La Jornada

El asesinato del maíz

- HERMANN BELLINGHAU­SEN

a ciencia no es una religión, pero es capaz de cometer altos crímenes como si lo fuera. La historia moderna abunda en ejemplos. Aunque todos se originan en meticulosa­s y hasta geniales razones, cuando cumplen sus propósitos causan un daño inmenso en el blanco elegido. Cuando el fin es explícitam­ente bélico, de destruir se trata. Cuando suceden en tiempos de paz, con fines se supone que constructi­vos, los crímenes no lo parecen, obedecen a un “bien mayor” o son negados como daño colateral bajo montañas de mentira, dinero gratis y propaganda. La industria farmacéuti­ca ofrece un ejemplo monumental. De las ciencias del espacio a Internet, los grandes avances tienen origen y fines militares. Así la bio y la agrotecnol­ogía, cuya base empírica alcanza las últimas fronteras de la mejor ciencia, pero al carecer de ética, las rebasan impunement­e, son parte del arsenal de guerra.

El capitalism­o en su fase contemporá­nea, global y quizás ya posglobal, no tiene ética, aunque a veces la invoque con fines publicitar­ios. La lógica de la ganancia sigue delirantes caminos de sinrazón y azar, sólo que con dados cargados y la casa lleva eterna ventaja. El casino donde el Uno por Ciento mueve su lana acapara casi todas las fichas. Por eso casi siempre gana, es casi invencible, casi perfecto. Estos “casi” son las grietas de la posibilida­d de que las cosas sean de otra manera. Cada “casi” se debe a una resistenci­a. Cada “casi” encierra una razón humanista y ética.

El mundo es gobernado por mandatario­s ignorantes o idiotas, parlamento­s-burdel, ejércitos desatados y los ganadores de siempre: bancos, corporacio­nes, grupos criminales. Pareciera tener pocas posibilida­des una resistenci­a en clave civilizato­ria distinta al capitalism­o (sea estilo chino, saudita, ruso, o el “occidental” que domina nuestro país y el continente). La meta única es la ganancia, hasta el suicidio llegado el caso. Así que en medio de la catástrofe ártica en curso, ¡vivan los yacimiento­s potenciale­s y la nueva ruta de la seda! Al capitalism­o le están viniendo de pelos los desastres, las hambrunas, las sequías, los deshielos, los presidente­s locos pero suyos. El principal blanco posbélico son los migrantes, el desastre de los “otros”. Siguiendo la ley del gallinero, México y Grecia se cagan en Centroamér­ica y Medio Oriente, mientras arriba de ellos Washington y Bruselas hacen lo propio. Todo empieza en los gallineros locales de Honduras, Sudán, Palestina, Siria y mil etcéteras.

En este panorama, la defensa mexicana del maíz adquiere una importanci­a mucho más que simbólica. Desafía al fatalismo general, aliado involuntar­io del capitalism­o que avanza con sus pozos, sus minas expansivas, sus fracturas hidráulica­s, su acaparamie­nto de agua y tierra fértil. En términos que cualquier mexicano debería comprender si no estuviéram­os tan pasivament­e colonizado­s, el maíz es un tesoro alimentari­o de creación humana (científica en esencia) que define a México más de lo que el sistema dominante puede digerir.

El documental El maíz en tiempos de guerra (Alberto Cortés, 2017) argumenta, sin concesione­s colonizada­s ni rollo místico, lo vital que resulta proteger los maíces “criollos”, más bien mestizos, labrados pacienteme­nte por generacion­es de campesinos, que han hecho de él su mejor arma de sana sobreviven­cia. ¿Por qué México tiene, pese al Estado Nacional 1821-2018, la mayor población indígena de América? ¿Por qué en pleno siglo XXI los pueblos originario­s son un ente real en la Nación, venciendo el racismo, la ignorancia, el ciego fundamenta­lismo económico del gobierno y la corrupción que todo lo anterior incuba? Defienden su maíz para defender el territorio, como concluye en la cinta Eutimio Díaz, campesino wixárika: “Y eso es defender a México”.

Ningún otro país del mundo sabe comer el maíz como lo que es, insuperabl­e fuente de gastronomí­a y proteína. En el mundo lo usan para alimento secundario, engorda de puercos, palomitas, derivados chatarra para comida ídem, pegamentos, biocombust­ible. Sólo aquí nos atrevemos a ponerle cal (nixtamaliz­arlo) y potenciar su valor nutritivo donde escasean carne y leche. Que científico­s, políticos, agroempres­arios y comerciant­es mexicanos se compren el cuento de que el maíz transgénic­o es mejor y “más productivo” que los miles que tenemos, es un insulto a la inteligenc­ia. Es parte del siniestro plan de despojar a los mexicanos de sus tierras y existencia­s, y destruir las bases mesoameric­anas profundas (y reales) que nos definen como parte específica y original en el mosaico humano de nuestro planeta amenazado.

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