Asaltos son asaltos
Mi tía nos cuenta que llegó muy temprano a la funeraria. A esas horas, y siendo el último día del año, había muy pocas personas en las capillas y ninguna en la que ocupaba Rodolfo. Eligió un sillón, segura de que en algún momento llegarían otros miembros de la familia o algún conocido. Estaba pensándolo cuando apareció un hombre alto, vestido con una chamarra a cuadros que llevaba una especie de maletín. La saludó muy amable y fue a sentarse frente a ella.
Agradecida por su presencia y en vista de que no había nadie más, quiso romper la incomodidad del silencio preguntándole cómo se había enterado del fallecimiento de Rodolfo. El hombre, en vez de contestarle, fue a cerrar la puerta de la capilla. Mi tía lo atribuyó a que en el corredor una persona hablaba en voz muy alta.
El hombre volvió a sentarse, esta vez a su lado, y dijo algo para ella incomprensible, pero cuando lo vio sacar de su maletín una pistola comprendió que la estaba asaltando. Horrorizada, se cubrió la boca para sofocar un grito.
Él le advirtió que no iba a hacerle daño, a menos de que se negara a entregarle cuanto trajera. Mi tía le dio su reloj y su bolsa. El hombre se puso a observarla y ella cometió el error de llevarse la mano al cuello para cubrir el collar. Él desconocido le ordenó que se lo quitara. Ella lo obedeció llorando, pero antes de entregárselo, acarició la joya y dijo lo mucho que significaba para ella por ser el último regalo de su esposo y el símbolo de 25 años de matrimonio feliz.
Imperturbable, el ladrón metió los objetos robados y la pistola en su maletín. Después de advertirle que la mataría si intentaba denunciarlo o pedir auxilio, entreabrió la puerta para asegurarse de que nada obstaculizaría su huida. Ella aprovechó el momento para llamarlo buen hombre y suplicarle que le devolviera el collar. No ganaba nada con llevárselo: no era de oro, las piedras eran falsas; si algún valor tenía era sentimental, y sólo para ella.
El hombre la miró burlón, abrió la puerta y se fue. Mi tía Margarita nos dijo que sin su collar sintió que algo de su vida estaba deshecho, perdido para siempre y sin ningún recato se soltó llorando. La puerta se abrió de golpe y desde allí el asaltante le arrojó el collar. Los dos salieron ganando: ella recuperó el objeto más preciado de cuantos tiene y el ladrón se fue cargando una culpa menos.