hace dos años sin condena ni sentencia firme”, dijo desde esa provincia en entrevista para Radio 10, en la cual denunció que Jujuy funcionó desde 2016 como “un laboratori­o” de métodos represivos para “aplicarlos en toda Argentina si salían bien”.

En este contexto de tantas violacione­s judiciales, mediáticas y gubernamen­tales a los derechos humanos y sociales, unos 120 trabajador­es fueron despedidos del Hospital Posadas.

En un hecho gravísimo, 60 bailarines afectados por el cierre del Ballet Nacional de Danza, acompañado­s de otros gremios del Estado solidarios con el reclamo, realizaron una exhibición frente al Ministerio de Cultura para repudiar el cierre de la compañía con la consigna: “No al vaciamient­o cultural”.

Allí bailaron ante un público que aplaudía tratando de que el ministro Pablo Avelluto diera un paso atrás en una decisión que puso fin a las funciones gratuitas y a las clases abiertas de danza clásica que el bailarín Iñaqui Urlezaga impartía en lugares no tradiciona­les.

“El Ballet Nacional de Danza no es de sus bailarines ni de su director, es de todos los argentinos”, decía la convocator­ia. Quizá nada fue más duro que ver cómo los bailarines, entre lágrimas, colgaron sus zapatillas de una soga que atravesaba la calle Alvear. Era toda una imagen de un país que cada día da un paso hacia la censura, la destrucció­n de todos los organismos populares en lo social, político y cultural. La hilera de zapatillas de baile colgadas, movidas por un viento caliente de verano, decían más que las palabras.

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