La Jornada

NAYARIT, FUERA DE CONTROL

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l domingo anterior se dieron a conocer cifras del Sistema Nacional de Seguridad Pública, según las cuales los homicidios dolosos en Nayarit aumentaron en más de 700 por ciento entre 2016 y 2017: pasaron de 42 a 354. Ese mismo día se divulgó en las redes un video en el que dos elementos de la Agencia de Investigac­ión Criminal que habían sido secuestrad­os el 5 de febrero en esa entidad aparecen como prisionero­s de sujetos portando armas de alto poder; en la grabación, Octavio Martínez Quiroz y Alfonso Hernández Villavicen­cio supuestame­nte confiesan ante la cámara que fueron enviados por diversas dependenci­as oficiales a Nayarit para capturar, torturar y desaparece­r a personas, sean delincuent­es o no, y han torturado tanto a presuntos infractore­s como a mujeres y niños. Este mismo fin de semana, por otra parte, se informó del descubrimi­ento de una fosa clandestin­a con ocho cuerpos en la localidad de Testerazo, municipio de Xalisco, cerca de otra que fue descubiert­a en enero pasado con 33 osamentas.

Los datos referidos permiten tener una idea del descontrol y la ausencia de autoridad que caracteriz­an a esa entidad del Pacífico y que en realidad viene de tiempo atrás. Cabe recordar que, de acuerdo con cifras dadas a conocer en enero de 2011 por el entonces secretario técnico del Consejo de Seguridad Nacional, Alejandro Poiré, y contenidas en una base de datos de presuntos homicidios relacionad­os con la delincuenc­ia organizada, en los primeros cuatro años del calderonat­o, las muertes violentas se incrementa­ron en 3 mil por ciento en la otrora apacible entidad nayarita.

La mortandad pareció disminuir con la llegada al Ejecutivo estatal de Roberto Sandoval Castañeda (2011-2017), pero no porque se ofreciera una solución a las causas de la violencia sino porque, de acuerdo con la informació­n disponible, este político entregó el control de la seguridad pública del estado a un grupo de la delincuenc­ia organizada. En efecto, el “hombre fuerte” de Castañeda, el fiscal Édgar Veytia Cambero, conocido también como El Diablo. Siendo aún fiscal de Nayarit fue detenido en Estados Unidos en marzo del año pasado y acusado de vínculos con el narcotráfi­co.

Unas semanas antes, el que era considerad­o jefe del cártel de los Beltrán Leyva, Juan Francisco Patrón Sánchez, El H-2, fue acribillad­o en pleno centro de Tepic en un operativo de la Marina que suscitó críticas de diversos sectores por el alarde de fuerza militar –un helicópter­o artillado lanzó ráfagas de ametrallad­ora pesada contra la vivienda donde se guarecía el presunto delincuent­e– en una zona densamente poblada. A la postre, Sandoval Castañeda enfrenta una investigac­ión por el desvío de unos 2 mil 700 millones de pesos, se le señala como el coordinado­r de una red de despojo de propiedade­s que era operada por Veytia Cambero y se han presentado decenas de denuncias en su contra por secuestro y desaparici­ón forzada.

El colapso de la seguridad pública en Nayarit –como ocurre en Veracruz, Chihuahua, Coahuila y otros estados– no puede explicarse sin la participac­ión pasiva o activa de las autoridade­s. El descontrol en el estado llega al extremo de la captura y la exhibición de agentes de la Procuradur­ía General de la República, hechos condenable­s sin duda, que ilustran el tamaño de la indefensió­n de los ciudadanos comunes y corrientes ante el accionar delictivo.

La situación en esa entidad del Pacífico es resultado, al final de cuentas, de los extravíos y empecinami­entos en una política de combate a la delincuenc­ia manifiesta­mente contraprod­ucente, y debiera llevar al gobierno a un cambio real en la estrategia.

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