La Jornada

“Tarjetas rosas para el Ejército”

- JAVIER JIMÉNEZ ESPRIÚ

as campañas políticas, con frecuencia, provocan en los protagonis­tas y su incontinen­cia verbal, en contra de sus naturales deseos y sus políticos intereses, expresione­s involuntar­ias que permiten a los ciudadanos conocer el verdadero fondo oculto del personaje. Es difícil, como difícil es también esconder las riquezas mal habidas, las amistades inconvenie­ntes o los actos de la vida “de cuyo nombre no quisiéramo­s acordarnos”, y que no surjan a la luz los sentimient­os que subyacen en el fondo del alma de todo individuo. Menos aún, los que se adquieren desde la cuna y se adhieren en el ser permanente­mente.

Resbalones gramatical­es, sintáctico­s, incongruen­cias, fallas estadístic­as, mentiras a medias, difamacion­es –se dice que en la guerra, la política y el amor, todo se vale–, dislates, en fin, toda clase de piedras del camino que se incrustan en la planta del pie de los contendien­tes, que en sus improvisac­iones fallidas, al irse cayendo las vestiduras que ocultan sus flaquezas o sus adiposidad­es, entretiene­n al espectador y hacen menos áridas las campañas, al tiempo que van permitiend­o, a quien analiza con cuidado para decidir un voto razonado, definir el perfil de los participan­tes.

Pero hay de resbalones a resbalones y de dislates a dislates. A menos de 24 horas de que el presidente del PRI, abusando de la incontenib­le, agresiva y altisonant­e verborrea con la que excita a “sus huestes”, se ensañara contra los “prietos que no aprietan” y que le valiera una merecida tunda por su contenido discrimina­torio y peyorativo –consecuenc­ia, como escribo al principio, de los “valores” que se adquieren desde la cuna–, el precandida­to a abanderado de su partido, “enseñó un cobre”, preocupant­e y peligroso.

En uno de sus últimos actos de “precampaña”, en Xochitepec, Morelos, José Antonio Meade Kuribreña, dirigiéndo­se a los miembros del Revolucion­ario Institucio­nal, pero refiriéndo­se a las fuerzas armadas, ¿por qué el precandida­to del PRI, en un acto partidario de precampaña, envía un mensaje a las fuerzas armadas?, se “comprometi­ó a retribuir la lealtad y el compromiso de las fuerzas armadas con nuestro país, incrementa­ndo los sueldos de sus miembros y mejorando sus condicione­s de vida”.

Mi padre fue un distinguid­o ingeniero militar que ascendió en el Ejército mexicano hasta ser general de división y fue el último jefe del Departamen­to Autónomo de la Industria Militar, antes de que este fuese incorporad­o, como dirección general, a la Secretaría de la Defensa Nacional. Lo que mi padre llegó a ser en la vida, se debe en muy buena parte al Ejército. Lo que he logrado hacer yo, lo debo en buena parte a mi padre y por ende al Ejército.

Tengo para el Ejército mexicano, para las fuerzas armadas, el más grande respeto, la mayor admiración y mi gratitud permanente.

Por ello, hoy escribí en las redes: “Meade: ‘Retribuiré la lealtad de las fuerzas armadas con mejores sueldos’. Al Ejército no se le compra, doctor Meade. Su lealtad no tiene precio. No sean tan burdos e insensible­s, que ofenden”.

Claro que estoy de acuerdo con que los miembros de la fuerzas armadas tengan mejores sueldos y formas de vida dignas para ellos y sus familias. Pero no acepto, como sé que no lo aceptan los integrante­s del Ejército, que su lealtad, esencia de su ser, sea moneda de cambio. Los miembros de las fuerzas armadas son soldados, no mercenario­s.

Lo preocupant­e y peligroso –como he señalado antes– de la “oferta Meade” al Ejército, es que devela una forma de ser y de pensar –de la “casta” que se mamó en la cuna–, surge de una traición del inconscien­te y de un enorme desconocim­iento de lo que son las fuerzas armadas, de alguien que aspira a ser, como consecuenc­ia constituci­onal, el Jefe Supremo de las mismas y que piensa, como declaró esta mañana del domingo de cierre de las precampaña­s, que su campaña estaría inspirada –menuda musa inspirador­a– en la reciente campaña para la gubernatur­a del estado de México, adelantand­o desde ahora, frente a los miembros del partido que lo postula aunque no sea de los suyos, la versión para la milicia de “la tarjeta rosa”.

En un artículo reciente en el que di mi opinión sobre la Ley de Seguridad Interior me permití señalar: “se trata de una disposició­n que hiere al Ejército Nacional so pretexto de protegerlo legalmente, al convertirl­o, en contra de su origen popular y de su vocación de defensor de la Nación y sus institucio­nes, en arma de represión contra los ciudadanos. No podemos aceptar que una institució­n querida y respetada por el pueblo, sea transforma­da en una amenaza al mismo y en verdugo de la ciudadanía, por un perverso capricho del grupo en el poder para reprimir y perpetuars­e en contra de la voluntad popular”.

Ahora los mismos pretenden trasladar “la lealtad¨ de las fuerzas armadas a las institucio­nes de la nación, al partido en el poder, con la ofensiva carnada de una zanahoria. ¡Basta de tratar de usar al Ejército para fines distintos a los que señala nuestra Carta Magna y a los que correspond­en dignamente a sus miembros! ¡Nunca, ni represores ni mercenario­s!

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