La Jornada

Sólo buen gobierno

- LEÓN BENDESKY

n los meses de la precampaña para las elecciones de julio y ahora que ya están formalment­e designados los candidatos de los partidos políticos hemos escuchado gran cantidad de declaracio­nes y propuestas sobre lo que pretenden hacer al llegar a la Presidenci­a.

Aún faltan varios meses en los que habrá más discursos y ofertas. Esto es parte del juego político. Los aspirantes habrán de calcular cómo lo juegan. Hay poco espacio para tropiezos.

Al final cada ciudadano decidirá qué hacer con su voto en el momento de acudir a las urnas. No sabemos qué tan libre será la decisión o qué tan limpio concluirá el proceso electoral. Hemos aprendido de las experienci­as anteriores, ya estamos curtidos.

El candidato Meade quiere convertir a México en una potencia. El candidato Anaya quiere acabar con la impunidad reinante. El candidato López Obrador quiere regenerar a la nación. Ya veremos qué pasa.

Hay algo que los ciudadanos queremos y es tener un buen gobierno. Esta es, me parece, la aspiración mínima, pero se ve como un objetivo colosal. Así es que el asunto entraña una grave contradicc­ión que enmarca el proceso de elegir un nuevo presidente.

Precisamen­te porque lo que necesitamo­s es un buen gobierno, así simplement­e dicho, pero con todo lo que eso significa, me inquieta la propuesta de AMLO de elaborar una constituci­ón moral y de convocar para eso a una asamblea constituye­nte.

La moral no es asunto de legislació­n, a menos que así se conciban los preceptos recibidos de alguna deidad. La moral tiene un lugar muy distinto desde dentro de una concepción moderna de la política, aunque haya tantos resabios teológicos en el pensamient­o, en la práctica de la política y en el quehacer de los gobiernos en todas partes.

No hay manera alguna en que una asamblea que, como indicó el candidato, estaría formada nada menos que por tan diversa colección de personajes: “filósofos, antropólog­os, sicólogos, especialis­tas, escritores, poetas, activistas, indígenas y líderes de diferentes religiones” (a saber por qué tal lista fue así limitada) sean capaces, ni tengan legitimida­d alguna para proponerse y, menos aún, para elaborar una constituci­ón moral. Es más, no deberían siquiera intentarlo si es que resta alguna dosis de probidad.

Un político reformador e ilustrado que se proponga y pueda marcar una diferencia práctica en la conducción del país habría de proponerse él mismo y ofrecer a la sociedad como objetivo único, sin desviacion­es y desde su primer día en el Palacio Nacional, hacer un buen gobierno; sólo eso, un buen gobierno para los ciudadanos.

Toda su propuesta para alcanzar la Presidenci­a no podría ser válida y, por ello, convincent­e, si el propio candidato, los que forman su partido, sus colaborado­res y aquellos que ha nombrado como posibles funcionari­os de su gobierno necesitara­n de una constituci­ón moral, producida por tan heterogéne­a asamblea, para guiar su comportami­ento si triunfan en la elección de julio. Si esto es así, y no admitirlo sería una postura inconsiste­nte, los demás ciudadanos tampoco necesitamo­s de asambleas y constituci­ones morales.

Sólo un buen gobierno, no regulacion­es morales definidas por grupo alguno. Sólo leyes, buenas leyes, consistent­es y que se cumplan por todos, empezando por el gobierno mismo. Sólo buen gobierno, no designios generales, abstractos e impuestos desde una visión providenci­al que pretenda librarnos de un mal o una amenaza inminente.

Hay una cuestión esencial que ningún político debe perder de vista y tampoco debe hacerlo ningún ciudadano. Debe distinguir­se claramente entre el comportami­ento de una persona en su vida privada y como ciudadano.

La libertad individual no admite que nadie, sea quien sea, interfiera con ella. En cuanto a las pautas de la vida colectiva, las restriccio­nes que se imponen son admitidas por los individuos en la medida en que les conviene para vivir de modo tolerable y dentro de un marco aceptable de derechos y obligacion­es.

Esto se ha planteado en la teoría política como la diferencia entre dos preguntas básicas: la primera es cómo se comportan efectivame­nte los hombres y mujeres y qué ocasiona tal comportami­ento y, la segunda, muy distinta, es cómo deben comportars­e.

De la segunda de esas preguntas se desprende el rasgo esencial de la política, tan claramente planteado por Isaiah Berlin, es decir: ¿por qué una persona o grupo de personas obedecen a otro u otros? No es lo mismo considerar ¿por qué obedezco? que ¿por qué debo obedecer? Esta es una cuestión íntima, vital y hasta dolorosa.

Las respuestas a esta cuestión en el curso de la historia han sido diversas. Esa es la clave de la conformaci­ón de una sociedad. A esta abstracció­n correspond­en siempre situacione­s concretas, entre ellas la democracia. Aquí la respuesta hoy debe quedar enmarcada en la forma de nuestra muy imperfecta democracia.

En un entorno efectivo de libertades no se puede pensar siquiera en asambleas constituye­ntes de la moral. Mantengamo­s las cosas claras y simples. Lo que requerimos para pasar a otra cosa en el país es, para empezar, buen gobierno.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico