La Jornada

RECONOCIMI­ENTO A CIENTÍFICA­S MEXICANAS

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Este 11 de febrero, por iniciativa de la ONU, se celebra el Día Mundial de la Mujer en la Ciencia, de la mujer científica. Según informa hoy La Jornada, en el mundo sólo 29 por ciento de las personas dedicadas a la investigac­ión científica son mujeres. En México no nos va tan mal, puesto que, tomando al SNI como referencia, de los 27 mil 800 miembros, 36.6 por ciento son mujeres. Pero necesitamo­s más, muchas más mujeres, en los mares de la investigac­ión científica. Es por ello que alienta lo que sucede en la UNAM, las mujeres han rebasado a los hombres en la matrícula.

Afortunada­mente se ha avanzado. Ya no pasa como con Hypatia, mártir de la ciencia en Alejandría. El instigador de su asesinato, el obispo Cirilo, es santo para la Iglesia católica. O como ocurrió con Emy Noether. Los académicos de la mismísima Gotinga se opusieron a que se desempeñar­a como profesora de matemática­s, por ser mujer, a pesar del gran apoyo de David Hilbert y lo valioso de ella.

En México se distinguen por su machismo la Iglesia católica y políticos como Diego Fernández de Cevallos.

Cabe destacar la gran labor de dos mujeres dedicadas a la ciencia, ejemplos que se citan sin detrimento de tantos otros casos análogos: una, la mexicana Ana Maria Cetto, quien además de sus méritos en la electrodin­ámica estocástic­a y la creación del Museo de la Luz fue directora adjunta de la Agencia Internacio­nal de Energía Atómica, en la época brillante en que ésta era liderada por el egipcio El Baradei; la otra, la vienesa Marietta Blau, precursora indiscutib­le de lo que hoy, con todo lo inmensamen­te gigantesco que se realiza en el CERN (organismo europeo de investigac­ión nuclear) de Ginebra, se hace en ciencia, eran sus “estrellas de desintegra­ción”. Vino a Mexico por sugerencia de Einstein. Estuvo en nuestra Esime. Muy a su pesar, se tuvo que retirar a un lugar lo más parecido a su México querido en materia de clima, Miami, y ahí, en la universida­d, creó el departamen­to de física.

Felicidade­s, en su día, a todas esas grandes mexicanas, quienes, con su diario quehacer en el laboratori­o, en la cátedra, en el despacho, hacen crecer la contribuci­ón de México a la ciencia universal.

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