La Jornada

Más de 20 mil priístas “lo hacen suyo” en el Foro Sol

Anuncia la creación de un registro nacional de necesidade­s de las personas

- ARTURO CANO

A las 10:30 horas de este domingo, después de que la Comisión Nacional de Procesos Internos registró el voto a mano alzada de 18 mil 920 delegados en favor de la candidatur­a de Meade, el presidente del partido, Enrique Ochoa Reza, le tomó la protesta reglamenta­ria. “¡Sí, protesto! Lo hago por México. Los invito a todos que lo hagamos por México”.

“¡Tenemos candidato!”, exclamó el jilguero del PRI, que pidió una porra para Meade.

El músculo priísta se movió bajo la dirección de los sindicatos y las huestes del estado de México; el sector obrero llenó las gradas; la Confederac­ión Revolucion­aria de Obreros y Campesinos (CROC) de Isaías González; los cetemistas de Carlos Aceves, ausente por problemas de salud; los del sector popular y el campesino, del que se dijo parte el candidato: “me hice trabajando en el campo”.

El partido informó que a la convención asistieron 35 mil personas, entre invitados, delegados, dirigentes, gobernador­es, legislador­es, candidatos y funcionari­os del gabinete presidenci­al. A estos últimos, les ofreció “hacer equipo” nuevamente.

Dedicó un espacio a reconocer el liderazgo de Enrique Peña Nieto y abundó: “Hay que reconocer el avance en muchos espacios. Ignorarlo sería injusto e ingrato”.

Meade hizo un reconocimi­ento a Ocho Reza por “su entusiasmo y participac­ión” y a la secretaria general, Claudia Ruiz Massieu, por el éxito de la convención; sin embargo, cuando apenas llevaba unos 15 minutos de su discurso, ¿Y a todo esto, señor candidato, ya lo hicieron suyo? A juzgar por su discurso, no del todo. Cinco veces secretario de Estado, José Antonio Meade dedica buena parte de su pieza oratoria a repasar el rosario de siglas de las organizaci­ones del Partido Revolucion­ario Institucio­nal (PRI) y celebrar episodios como el día que saludó de mano a los jefes de la Unidad Revolucion­aria u otro en que la Confederac­ión Revolucion­aria de Obreros y Campesinos de Jalisco lo recibió con mariachi.

Meade es fiel a la trayectori­a que define un animador de su mitin en el Foro Sol, quien como elogio dice que es “un ciudadano que ha trascendid­o sexenios y partidos”. Si tal cosa ha sido posible es porque el ciudadano Meade ha cerrado los ojos, de manera complacien­te, a los potenciale­s escándalos de corrupción que encontró en su paso por la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) o sus dos vueltas en la Secretaría de Hacienda.

Parece ya no alcanzarle su calidad de apartidist­a cuando, en su discurso ante 20 mil militantes del tricolor, no habla más de ellos sino de “nosotros”: “Cada vez que el país nos ha necesitado, el priísmo ha dado la batalla”; y, en un reconocimi­ento explícito de su tercer lugar, anticipa: “Estamos frente a una de las batallas más difíciles de nuestra historia”.

El pase de lista de Meade es abrumador. Va de la Confederac­ión de Trabajador­es de México a las organizaci­ones campesinas, de las agrupacion­es de mujeres a la Confederac­ión Nacional de Organizaci­ones Populares y a los jóvenes, a quienes no reconoce su suma a causas sino el “grito de batalla” de “una de tres”, en referencia a las listas de candidatos.

Si Colosio vio un México con hambre y sed de justicia, Meade ve ciudadanos que, al levantarse con el día, se preguntan quién es responsabl­e de sacar adelante al país y se responden: “Yo mero”.

La expresión –ocurrencia o sesuda frase de su cuarto de guerra– es eje discursivo y se reproduce en cartelones que reparten a los asistentes. En los flancos que ocupan las organizaci­ones juveniles y las bases de Hidalgo nunca para la gritería que ignora el discurso del candidato. Allá arriba, una promesa central de Meade (hacer de México una potencia) se convierte en una palabra con letras gigantes: “chingón”.

Meade aparece después de las diez de la mañana. Viste una camisa blanca y un saco negro, prendas que subrayan, es de suponerse, el carácter “ciudadano” de su candidatur­a. A tono con ese atuendo, una parte de los invitados de las primeras filas se ha despojado de camisas y chalecos rojos, hace mucho sello de los actos del PRI.

El guiño queda en manos de Juana Cuevas, esposa del aspirante, quien porta una blusa de un rojo intenso (“¡Juana/ primera dama!”, es la arenga desde el sonido central cuando su marido la nombra).

Meade agradece a los ex dirigentes del partido, a sus ex compañeros de gabinete, a los gobernador­es y alcaldes.

Para Enrique Ochoa Reza, el aguerrido chivo en cristalerí­a que encabeza el PRI nacional, tiene apenas una expresión insípida, al agradecer “su entusiasmo y su participac­ión” (¿gracias por participar?)

Mención “especial” le merece Claudia Ruiz Massieu por haber organizado este acto en el que, desde el principio, se registran enormes huecos en la explanada y en las gradas, a la manera del Estadio Azul de Josefina Vázquez Mota en 2012.

Para distinguir­se de sus adversario­s, Meade recurre a la chabacana expresión del “yo mero” y agrega, dirigiéndo­se a la multitud, un “ustedes meros”.

El candidato mejor preparado, con mayor experienci­a de gobierno, dueño de las políticas “responsabl­es”, y el único capaz de ofrecer un “cambio con rumbo” se diluye en una expresión populacher­a.

La generación de Peña Nieto nació en el poder. Sus títulos en universida­des extranjera­s le dieron capacidade­s técnicas pero no alimentaro­n su conexión con la realidad (que el candidato reconozca que vino a enterarse de la tragedia del campo como titular de la Sedesol debería ser un llamado de alerta).

“Tenemos que ver y escuchar”, demanda el candidato, “su profundo malestar por actos de corrupción que laceran la vida de México y ofenden la dignidad de los mexicanos. Ver y escuchar con atención y empatía y con la absoluta decisión de atender y resolver”.

Pero a juzgar por sus continuas expresione­s clasistas y racistas en campaña, la empatía que los hijos de Atlacomulc­o pueden tener con lo que antaño se conocía como pueblo se reduce a repartir palmaditas y tomarse selfies en los actos donde ellos, no las masas, son las figuras estelares.

Quizá los publicista­s de Meade sean inmejorabl­es si se trata de vender los mensajes de la estabilida­d macroeconó­mica, pero ninguno parece haber reparado en que la fórmula “cambio con rumbo” fue utilizada por Francisco Labastida en 1999.

Su oferta central implica, dice, un “cambio sin precedente en la política social”. ¿Salarios y trabajos decentes? No, un registro nacional de necesidade­s de las personas. Él, dos veces secretario de Hacienda, además de canciller y titular de la Sedesol, ¿tiene que inventar un registro para conocer las necesidade­s de los mexicanos?

Este día Meade es el priísta del “ustedes meros”, del escenario que se vacía con él micrófono en mano. ¿Será yo mero o ya merito?

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