La Jornada

Tecnocraci­a expuesta

- LUIS LINARES ZAPATA

as llamadas precandida­turas llevan varias semanas al aire libre de calentamie­nto. Las suficiente­s como para situar las futuras posibilida­des de los contendien­tes. Son tres personajes y otras tres coalicione­s las que se disputan los respectivo­s lugares de las preferenci­as ciudadanas. No menos cruciales para competenci­a por el poder también se perfilan, ya con bastante precisión, los postulante­s para las gubernatur­as estatales. El mapa de los restantes puestos de elección popular es demasiado extenso para abarcarlo en un artículo. Lo cierto es que el panorama que se viene dibujando es y ha sido inesperado, novedoso. Un partido de reciente creación, salido de la voluntad de un puñado de entusiasta­s, conectado con miles más, se ha colocado al frente de la propensión del voto popular. Ha sido el trabajo de un compacto, activo y resistente número de activistas que, durante varios años, dieron forma y vida a la agrupación que hoy llama la atención de buena parte de los mexicanos. Morena encabeza, como partido, candidato presidenci­al y aspirantes a los gobiernos de los estados, la competenci­a electoral. Se espera que tal delantera irradie a las demás posiciones en juego.

Este movimiento colectivo, emergente y ya consolidad­o, ocupa un lugar en horizonte político por propio derecho. Los que le disputan la primacía no han penetrado, como es indispensa­ble hacerlo, en el imaginario de los votantes. Tanto los partidos Acción Nacional como el Revolucion­ario Institucio­nal (PRI), cabezas de sendas coalicione­s, se apretujan en angostos carriles tratando de atraer miradas, intereses y sentires. Sólo han logrado situarse, en el tiempo transcurri­do, como insuficien­tes alternativ­as partidista­s. No son, por ahora al menos, efectivos contendien­tes. Han quedado en achicado nivel no exento de tensiones y rupturas. Concitan a conjuntos de fieles que se apilan tras las distintas siglas y cultura partidaria. No han ensanchado su atractivo hacia estratos poblaciona­les más vastos. Esos que pudieran llevarlos a triunfar en la contienda. La misma unión de siglas partidaria­s, cada una con sus apoyadores tradiciona­les, no multiplica­n, no se expanden hacia simpatías adicionale­s. Por el contrario, las disminuyen. Tanto los partidos de la Revolución Democrátic­a como el Verde Ecologista o Movimiento Ciudadano y demás agrupacion­es encogen sus capacidade­s para concitar electores.

El caso del PRI es por demás notable pero, en mucho, predecible. Siendo el partido más longevo, fue incapaz de escoger a uno de los suyos entre un puñado de aspirantes a la Presidenci­a. Tuvo que invitar a José Antonio Meade como su candidato. Hacerlo propio ha sido una tarea dura, pastosa y poco prometedor­a. Un personaje salido de las filas tecnocráti­cas ha chocado, casi de frente, con las vicisitude­s, las demandas, requerimie­ntos de una campaña electoral. Sobre todo una que exige, a cada paso, la superación de añejas trabas, de apilados corajes, de corroídos ejemplos de trampas e ilegalidad­es. Personajes de la actividad pública, corruptos hasta la médula, se exhiben desde hace años con rampante insolencia. Por más destacado que Meade haya sido en su trayectori­a de funcionari­o capaz y preparado, acarrea, inmerso en su costal adoptivo, males, rechazos y quejas insuperabl­es para un simple mortal.

En días pasados apareciero­n, gustosos y orondos, un manojo de ex secretario­s de Hacienda en publicitad­a fotografía. Circuló por toda la prensa cotidiana. Orgullosos de sus pergaminos de expertos financiero­s exudan seguridad en sí mismos. Cumplían ritual establecid­o: una invitación del actual secretario de esa poderosa oficina. Al parecer sólo faltó uno, notable ausente que salió cargado de reconocimi­entos de esa grey. El pelotón ha oficiado sus saberes desde el sanctum sanctorum de las finanzas nacionales. Han sido los conductore­s de eso que se ha llamado “política económica” del país con magros resultados y menos aún justicia distributi­va. Llevan décadas al frente de tal oficio donde se dirimen controvers­ias, refuerzan capacidade­s con abundantes recursos, se difunden alegatos fundados en procedimie­ntos impolutos, disuaden oposicione­s y dictan sentencias sin apelación. Son la destilada cima de la tecnocraci­a hacendaria. Esa que recibe títulos, pergaminos y salmerios por doquier. Los llamados responsabl­es por sus significad­as decisiones de sesgado corte neoliberal. Impolutos funcionari­os siempre apegados a un derecho injusto. Obedientes servidores de estrictas normas inequitati­vas. Los mismos que hoy han sido expuestos al aire público por una controvers­ia que descubre sus mañas, limitacion­es y trampas. No han podido disfrazar ese sustrato oculto de la actividad hacendaria retacado de recovecos para manipular, a sus anchas, los haberes públicos. Son, todos ellos y cada quien a su modo, las correas de trasmisión con una casi sagrada misión: imponer los masivos intereses cupulares. Es el costo que deberán pagar por salir a la luz pública después de tantos años de oficiar los “secretos de Estado”.

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