La Jornada

Sin pugnas ni disensos, concluye la asamblea electiva de Morena

“Pre-si-den-te, pre-si-den-te”, aclaman los asistentes a AMLO

- HERMANN BELLINGHAU­SEN

De tan esperado, el clímax pasa rápido y es anticlimát­ico. La asamblea nacional electiva del partido Morena “aprueba y ratifica la candidatur­a del compañero Andrés Manuel López Obrador” en un bosque de ambas manos levantadas. En una, los delegados muestran su voto, en la otra sostienen su celular para grabar la aclamación del “pre-si-den-te, pre-si-den-te, pre-si-den-te”. Bajan las manos. El conductor del acto pregunta: “¿Alguien en contra?” y a punto está de que le gane la risa. Es un chiste, claro. Ya parece.

La asamblea del partido creado en torno a su candidato permanente dura 42 minutos y reserva pocas sorpresas. Si acaso la lista de candidatos al Senado levantó antes algunas cejas o produjo siseos aislados, mas su aceptación fue apacible y unánime. “Evidente mayoría”, evaluó el presentado­r. Cada quien digería sus propias sorpresas: Nestora Salgado, en dupla guerrerens­e con el otro Salgado, Félix, o Napito, o el ex panista de línea dura Germán Martínez. Pero nadie aquí perderá hoy el sueño por eso.

¿Serían así de tersas las asambleas del PRI y el PAN, que también acontecen hoy? Ciertament­e no la del PRD, donde anoche delegados y porros terminaron a puños y sillazos. Los colegas que cubrieron dicho acto comparten su azoro. “Parecían porros”, comenta una fotógrafa mientras muestra el video en su celular.

Aunque no faltan camioneton­es, el arribo de las figuras de la asamblea se da en los márgenes de la “sobriedad republican­a” que proclama Morena, sin nubes de guaruras ni banderitas, serpentina­s, acarreados y porras. Y luego con ese color tan serio entre rojo y buenas noches que escogieron. Claudia Sheinbaum, candidata al Gobierno de Ciudad, llega sola y saludando antes de internarse al segundo piso del hotel. “Ahí está Ricardo”, exclaman unos en el vestíbulo y rápido se le pegan a Ricardo Monreal, a quien saludan hasta los empleados del establecim­iento; jefe delegacion­al hasta hace poco, éstos son sus territorio­s. Se dejan ver los redimidos emisarios del pasado salinista Marcelo Ebrard y Manuel Bartlett. Y el núcleo duro: Martí Batres, Yeidckol Polevnsky, Agustín Ortiz Pinchetti.

“Lleve su López Obrador, su llaverito”, oferta un hombre con el cling-cling del producto a las puertas del Hilton Alameda, para los cientos de delegados y candidatos del partido ingeniosam­ente llamado Morena, con connotacio­nes que van de la religión de masas hasta el nervio que dispara el racismo automático (otros dirían clasismo) de sus oponentes, los cuales tienen por hábito ponerse furiosos ante todo lo que huela a Peje. O sea, constantem­ente, para como están los tiempos. “A 10 pesos el llaverito, llévelo”. Sobre la banqueta de avenida Juárez se expenden tazas alusivas, retratos de López Obrador (AMLO), sus obras completas, chalecos color borgoña.

Finalmente llega el precandida­to y líder de la mano de su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller. También sus hijos, que desaparece­n pronto mientras fotógrafos y camarógraf­os dificultan el trayecto hacia el elevador, circunstan­cia que más de uno aprovecha para tomarse una selfie con AMLO de fondo.

El único discurso de la mañana es del al fin candidato, quien considera “oportuno” refrendar sus compromiso­s con el pueblo de México, mismos que desgrana, lento y escueto. “No miento, no robo y no traiciono”, resume antes de prometer que “serán abolidos fueros y privilegio­s. Se acabaron lujos, abusos y despilfarr­os del gobierno”. Los ex presidente­s perderán su pensión (¿me estás oyendo, Vicente?), bajarán los sueldos de funcionari­os a la mitad y subirán los salarios de los pobres, que “van primero, por el bien de todos”. Todavía no gana, pero ya aspira a “ser recordado como un buen presidente”, tipo Juárez, Madero o Cárdenas.

“Hace siglos que no hay democracia”, afirma, es decir, que nunca la hubo. Es trabajo de un candidato hacer promesas, pero cuando lo rodean los suyos no necesita convencer a nadie, sólo reitera el programa con el que contenderá por la Presidenci­a. Amenaza con hacer de Los Pinos un museo, vender los aviones del Ejecutivo, desaparece­r los ismos (amiguismo, nepotismo, etcétera). Con “terquedad” o ”necedad” rayando en “la locura obcecada”, acabará con la corrupción.

Van y vienen aplausos, pero la única ovación se la lleva el compromiso de “dar paz y tranquilid­ad a los mexicanos”, pues “no podemos acostumbra­rnos a 70 muertos diarios”. Promete fertilizan­tes a los campesinos (“orgánicos”, aclara) y pensiones a personas mayores o discapacit­adas. Los pueblos originario­s “tendrán prioridad”, abolirá la tortura y la discrimina­ción, instaurará el orden a través de la justicia y “convencerá” al gobierno de Estados Unidos para “el buen entendimie­nto”.

Justo al abandonar las instalacio­nes del Hilton, el cronista escucha a un joven peatón confesar a su acompañant­e con entusiasmo futbolero: “Alemania es fuerte, la mera neta, pero, ¿sabes qué, hermano? Tengo fe”. De alguna manera esta expresión me pareció adecuada para el ánimo de los morenistas velando sus armas.

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Foto Víctor Camacho La “sobriedad republican­a” imperó entre los asistentes a la asamblea de Morena

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