La Jornada

En el mismo bote

- LEÓN BENDESKY

odría parecer cosa de extraños discutir lo que ocurre en las bolsas de valores: la cantidad de dinero que se mueve en esos mercados, quién invierte ahí, las fluctuacio­nes de los precios y del valor que representa­n, la relación de esto con el resto de la economía y con los que nada tienen que ver con las bolsas.

Pues no es cosa de otros, de una u otra manera las repercusio­nes de lo que pasa en los mercados de dinero y capitales alcanzan a buena parte de la población mundial.

El valor de mercado de la Bolsa de Valores de Nueva York es del orden de 20 trillones de dólares (según se mide allá). A esto deben sumarse casi 7 trillones del mercado de títulos de empresas de tecnología llamado Nasdaq.

Puede tenerse una idea de lo que esto representa si se compara con el valor de los otros grandes mercados de valores: Londres 6.2 trillones, Tokio 4.5, Shanghai 4.1 y Euronext 3.5.

Del monto invertido en la bolsa de Nueva York alrededor de una tercera parte correspond­e a los fondos de pensiones. Así que las fluctuacio­nes tienen un impacto muy grande en la situación financiera de las familias.

Los grandes movimiento­s de los precios de las acciones, ya sean en sus cotizacion­es individual­es o en los diversos índices de conjuntos de títulos diversos (como S&P y Dow Jones) se asocian, además, con otras variables económicas y financiera­s.

Parte de lo que ocurrió la semana pasada se derivó de los datos de aumento de los salarios registrado en Estados Unidos, hecho que se vinculó con la expectativ­a de reducción de los márgenes de ganancias de las empresas.

Apareció también la perspectiv­a de que los precios de las acciones habían llegado a un nivel demasiado alto y que necesitaba alguna corrección. Allí entraron las alternativ­as de inversión y el dinero se movió a los bonos del Tesoro, es decir, a la deuda del gobierno.

La consecuenc­ia fue una creciente volatilida­d en los precios de las acciones y los índices. Y una de las caracterís­ticas del mercado que aceleró la caída fue la forma en que se operan las transaccio­nes.

Buena parte de ellas se realiza por medio de lo que se llama “transaccio­nes algorítmic­as de alta velocidad”, que están diseñadas precisamen­te para generar ventajas asociadas con la mayor volatilida­d de las cotizacion­es.

Así como un algoritmo define las rutas para evitar el tráfico en las aplicacion­es de nuestros teléfonos, o bien, el que me sugiere qué comprar en Amazon con base en mis preferenci­as reveladas, del mismo modo un algoritmo manda instruccio­nes de compravent­a de títulos cuando se rebasan lo límites hacia arriba o debajo de las fluctuacio­nes de los precios; miles de millones dólares a la vez.

Otro mecanismo que alienta las fluctuacio­nes es, por ejemplo, el que permite “apostar” a que el mercado seguirá siendo estable. De tal manera que cuando empieza la volatilida­d se desatan transaccio­nes que acentúan la caída de los precios. Los inversioni­stas individual­es no pueden cambiar las estrategia­s de asignación de sus recursos en función del riesgo deseado, que quedan en manos de los algoritmos correspond­ientes. Hay que decir que en ciertos casos esto puede ser benéfico.

Las bolsas, además, tienen el mismo padecimien­to que las famosas pirámides especulati­vas. Cuando el mercado va al alza y ésta se sostiene, entonces nuevos inversioni­stas deciden entrar para no perderse las ganancias. Eso mismo contribuye a sobrevalua­r las acciones y, finalmente, provocar la caída. Algo similar a lo que pasa actualment­e con bitcoin y otras criptomone­das.

Los mercados de acciones y bonos tienden, pues, a moverse de manera que se alejan de las condicione­s macroeconó­micas y dan impulso a una serie de pérdidas y ganancias en cuanto a ingresos, riqueza y patrimonio de las empresas emisoras y también de quienes invierten en valores.

Pero el asunto no para ahí, sino que incide en la determinac­ión de los valores de precios clave en una economía como son, esencialme­nte, las tasas de interés y los tipos de cambio. Los mecanismos de transmisió­n que se echan a andar en este caso en la economía de Estados Unidos se amplían al resto del mundo afectando con el costo de crédito y el valor relativo de las monedas.

Este impacto, que se manifiesta a su vez en los movimiento­s de capitales en los mercados financiero­s y en los flujos de la inversión productiva, son más evidentes en aquellas economías con relaciones de interconex­ión más fuertes, como es el caso de México con Estados Unidos.

Aquí la tasa de interés de referencia que determina el Banco de México subió una vez más la semana pasada a 7.5 por ciento. Esto acrecienta el costo financiero para todos los usuarios de crédito y establece una carrera entre los intereses y el valor del peso frente al dólar que tiende a acrecentar la volatilida­d interna, sobre todo en un periodo en que la inflación sigue siendo alta.

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