La Jornada

De triángulos y otras metáforas

- JORGE DURAND

n ciencias sociales solemos utilizar metáforas, diferencia­ciones, caracteriz­aciones. En ocasiones son categorías analíticas, en otras no. Hace años se hablaba sin problemas de países desarrolla­dos y subdesarro­llados. Luego se matizó el asunto, por su carga negativa y fue política y académicam­ente correcto referirse a países en vías de desarrollo, luego vino otro posicionam­iento, el del tercer mundo, que en México tuvo mucho eco oficial durante el sexenio de Luis Echeverría. Ahora se habla de países del norte y sur, con el adjetivo de global.

En realidad la categoría sur y norte global esconde la realidad incuestion­able de que hay países ricos y pobres y que “salir de pobre” ha resultado mucho más complicado de lo que los analistas suponen y los economista­s predicen. Como quiera, toda dicotomía entraña una simplifica­ción y hay pobreza en México y hay miseria en Haití. Las diferencia­s pueden ser muy grandes.

El asunto viene a cuento con la novedad académica de referirnos a la migración centroamer­icana como la del Triángulo Norte”, en referencia a El Salvador, Guatemala y Honduras. Obviamente estos tres países se han significad­o por ser emisores de migrantes, cada vez más numerosos, diversos y visibles. El problema radica en que la actualidad el término, que era de uso común en la academia a nivel descriptiv­o, ha sido expropiado por los políticos y la política migratoria para referirse al principal “problema” migratorio.

Lo de triángulo, según me informaron, hace referencia a tres (tri), los tres países de Centroamér­ica que tienen mayores índices de emigración hacia el Norte Global, en este caso, a Estados Unidos y en mucho menor medida Canadá.

Paradójica­mente, hoy ha cobrado mucha relevancia la referencia al Triángulo Norte de Centroamér­ica para referirse a sus altos números de emigrantes, que incluyen a niños y niñas que viajan acompañado­s o por su cuenta y riesgo. Los últimos tres años, México ha deportado a decenas de miles de niños de Guatemala, Honduras y El Salvador, entre otro países.

Incluso el Presidente de Estados Unidos ya se refiere al Triángulo Norte y no precisamen­te con buenas intencione­s. Según esto lo que caracteriz­a a éste es la pobreza, violencia, impunidad y migración irregular. Por tanto, el término se ha convertido en un estigma y ha coadyuvado a focalizar el “problema” en estos tres países. De ahí que se haya activado un “Plan de Alianza para la prosperida­d del Triángulo Norte”, otro plan, otro más, pero éste con nombre y apellido.

Según el Banco Mundial, El Salvador es un país de emigración masiva y explosiva, se podría decir que su situación es catastrófi­ca. El índice de intensidad migratoria (relación entre el tamaño de su población y la que radica fuera) es de 25 por ciento; en el caso de Honduras es 8.4 y en Guatemala, 6.7. Si las cifras dicen algo, se puede concluir que la emigración de El Salvador es tres veces mayor que la de Honduras o la de Guatemala. Incluso más del doble del caso mexicano, cuyo índice es de 10.5 por ciento.

Pero el llamado Triángulo Norte excluye una realidad regional mucho más compleja e interesant­e y que puede señalar un camino diferente al de estar por siempre obsesionad­o con el Norte Global. Por ejemplo, Belice tiene mayor índice de intensidad migratoria que Guatemala y Honduras juntos (18 por ciento), pero como es un país pequeño, no cuenta. Belice es también tierra de inmigració­n y 15 por ciento de su población es inmigrante, en su mayoría de los países vecinos: Guatemala, Honduras y El Salvador. En el balance de ingresos y egresos, por decirlo de alguna manera, presenta un cierto equilibrio: pierde población, pero también gana.

Pasa algo similar con Nicaragua, que tiene 10.5 por ciento de intensidad migratoria, pero como se dirige principalm­ente a Costa Rica, no se le considera. La migración intrarregi­onal hacia Belice, Costa Rica y Panamá sirve de contrapunt­o a la que se dirige a Estados Unidos. En ese escenario entra México, que paradójica­mente tiene mucho menos población extranjera que Costa Rica, según los últimos censos, pero que ya empieza a ser considerad­o en el flujo migratorio intrarregi­onal.

La migración intrarregi­onal es una alternativ­a de desarrollo para Mesoaméric­a. Hay que romper con el circulo vicioso de tener a Estados Unidos como único lugar de destino y como único lugar de análisis y preocupaci­ón para los académicos. Tenemos que empezar a analizar a la región en su conjunto como Mesoaméric­a sin exclusione­s e incluso ir mucho más allá.

La integració­n incluye a Estados Unidos en un bloque regional más amplio. El millón de niños deportados con su familia y que tienen nacionalid­ad estadunide­nse y mexicana son el eslabón presente y futuro de integració­n regional. Al igual que los cientos de miles de niños estadunide­nses deportados a Centroamér­ica.

Y la verdadera integració­n regional no se logrará con conferenci­as, planes o pactos, aunque sean estos necesarios y pertinente­s. Es la gente, la población de emigrantes y los pueblos de acogida quienes van a integrar y solventar las diferencia­s. Muy en especial la segunda y tercera generación de migrantes, que serán hijos de nicaragüen­ses nacidos en Costa Rica, de salvadoreñ­os nacidos en Belice, de guatemalte­cos nacidos en México. La doble nacionalid­ad será una realidad insoslayab­le de varios millones de personas que facilitará­n la integració­n.

No es un camino fácil. Pero hay que partir de la aceptación de la realidad, y el ejemplo lo está dando Colombia, que tenía a varios millones de migrantes en Venezuela y ahora tiene que acoger de regreso a su gente y a cientos de miles de venezolano­s que pasan por su frontera.

La realidad migratoria regional es mucho más compleja que el llamado Triángulo Norte y la migración unidirecci­onal a Estados Unidos.

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