Debates presidenciales: otra oportunidad
a determinación del Instituto Nacional Electoral (INE) sobre el número, las fechas en que tendrán lugar y la mecánica de funcionamiento de los debates presidenciales previos a las elecciones generales, abre una nueva expectativa para la ciudadanía, especialmente aquella dispuesta a acudir a las urnas el próximo 1o de julio, que debería ser la gran mayoría del padrón electoral. Reedita, asimismo, la posibilidad de que esa práctica –mediante la cual los candidatos de los distintos partidos tienen ocasión de exponer sus propuestas políticas, los planteamientos que tienen frente a diversos temas de interés público y sus plataformas programáticas– aporte datos que permitan a los votantes sufragar de manera razonada y con conocimiento de lo que cada uno de los presidenciables tiene para ofrecer.
La anterior debería ser una apostilla innecesaria porque precisamente para eso se organizan y se celebran los debates, pero los antecedentes que al respecto tenemos en México no son lo suficientemente satisfactorios como para dar por sentado que ese ejercicio cumplirá efectivamente con su cometido. Formatos poco funcionales, intervenciones más cercanas al monólogo que al intercambio de ideas o a la discusión franca, predominio de la descalificación personal por sobre las diferencias de enfoque, y una escasez generalizada de ofertas concretas para el electorado han deslucido las anteriores versiones.
No habían empezado mal; sin embargo, el primero de ellos, efectuado en mayo de 1994 con la presencia de Ernesto Zedillo, por el PRI; Diego Fernández de Cevallos, PAN, y Cuauhtémoc Cárdenas, PRD, fue más un conjunto de exposiciones individuales que un debate; a fin de cuentas sirvió para dejar claro el perfil de cada uno de los participantes, y (un poco menos) los puntos que los diferenciaban en términos políticos y socioeconómicos.
Al segundo debate acudieron Vicente Fox, por la Alianza por el Cambio, el priísta Francisco Labastida, nuevamente el perredista Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo por el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, Gilberto Rincón Gallardo, por el Partido Democracia Social y Manuel Camacho Solís, del Partido Centro Democrático. El encuentro fue más desarticulado y más teñido de pintoresquismo que el anterior (Labastida, por ejemplo, se quejó de que Fox lo había llamado “mariquita”, “chaparro” y “mandilón”, y el propio Fox no