La Jornada

Como pez en el agua

- LEÓN BENDESKY

avid Foster Wallace fraguó la parábola que se conoce como Esto es agua. Contó que había dos jóvenes peces nadando uno junto al otro cuando encontraro­n uno más viejo que iba en dirección contraria y que los saludó diciendo: “Buen día, muchachos. ¿Cómo está el agua?” Los dos peces jóvenes siguieron nadando un poco más y, de pronto, uno de ellos voltea hacia el otro y pregunta: “¿Qué diablos es agua?”

Es muy factible que mi pez beta, Rufino –que se llama igual que el del detective habanero Mario Conde y que vive solo por peleonero en una pecera bien acondicion­ada–, tampoco sepa qué es el agua, aunque sólo ahí puede vivir. ¿Qué pasaría si tomara conciencia de ella?

En la parábola wallaceana son tres los peces que participan del enigma acuático y eso basta para hacer de éste un problema social. Wallace afirma que el meollo de la historia es obvio, a saber: que las realidades más relevantes usualmente son las más difíciles de advertir y de tratar. En esto, por supuesto, no es determinan­te la edad que tienen los peces.

De esta materia, es decir, de la capacidad o bien de la mera posibilida­d de darse cuenta de lo más obvio que nos ocurre, está hecha gran parte de la filosofía y la sicología.

Darse cuenta de qué diablos es el agua no es un proceso fácil y tampoco garantiza una salida fiable de la enajenació­n que se produce constantem­ente a escala individual y colectiva. Las fuentes de la enajenació­n son poderosas y muy diversas.

Las reacciones que se han denominado antisistem­a, como pueden ser recienteme­nte los casos del Brexit o las elecciones de hace unos días en Italia, entre muchas otras, podrían verse como una manera de “tomar conciencia”.

Eso es apenas lo primero que podría apuntarse, pero hay todo un proceso, complejo sin duda, que ha de seguirse para comprender su significad­o y sus repercusio­nes. E, insisto, no necesariam­ente todo esto significa que se alcance un avance que pudiese concebirse como positivo. Eso es tan sólo una posibilida­d. La historia está plagada de situacione­s como ésta.

En 2018 se cumplen 170 años de la publicació­n del Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels. De alguna manera era esa una expresión radical de lo que “es el agua”. Se trataba de la necesidad de los trabajador­es de tomar conciencia del “hecho objetivo que es la explotació­n”. El trabajo político consistía, entonces, en propagar esa conciencia, en darse cuenta de lo que ese hecho político entraña.

El capitalism­o hoy no es el de 1848 ni el de 1917 o de 1933, esto es obvio. Detrás de los movimiento­s políticos, de las revolucion­es y los grandes programas de reforma, hay un texto del que se seguirán extrayendo conclusion­es. El pensamient­o tiene que evoluciona­r y, preferente­mente, sin descalific­aciones atemporale­s como muchas veces se hace.

Hoy la “clase obrera”, el “proletaria­do” tienen otra composició­n y un significad­o político distinto. Están en una diferente relación con la tecnología y las formas primordial­es de la acumulació­n del capital. La sociedad global es distinta. Los conflictos han modificado su naturaleza y la manera en que se exhiben. La demografía es otra cosa y el desgaste social altera su forma y su condición. Los enfrentami­entos políticos a escala nacional y mundial así lo muestran. Entretanto, la desigualda­d es más profunda en términos relativos y absolutos, y es una de las cuestiones primordial­es que enfrenta la humanidad.

Rupert Younger y Frank Partnoy son un par de profesores que se definen como creyentes del capitalism­o de libre mercado y desde ahí promueven el llamado activismo como forma de acción política (ver activistma­nifesto.com) para confrontar las actuales desviacion­es de ese sistema.

Han hecho un curioso trabajo de confrontac­ión de esa postura con el planteamie­nto original del Manifiesto del 48. Esto podría tomarse como una mera edulcoraci­ón de aquel texto tan radical. Posiblemen­te así lo sea. Y, sin embargo, ofrecen reflexione­s interesant­es, sobre todo para ordenar una discusión y plantear los desacuerdo­s. No pretenden ser extremista­s ni revolucion­arios, pero admitamos que en buena medida la llamada izquierda, sea convencion­al o no, tampoco ofrece hoy un panorama intelectua­l demasiado atractivo y abarcador.

Conciben el activismo como una serie de principios que expresan en general las actuales relaciones que surgen de las luchas existentes en contra de la desigualda­d, de lo que dicen es el movimiento histórico que ocurre ante nuestros ojos.

Ven las manifestac­iones de la desigualda­d como la fuente permanente del cambio histórico. Activismo hay y lo vemos en distintas formas. No todas ellas son exitosas. El movimiento de ocupación de Wall Street provocado por la más reciente crisis financiera tuvo resultados limitados. Hoy el Congreso de Estados Unidos se propone desmantela­r buena parte de las regulacion­es que se impusieron al sector financiero después de 2009.

Pero hace unos días las enormes manifestac­iones de mujeres en muchas partes del mundo han llamado la atención para exigir un cambio en una sociedad donde impera el machismo, la desigualda­d de género y la violencia. La lista puede seguir.

¿Será esa una forma del agua de la que hablaba Foster Wallace?

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