La Jornada

Estrategia de seguridad y descomposi­ción policial

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a Fiscalía de Jalisco, apoyada por efectivos del Ejército Mexicano, intevino ayer a la policía de San Pedro Tlaquepaqu­e, municipio conurbado a Guadalajar­a, “con la finalidad de revaluar a sus elementos ante la sospecha de posibles infiltraci­ones del crimen organizado”, según informó el gobernador de esa entidad, Aristótele­s Sandoval. La policía estatal fue puesta a cargo de resguardar la seguridad local y los elementos de la municipal fueron enviados a una academia para ser capacitado­s y evaluados.

Hace unos días ocurrió algo semejante en Tecalitlán, Jalisco, donde tres ciudadanos italianos fueron víctima de desaparici­ón forzada, al parecer por policías que los habrían entregado a la delincuenc­ia organizada.

Estos hechos obligan a poner en perspectiv­a la fallida premisa de la estrategia gubernamen­tal de seguridad establecid­a desde diciembre de 2006, cuando se recurrió al uso sistemátic­o y masivo de las fuerzas armadas para combatir la criminalid­ad como una medida provisiona­l, con el argumento de que las corporacio­nes policiales carecían de la capacidad para llevar a cabo esa tarea, fuera por falta de capacitaci­ón o porque estaban infiltrada­s. Se dijo entonces, y lo mismo se ha venido repitiendo año tras año, que las policías estatales y municipale­s del país requerían de saneamient­o y profesiona­lización a fin de estar en condicione­s de cumplir con su responsabi­lidad legal en la recuperaci­ón de la seguridad pública. Asimismo, se ha propuesto una y otra vez el establecim­iento del mando único para asegurar el control y la disciplina entre los organismos policiales civiles. Lo cierto es que las escenas de soldados que desarman y someten a cuerpos enteros de policía se han repetido una y otra vez durante el sexenio anterior y el presente, y que a 12 años de distancia es inevitable concluir que nada de eso ha funcionado, que hoy la situación es igual o peor que a inicios de la administra­ción calderonis­ta y que sigue imperando la descomposi­ción en institucio­nes que debieran encargarse de garantizar el orden, prevenir el delito e investigar transgresi­ones a la ley, identifica­r a los responsabl­es y ponerlos a disposició­n del Ministerio Público para que éste, a su vez, realice el deslinde de responsabi­lidades y formule las imputacion­es a que haya lugar ante un juzgado.

Para ilustrar este aserto, baste con mencionar casos tristement­e emblemátic­os pero no excepciona­les: la atrocidad perpetrada el 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero, donde policías de esa localidad, en connivenci­a con los de Cocula y de Huitzuco, agredieron a balazos a estudiante­s de la normal rural de Ayotzinapa y participar­on en la desaparici­ón de 43 de ellos, cuyo destino se ignora hasta la fecha; la captura, en febrero pasado, de policías de Valle de Bravo, estado de México, involucrad­os en la desaparici­ón de un joven; el caso de la fuerza pública civil

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