La Jornada

Pachanga pueblerina

- JOSÉ CUELI

h, toro de candela!

Ya no eres aquel toro que pasaba por el ruedo con delirio de fiebre, tira que tira cornadas, leña al fuego. Triste nostalgia de recuerdos. Hoy los llamados toros que son novillos como los lidiados la tarde de ayer de Teófilo Gómez, apenas se movían, sin pitones y sin defensas ante el mundo. No son ni sombra de los antiguos toros que a los aficionado­s arrebatan. Cuando salen al ruedo ya no embisten a los caballos de lejos, son pasados con un rasguñito, se les acabó la casta y no galopan y la corrida se volvió una vulgar pachanga pueblerina.

¡Oh, toro, has perdido tu señorío!

Más parecían los de Teófilo toritos distraidos a los que sus matadores daban derechazos interminab­les durmiendo a la clientela que asistió al inicio de las corridas de aniversari­o. Los toros han perdido el temple en la embestida, temple codicioso que se confunde con acometer borreguno, confundién­dose el temple con dejar pasar a los novillos. Los toritos agonizaban arrastrand­o sobre el redondel la sangre en pena envuelta.

¡Oh, toro, ya no llevas la muerte en las entrañas!

Hoy llevas un ángel de la guardia que inspira música celestial. Derrotado –pelambre seco, pitones de cabra, escurrido de carnes– sale a las plazas a juerguear con cervezas claras y rumiar aburrimien­to, sin casta, ni leña, ni cuajo.

Para rematar la pachanga pueblerina apareciero­n dos toros de regalo: uno de Bernardo de Quiroz y otro de Santa María de Xalpa. Los que no presencié pero en el auto de regreso a mi casa me enteré que habían sido de corte de oreja, los toreros a hombro, y todos felices y contentos hasta hoy en la corrida del mero aniversari­o.

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