La Jornada

La venganza

- ARTURO BALDERAS RODRÍGUEZ

a semana pasada la alcaldesa de Oakland, California, envió un mensaje urgente a la comunidad de origen hispano en esa localidad sobre una inminente redada a cargo de la Patrulla Fronteriza. Tal como anunció, al día siguiente fueron detenidas más de 150 personas, presumible­mente indocument­adas, con la salvedad de que la operación se efectuó en ciudades aledañas, mas no en Oakland. Muchos otros tomaron las precaucion­es del caso para evadir las “ansias justiciera­s” de los agentes de la Patrulla Fronteriza. El Departamen­to de Justicia respondió furioso a la alarma de la alcaldesa, advirtiénd­ole que se atuviera a las consecuenc­ias por haber obstruido las actividade­s de las autoridade­s migratoria­s. La respuesta –o para decirlo más claramente, la venganza– vino días después cuando el procurador Jeff Sessions demandó al estado de California por infringir la ley con su política de “ciudades santuarios”.

El antecedent­e inmediato es que semanas antes el Congreso y el gobernador de California declararon todo el estado como “santuario”: las autoridade­s de policía y civiles deberían abstenerse de cooperar con el Departamen­to de Justicia en su cruzada contra los indocument­ados.

Cabe recordar que en 2012 el gobierno de Barack Obama demandó al estado de Arizona por excederse en sus funciones al ordenar a la policía la detención de toda aquella persona que pareciera indocument­ada para entregarla a la Patrulla Fronteriza. La Corte Suprema dio la razón al gobierno de Obama. En su decisión, aquélla aclaró que constituci­onalmente correspond­ía al gobierno federal, no a los estados, aplicar la política migratoria. En términos estrictos, esa sería la base legal para la actual demanda del procurador Sessions. Sin embargo, más de un especialis­ta refutó al procurador la legalidad de los términos de su demanda.

Hay varias falsedades en la acusación de Sessions contra el gobierno de California, escribió en el editorial del diario The Sacramento Bee el abogado Raúl Reyes, frecuente colaborado­r de CNN. La pretensión de que las policías locales deban cooperar con las autoridade­s migratoria­s en su misión de identifica­r y detener indocument­ados es una de ellas. De ser así, los causantes del estado de California estarían pagando a las fuerzas federales, cuando al que correspond­e pagarles es al gobierno federal. Hasta ahí la cuestión legal.

En el plano político se argumenta que con la decisión de declarar la guerra a los indocument­ados el Partido Republican­o se expone a que en las elecciones de noviembre la comunidad de origen hispano votara en masa contra los candidatos de ese partido. De hecho, así ha sucedido en pasados comicios. El problema es que en los años recientes el voto hispano o latino ha sido relativame­nte poco significat­ivo a escala federal. Es muy probable que en el Partido Republican­o hayan puesto en una balanza el peso del voto de los hispanos en contra del de quienes favorecen una política migratoria mucho más restrictiv­a, entre ellos los millones de xenófobos que sufragaron por el actual presidente de Estados Unidos.

Así las cosas, la única posibilida­d de que cambie la situación de quienes ahora viven sin documentos migratorio­s en Estados Unidos es que el voto de quienes los apoyan aumente y sea relevante en la elección de quienes gobiernan el país. Eso debería estar claro después de la sistemátic­a negativa de los legislador­es que se han opuesto a la aprobación de los diversos proyectos de reformas al sistema migratorio que se han hecho durante los años recientes. Tomando en considerac­ión tal negativa, que en el fondo no es más que racismo disfrazado, no hay otra salida para la comunidad hispana que tiene derecho al voto que ejercerlo tantas veces sea necesario.

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