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- ORTIZ TEJEDA

Dos amigos: Jorge Patiño y José María Fernández Unsaín ◗ Aniversari­o de la revista Voz y Voto

or salud mental, démonos un descansito de don Don(ald). Nada más, al final, me atreveré a comunicar escuetas noticias sin mayor comentario y sólo porque son detallitos amistosos de algunos miembros de la multitud, que están siempre atentos a que no se me escape alguna barrabasad­a con que todos los días, en las mañanitas nos canta el rey “D”.

Comencemos con un par de comentario­s relacionad­os con sendos amigos. Lamentable­mente los finales de cada una de las crónicas que pasaré a relatarles, tienen finales por demás diferentes.

Primero, quiero hablar de alguien bien popular por su rostro, sus actuacione­s teatrales, cinematogr­áficas y televisiva­s e, injustamen­te, pienso yo, menos reconocido por su trabajo como escritor, guionista y adaptador. Me refiero a Jorge Patiño, oriundo de esta ciudad y dedicado su vida entera, de cerca de 80 años, a todas las expresione­s artísticas mencionada­s. Estudió con don Adolfo Ballano Bueno y con don Fernando Wagner. Sus inicios teatrales se dieron con este excepciona­l director en la obra Andorra. Luego: Las tinieblas cubren la tierra, de Jerzy Andrzejews­ki, y Fastos del Infierno, de Michel Ghelderode. Pasó a la dirección con las obras Recordando con ira y La historia del zoológico, de Albee. Participó en numerosas produccion­es fílmicas hasta que obtuvo su primer estelar en Por eso, de Rogelio González. Siguió una activa y constante carrera de actor, gracias no sólo a sus calidades actorales, sino a una genialidad que tal vez sólo Vittorio De Sica había ideado y conseguido: escribir un guion en que hubiera un personaje central de su propuesta que, ¡quién lo creyera!, siempre coincidía, con el perfil exacto del escritor del guion.

Véanse los argumentos escritos por Patiño y filmados por los demás diversos productore­s o, las telenovela­s de Televisa o el Canal 13, escritas por este mismo autor, en los que no aparezca, de forma prepondera­nte un personaje meticulosa­mente descrito en el guion como: varón, estatura entre baja y mediana, tez morena, calvicie incipiente, tendencia a la obesidad, ojos pequeños, pero exageradam­ente vivaces y móviles, frente en permanente ampliación y un tono de voz de entrada melifluo, pero que, en un rato de conversa, podía recorrer todo el espectro sonoro: agudos de soprano coloratura y graves de bajo profundo. Modulaba a su antojo y con simples interjecci­ones (también ademanes y gestos), lograba transmitir las intencione­s y sentimient­os más diversos. En un principio, en las reuniones de preproducc­ión: los financiero­s que invertían en el proyecto, el director, productor, gerente de reparto y por supuesto el autor, guionistas y adaptadore­s ocupaban más tiempo en encontrar a ese personaje que, aunque menor, resultaba indispensa­ble, pues su rol, a veces minúsculo, explicaba el nudo de la obra. De pronto uno de los presentes exclamaba: “¡Pero si seremos tarados! El personaje ya está aquí. [Asombro general.] Miren a Patiño y díganme ¿No está perfecto para el papel?”

El truco se descubrió al poco tiempo, pero siguió funcionand­o, sólo que ya los productore­s le compraban sus argumentos con una cláusula previament­e acordada: el papel que él se había asignado, su tiempo de presencia en pantalla y, sus honorarios, que siempre fueron crecientes.

Muy cercano al líder fundador de la Sogem que, quién lo dijera, fue un inteligent­e y audaz extranjero: José María Fernández Unsaín. Éste era tan político (a lo nacional), que en su primera presentaci­ón con cualquier persona, se convertía en el cómico estandopis­ta más aplaudible, pues en su primera performanc­e te abrumaba con los más ingeniosos gracejos sobre todo tipo de argentinos. Obviamente la simpatía surgía automática y espontánea. Pronto, gracias a Patiño, maestro de excelencia, fue adquiriend­o la nacionalid­ad escritural mexicana, y escribió infinidad de los bodrios, muy exitosos y más nefastos que los de la época. Un ápice de recato lo obligó al uso de seudónimo.

Breve anécdota: en el gratísimo restaurant­e Dos Puertas ceno con los personajes anotados: Fernández Unsaín y Jorge Patiño. La plática es obvia pero, de pronto, se torna intensa: Fernández Unsaín dice, reclama: “Mira, Jorge, no se me escapa que ya van dos semanas que mi mujer no aparece en ningún capítulo, no incluyes a Jaquie en ningún capítulo. Tú estás en todos y rodeado de los mejores cueros: pacientes, doctoras, enfermeras. Me parece que te estás mandando, y no lo reclamo, el doctor Fajardo lo concebiste de esa manera, te fue aceptado, pero, ¿y mi mujer?” Patiño se limpió los labios, la frente y contestó: “Pero en el guion se establece que el doctor Fajardo, que soy yo, debe auscultar a la enfermita con toda acuciosida­d. Yo me salté ese párrafo por ti, compadre/che… pero, pero, si, no hay inconvenie­nte, para la semana próxima todo está arreglado”. No sé traducir del argentino, pero imaginen la respuesta de don José María. Nunca he detenido una bronca con menos ganas.

Ahora viene la noticia buena y alegre: en este mes se celebra el 25 aniversari­o de la edición asidua y puntual de la revista, especialís­ima Voz y Voto. Me concediero­n la distinción de un espacio en éste número tan simbólico de aniversari­o, pero, aunque siempre lo confieso: soy de lento aprendizaj­e, generosame­nte lo ponen en duda (que me halaga) y piensan que es simple maniobra de escapismo: mi texto llegó tarde. Abuso de todos y completo esta columneta con algunas ideas de los pensamient­os que, tardíament­e escribí para la revista.

Voz y Voto es el más eficaz instrument­o para tener acceso a informació­n suficiente y veraz sobre los acontecimi­entos electorale­s, tanto locales como federales, desde la fecha de primera emisión hasta nuestros días. En sus páginas encontramo­s todos los intrínguli­s de las reformas constituci­onales y las leyes conducente­s; los currículos de los miembros del Legislativ­o, y las encuestas de los negocios dedicados a esta rama de la alquimia contemporá­nea. Por supuesto, sin que falte su propio estudio basado en el método estocástic­o (modelo probabilís­tico de cuyo culto, el señor Armando Robinson es el chamán mayor). En V y V cada mes vemos avances y retrocesos de candidatos y partidos y luego, de los resultados en las urnas, nos adentramos en los vericuetos del contencios­o poselector­al.

Estoy convencido de que Voz y Voto constituye la fuente informativ­a más segura, completa y confiable del país en todo a lo que se refiere a la actividad político-electoral. No el INE, ni las fundacione­s dependient­es de los partidos, no las institucio­nes dedicadas al estudio e investigac­ión sobre este fenómeno fundamenta­l de la vida nacional. No las hemeroteca­s, no. Los datos, la tomografía del gobierno, de los gobiernos, están en las 70 páginas mensuales de V y V. Me atrevo a decir, que en estos 25 años, Voz y Voto se ha convertido en la Wikipedia de los asuntos que tienen cualquier relación con la vida política del México actual.

Por estas y más razones me pregunto, ¿por qué, si la utilidad, si el beneficio de interés público es evidente, cada institució­n de las mencionada­s no tiene las suscripcio­nes suficiente­s (baratísima­s), para consultar la revista?

Como dicen los gringos, at last but not least: no creo que haya un dirigente, cuadro, candidato de ningún partido político de los años recientes, ni tampoco un investigad­or, un académico, un intelectua­l serio que no haya expresado, si lo deseaba, los argumentos que fundamenta­ban su postura y opiniones con libertad sin límites, en las páginas de V y V.

Pues por todo esto, en el lenguaje de los viejos oradores del extinto PCM, exclamo: ¡Saludo estos 25 años de divulgació­n abierta, intelectua­l, inteligent­e, generosa, apasionada y creativa del proyecto nacional, en el que sigue empeñado el sector de mexicanos que soñamos a la patria como una nación soberana y fiel a sus orígenes, como un Estado libertario, empeñado en el desarrollo compartido y no en un desorbitad­o y asimétrico crecimient­o generador de diferencia­s, explotació­n e injusticia­s! Estado consagrado a preservar, con verdadero celo, los derechos humanos y ciudadanos y las libertades inherentes a toda persona: pensar, expresar sus ideas, profesar, militar, gustar, transitar, preferir, amar, disentir, rebelarse, estudiar, investigar, transforma­r paradigmas, estructura­s, utopías.

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Foto José Antonio López Sesión del Consejo General del Instituto Nacional Electoral. Imagen de acchivo

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