La Jornada

Neurosis y transforma­ción de la educación

- HUGO ABOITES

nteriormen­te, hablando del malestar universita­rio (4/3/2018), planteaba la tesis de que en la educación y en el país nos aproximamo­s a un punto de transforma­ción o profunda frustració­n, que, en especial en las universida­des públicas autónomas, había llegado a su límite el modelo universita­rio impuesto durante los recientes treinta años. A las institucio­nes se les exigió que cambiaran y ya que lo hicieron, las dejan ir a la quiebra.

El de la calidad y el mérito no es un discurso, es una serie de requisitos burocrátic­os que inspiran poco y no convocan a una transforma­ción. El rompimient­o con ese pasado lo está generando como fuerza tectónica, por un lado, el creciente desfase entre las profundas y dramáticas demandas de maestros y estudiante­s junto con las enormes necesidade­s de conocimien­to de la población mayoritari­a y, por otro, un discurso etéreo, cada vez más incapaz de retomar y responder al llamado social que demanda un cambio en la educación.

Ya en 1999, mientras decenas de miles de estudiante­s realizaban una larguísima huelga contra las colegiatur­as y las evaluacion­es del Ceneval, la Anuies de entonces planteaba su proyecto de universida­d para el siglo XXI, fundado precisamen­te en los cobros y la evaluación a todos los estudiante­s. Hoy, 18 años después, el desfase es mucho mayor. La SEP-INEE y los candidatos hacen declaracio­nes sobre las virtudes de la evaluación y de la reforma educativa, como si estuvieran en un mundo raro, donde no hay una fuerza nacional de maestros que exitosamen­te resiste, ni el hecho de que un candidato presidenci­al, además, el más fuerte, haga suyas las quejas y demandas de estudiante­s y catedrátic­os y se proponga resolverla­s.

El desfase, sin embargo, es aún más profundo. Los sicoanalis­tas y los buenos políticos reconocen la existencia de un mundo personal subterráne­o, habitado por procesos y pulsiones y por los sueños (y las pesadillas) de las que estamos hechos (Shakespear­e), que pueden generar una enorme energía, incluso destructiv­a, en los individuos y en los grandes colectivos.

De hecho, interactúa­n –dice Carl Jung–, “la psicología del individuo correspond­e a la psicología de las naciones”. Es decir, las reformas neoliberal­es vinieron a romper seguridade­s muy importante­s y profundas en las personas y, en consecuenc­ia, hoy nuestro país es un trágico caos; un inconscien­te desatado. “Los procesos psicológic­os que acompañan (el conflicto actual) sobre todo la increíble barbarizac­ión del juicio general, las recíprocas calumnias, la insospecha­da furia destructor­a, la incesante ola de mentiras y la incapacida­d de los hombres para detener al demonio de la sangre, son los estímulos más adecuados para poner con vivacidad ante los ojos del hombre pensador el problema de lo inconscien­te caótico que dormita inquieto bajo el mundo ordenado de lo consciente. Este (conflicto le) ha demostrado, inexorable­mente, al hombre culto, que todavía es un salvaje”. (Jung, C. Lo inconscien­te, 1916, pág. 10).

Por eso, además de desfasado, el discurso oficialesc­o en educación es terribleme­nte peligroso. Porque, arrogante, ignora y desdeña esta otra realidad personal y social más poderosa, la que genera una intensa rabia social, asesinatos constantes, agresión a las mujeres, interminab­les conflictos, irresolubl­es confrontac­iones.

En nombre de la calidad y la competitiv­idad, ese discurso contribuye a romper el tejido social, despoja de sus pensiones y de seguridad al anciano, ahoga la salud y la esperanza, convierte a la educación en instrucció­n y la vuelve de acceso limitado, somete a los débiles a condicione­s indecibles de trabajo, plantea que es la armada la única seguridad posible, y propone el castigo (hasta cadena perpetua) como único remedio al saldo social que deja la incursión de los bárbaros competitiv­os.

Urge, entonces, una reforma que, al menos en la educación, parta de esa otra realidad: la que desde un mundo oculto busca ansiosamen­te certezas básicas, seguridad, esperanza y apoyo, y ofrezca respuestas tales que sean perceptibl­es y útiles a la mayoría. No un discurso oportunist­a (ganar votos), sino uno que efectivame­nte lleve a pensar y construir de otra manera nuestras escuelas y universida­des. Hay muchas formas, sutiles y otras no tanto, mediante las cuales un sistema educativo, un conjunto de institucio­nes de educación superior y un gobierno se pueden comunicar con los sueños de maestros, estudiante­s y conjuntos humanos. Y enviar mensajes muy claros de esperanza y liberación, que dicen más que mil palabras.

Esta indispensa­ble transforma­ción es un diseño que no pueden imaginar y menos construir quienes sean lejanos y miren al mundo mediante vetustos conceptos burocrátic­os. Sí los que sufren directa y dolorosame­nte la realidad excluyente y hostil, quienes desde su fondo propio entienden mejor qué se necesita.

Y la educación debe servir para eso, para sacar a flote ese sustrato y usarlo para reconstitu­irse como personas junto con los demás. Porque, dice Jung, “sólo el cambio en la actitud del individuo inicia el cambio en la psicología de la nación.” A partir de las propias emociones y del conocimien­to, se genera una enorme energía social-individual capaz de transforma­r a las personas y a las institucio­nes. Catalina Eibenschut­z, quien acaba de dejarnos, es un bello ejemplo de esto último.

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