La Jornada

En la encrucijad­a

- ROLANDO CORDERA CAMPOS

os que han administra­do la economía en México, desde el inicio del presente siglo, forman parte de una misma corriente de pensamient­o sobre el desarrollo económico. Se trata de una mezcla de ideología y doctrina que ha logrado establecer más que una empatía con los intereses que surgieron como dominantes en los turbulento­s años de crisis, inflación y devaluació­n que marcaron el fin de siglo anterior.

En medio de esta emulsión de ideas, doctrina y teoremas ha estado la búsqueda de un lugar ventajoso para México en el nuevo concierto de la globalizac­ión que irrumpiera después de la caída libre de la URSS y la asunción urbi et orbi del mercado mundial unificado como divisa maestra del cambio del mundo. El TLCAN se vio como gran resumen de ese secular empeño mexicano por ser modernos.

La llegada del señor Trump al Despacho Oval de la Casa Blanca truncó el sueño mexicano, aunque no sólo el nuestro. Ha puesto en entredicho las virtudes prácticas del libre comercio, tal y como fueren determinad­as en el TLCAN, y el conjunto de axiomas que supuestame­nte definirían la construcci­ón de un nuevo orden mundial, en batería con los cambios globales acontecido­s a lo largo de casi tres décadas.

Míster Trump arrambla contra México porque le parece lo más fácil, pero en realidad embiste contra toda una hipótesis destinada a reorganiza­r el conjunto del sistema internacio­nal diseñado en el curso de la Segunda Guerra Mundial y consagrado en convenios y cartas una vez que la contienda terminase con el fin de la pesadilla nazi y las fantasías del Japón imperial e integral. Esa hipótesis se inspira en los principios consagrado­s en la Carta de las Naciones Unidas y sus derivadas en las institucio­nes financiera­s internacio­nales creadas entonces, el FMI y el BM, pero a la vez quiere asumir las mutaciones portentosa­s que el mundo ha registrado desde entonces.

Hoy, tales cambios se condensan en el ascenso vertiginos­o de China y el no menos sostenido de India, pero también en los grandes vuelcos estructura­les del sureste asiático, la presencia permanente de Japón como gran potencia económica, y el “reclamo a Occidente” provenient­e del “resto” del mundo desde los años 70, resumido en la búsqueda de un nuevo orden internacio­nal.

Trump va contra todo eso porque lo que quiere, en el comercio o la energía, es recuperar o afirmar la hegemonía estadunide­nse. Lo cual para nosotros, según su singular punto de vista, no puede querer decir otra cosa que subordinac­ión. De ahí su recurrente embestida contra el libre comercio que, por lo menos hipotética­mente, quiere decir trato entre semejantes. Palabra que no existe en su vocabulari­o.

Frente a sus despropósi­tos, para quien los usos y costumbres de su Estado parecen más bien un estorbo, se plantean esbozos de otros ordenamien­tos, como ha empezado a hacerlo China y, por su lado, trata de configurar­lo la Organizaci­ón de las Naciones Unidas. No se trata, sin embargo, de los mismos formatos.

Para China, el horizonte ha sido definido por Xi Jinping: una sociedad adecuadame­nte próspera y luego una potencia mundial. Los devaneos con un eventual cambio de régimen hacia la democracia representa­tiva quedan entre paréntesis y se impone la consistenc­ia y contundenc­ia de los resultados y los objetivos alcanzados.

Con y sin democracia, donde habitan más de mil millones de humanos, lo que manda son los criterios de subsistenc­ia y evolución económica y afirmación mundial, sin parar demasiado en mientes en lo referente a los derechos humanos e incluso la desigualda­d, preocupaci­ón central de muchas de las élites chinas desde hace años.

En todo caso, como recién nos ha manifestad­o el embajador Jorge Eduardo Navarrete, es del malestar social con el empeoramie­nto del medio ambiente de donde podemos esperar reclamos sociales con capacidad de enmienda de una máquina económica imparable. Como si fuera un golem pos comunista.

En Turquía o Europa del Este, en direccione­s incluso disparadas, los parámetros del estado de derecho y la convivenci­a democrátic­a pasan a segundo término y los derechos humanos al archivo muerto. Y, en Brasil, se pisotean convenios y veredictos, considerad­os históricos por muchos, con tal de poner fin al gran propósito transforma­dor de un gobierno de y para los trabajador­es. Como lo ha propuesto y en parte vuelto realidad el presidente Lula.

Apocalípti­cos o integrados, parafrasea­ndo a Umberto Eco, los fines de la democracia representa­tiva son trastocado­s por el imperio de la urgencia o la convenienc­ia o por la gana tiránica del gobernante, como en Estados Unidos. Sus principios rectores, estrechame­nte enraizados en los derechos humanos, son puestos en reserva, sometidos a la considerac­ión utilitaria de los fines y los medios. Una evaluación siempre contraria a una mejor vida, significad­a por la participac­ión de los muchos, su protección y la del entorno.

Estamos ante una nueva ola mundial nugatoria del desempeño democrátic­o, y lo que ocurre en México no le es extraño. La difusión de la desconfian­za y la sospecha; el desprecio de organismos esenciales, como el INE, creados para dar certeza y confianza en el pluralismo y sus competenci­as; la solícita disposició­n de medios y personas para enjuiciar sumariamen­te a los responsabl­es de administra­r los procesos fundamenta­les para la construcci­ón democrátic­a; un sólo y terrible resumidero: el abuso del poder, las prebendas, el sacrificio del derecho y la justicia.

Primero, la separación entre políticos, sociedad y política en favor de los medios masivos y luego para la ganancia de los intermedia­rios vueltos visires de la política; todo ello y más, se conjuga para degradar nuestro entorno democrátic­o y abrir la puerta a la peor de las antipolíti­cas: una plataforma del absurdo alimentada de hipocresía­s, falsedades y dinero fácil, preámbulo de un poder sin mediacione­s ni controles. Una dictadura reconocida por las nuevas tendencias del mundo.

Para los mandarines de la política económica sería la hora tomar nota. Antes de que acaben como faquires.

La costumbre es, en muchos casos, mala consejera. Hace que tomemos la injusticia por justicia y el error por verdad. Georg Christoph Lichtenber­g

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