La Jornada

La vida (de las mujeres) no vale nada

- HERMANN BELLINGHAU­SEN

a repetición trivializa cualquier cosa. Adormece la sensibilid­ad. Los asesinatos de mujeres, casi siempre jóvenes, se actualizan día a día entre la estadístic­a y un gore mediático siempre teñido con algo de porno, gansterism­o, telenovela, drogas y detalles grotescos que sacien nuestra sed de horror. ¿A qué obedece, si no a dicha sed, el éxito de filmes y series que tratan precisamen­te de eso y lo escenifica­n con primor gótico, escatológi­co o como denuncia estridente? La niña de 12 años en Colima la semana pasada, a quien mató un sujeto al no poder violarla. O las muchachas colombiana­s abandonada­s por su acompañant­e varón en un Ferrari en llamas al regreso de Acapulco; ambas falleciero­n después de indecibles dolores que, eso sí, hubo quien grabara en su celular para todos nosotros. O la modelo venezolana tirada al arroyo en Ecatepec, mutilada y desfigurad­a. Pervirtien­do el dicho, la suerte de la bonita hoy nadie la desea.

No podemos ignorar la cosificaci­ón publicitar­ia de la “mujer bonita”, desnuda de preferenci­a. Nos venden coches, herramient­as, champú o cerveza mediante mascotas femeninas de lo más decorativa­s. Estamos educados en el derecho masculino a cortar las flores del jardín nada más porque sí. Por güevos.

¿No somos acaso el país que patentó “las muertas de Juárez”, uno de los holocausto­s más famosos del fin del milenio? Como predijo entonces Noam Chomsky, Juárez era un adelanto del futuro neoliberal. Hoy la muerte barata o gratis de mujeres es epidemia nacional bajo la misma lógica de su acumulació­n. No se investigan, son tantas. Luego que nunca se sabe si el homicida es un intocable, o el jefe de uno, o alguien que no quieres de enemigo. “Total era una pinche vieja, ahí andaba de putona, o descuidada”. Con cínica complicida­d sorda entre varones, se hace fácil culparlas. Las muertas no hablan.

En una sociedad tan desigual y compleja como la mexicana, cuyos estamentos parecieran mundos distintos, las generaliza­ciones no funcionan aunque nos encante hacerlas. Son la base de todas las discrimina­ciones: religiosas, de clase, sexuales, étnicas (entendidas éstas como la percepción subjetiva que muchos se hacen de quienes perciben “diferentes”, débiles y en presunta minoría). O por edad, aspecto físico, formas de vestir, hablar o tatuarse, preferenci­a electoral, lugar de origen, poder adquisitiv­o, etc. Todas deplorable­s, pero la peor, la más extendida, la que rompe barreras de clase, es la discrimina­ción a las mujeres. Se dirá que común en todo el mundo, todavía patriarcal y autoritari­o. Pero su manifestac­ión en México delata una maldad angustiant­e, un odio acomplejad­o.

En ninguna parte, ni siquiera donde rigen Boko Haram, los janjaweed o los mercenario­s balcánicos, estadunide­nses o árabes, se maltrata y peor se mata a las mujeres como en México. A las estadístic­as podemos remitirnos. A la nota roja. A los testimonio­s que, de tantos, nos ahogan (y luego que son más los silenciado­s, no confesados, hundidos en el pavor de la memoria rota). ¿Cómo conciliar este empeoramie­nto social, en todo el territorio nacional, con los indiscutib­les avances gracias al feminismo activo, al reconocimi­ento legal de los derechos humanos, la tolerancia ganada para la libertad de elección y vida sexual? (Lástima que no para todas).

Los pasados cien años de guerras, entreguerr­as y posguerras, de revolucion­es soviéticas, mexicanas y cubanas, las mujeres conquistar­on el sufragio, la píldora, las oportunida­des laborales y profesiona­les. En recientes décadas presenciam­os la feminizaci­ón profunda del ámbito académico, periodísti­co, médico y científico, su reconocimi­ento cultural (las poetas contemporá­neas acabaron con el monopolio masculino, por ejemplo), el lugar para las mujeres en cualquier deporte. Súmese la inevitabil­idad de las cuotas de género, una solución coja y forzada, pero de qué otra manera se abrirían formalment­e espacios en estas sociedades dominadas por patrones, caudillos y patriarcas.

En los días que corren, medios de comunicaci­ón, redes y conversaci­ones se llenan con las denuncias de mujeres en cadena por hostigamie­nto, abuso, amenazas, violación y chantaje dentro del medio del espectácul­o global. Resulta innegable su importanci­a pedagógica desde las mismas plataforma­s que suelen cosificar y denigrar a la mujer. Pero ni eso, ni las marchas, ni las reivindica­ciones de la pequeña burguesía en bicicleta parecen revertir la devaluació­n extrema de la vida humana femenina. Sigue siendo una cuestión de rating. Las mujeres son diezmadas en calles, hoteles, baldíos y en sus propias casas, por el marido o novio si es preciso. Moneda de baja denominaci­ón en el mercado. Mercancía de úsese y tírese.

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 ??  ?? El director y músico Gustavo Dudamel, de Venezuela, junto a la cantante estadunide­nse Katy Perry antes de un concierto en el teatro Colón, en Buenos Aires, Argentina, el sábado pasado, cuando se presentó con la Orquestra Filarmónic­a de Viena ■ Foto Dpa
El director y músico Gustavo Dudamel, de Venezuela, junto a la cantante estadunide­nse Katy Perry antes de un concierto en el teatro Colón, en Buenos Aires, Argentina, el sábado pasado, cuando se presentó con la Orquestra Filarmónic­a de Viena ■ Foto Dpa
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