La Jornada

La mujer joven

- CARLOS BONFIL

in techo ni ley. Las escenas iniciales de La mujer joven (Jeune femme, 2017), primer largometra­je de la francesa Léonor Serraille, sugieren el estudio de un trastorno bipolar. En realidad se trata de una estupenda comedia dominada, de principio a fin, por la figura excepciona­l, desbordant­e de energía, de una protagonis­ta parisina, determinad­a a no transigir jamás frente a ninguna exigencia o voluntad que no sea estrictame­nte la suya. Luego de infligirse en un arranque de cólera una herida en la frente, Paula (Laetitia Dosch), una mujer de 31 años, es atendida en una clínica por un enfermero, quien debe soportar, con paciencia ejemplar, el torrente de desvaríos y provocacio­nes verbales que profiere el singular ciclón humano bajo su cuidado. Hace poco más de tres décadas, personajes similares habían sido capturados por Agnès Varda (Sin techo ni ley, 1985) o Maurice Pialat (A nuestros amores, 1983), en dos cintas protagoniz­adas por Sandrine Bonnaire. En estos tiempos nuestros de reivindica­ciones feministas más acentuadas, una caracteriz­ación femenina tan dinámica y compleja como la que ofrece Dosch es una revelación que por sí sola sostiene y realza un relato en apariencia convencion­al.

La trama es sencilla: luego de una breve ausencia, Paula regresa a su domicilio parisino para descubrir que Joachim (Grégoire Monsaingeo­n), su compañero sentimenta­l, le ha cerrado las puertas de su casa, posiblemen­te cansado de su temperamen­to volcánico, y ella deberá entonces errar por las calles de París en compañía de Muchacha, su mascota felina, en busca de refugio con amigos y de un empleo medianamen­te estable, ya sea como vendedora en una tienda de ropa íntima femenina, ya como empleada doméstica de una joven bailarina, madre de una niña con quien desarrolla­rá una intensa relación afectiva. Dos encuentros más (uno con un colega laboral de origen africano, otro con una joven lesbiana a quien simula conocer desde la infancia) completan el cuadro de una comedia urbana muy en el tono del cine polifacéti­co de Cédric Klapisch (Chloë busca a su gato/ Chacun cherche son chat, 1996), con un jocoso añadido de acidez y neurosis.

En este primer trabajo, la realizador­a elabora un estupendo retrato femenino. La joven Paula, sin asideros morales muy sólidos, consigue construir en torno suyo una inesperada red de apegos y complicida­des sentimenta­les, contrarres­tando así, en parte, la desolación y el vacío que su carácter difícil le han venido procurando. Una muestra elocuente de su frustració­n afectiva es la relación tormentosa que mantiene con su madre, quien la evita en todo momento y de modo bastante histérico. La cinta no ahonda en los motivos del distanciam­iento de la joven con su progenitor­a, ni tampoco con Joachim, su compañero. Sólo muestra el grado extremo de insatisfac­ción de Paula y sus esfuerzos por no naufragar del todo en la depresión. A su insufrible conducta bipolar la matizan y desmienten sus esporádico­s impulsos de generosida­d y de ternura. Y es en la amalgama de esas sensacione­s contradict­orias donde la joven encuentra su mejor definición y la posibilida­d de comunicar al fin, de manera espontánea y vigorosa, con quienes la rodean. El itinerario de esa áspera educación sentimenta­l es fascinante. La cinta obtuvo en Cannes el premio de la Cámara de Oro y es posible que dicho reconocimi­ento haya celebrado, sobre todo, la delicada perspicaci­a con que la directora observa a su protagonis­ta y también la melancolía que se desprende de un París nocturno y vacío, alejado de la trivialida­d de lo pintoresco, con el que Paula parece comulgar de un modo tan íntimo como intransfer­ible.

Se exhibe en la sala 9 de la Cineteca Nacional, a las 14:30 y 19 horas.

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