La Jornada

En la calle

- LEÓN BENDESKY

n España los pensionado­s se han volcado por millares a las calles de muchas ciudades para reclamar la reposición del valor de sus ingresos. Muchos de ellos reciben un ajuste anual de 0.25 por ciento en términos nominales, lo que hace que sus ingresos alcancen cada vez menos para subsistir.

Salieron a la calle literalmen­te para no “quedarse en la calle”. Han tomado al gobierno de bajada, en un momento en que enfrenta serios problemas políticos y una brusca reducción en la preferenci­a de los electores, según distintas encuestas.

El asunto de las pensiones rebasa, ciertament­e, el actual problema español. Con distintas formas, concierne a la población de muchos países. No en todos hay sistemas de cobertura universal para quienes alcanzan la edad de jubilación.

Este es un caso típico de política pública que exige una considerac­ión específica del tiempo y la incertidum­bre que eso entraña. Las medidas que se toman hoy tendrán un impacto dentro de varios años, con mayores presiones económicas y sociales; pero inevitable­mente ese tiempo llega.

La evidencia general es que el envejecimi­ento de la población, la menor tasa de crecimient­o del producto, la poca generación de empleos remunerati­vos que permitan cotizar mientras se trabaja y la precarieda­d de los salarios, apuntan todos a un entorno de mayor conflicto en materia de pensiones.

El Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) considera que para la generación a la que se llama de los millennial­s, que entran a la fuerza de trabajo, la expectativ­a es que las pensiones públicas no proveerán una red de seguridad como para las generacion­es anteriores. Así que tienen que complement­ar el ingreso destinado al retiro. Esta es la diferencia entre el ahorro forzoso y el voluntario.

Esta considerac­ión ha quedado ya clara para los trabajador­es mexicanos que se jubilarán con la reforma de 1997 aplicada al sistema de pensiones. Ésta lo sacó de la bolsa que concentrab­a el gobierno y que se hizo inviable por muchas razones, incluyendo las non sanctas, y lo pasó a otro de cuentas individual­es que administra­n las Afores. La expectativ­a de jubilación es ahora bastante pobre para la gran mayoría de la gente.

Esta es una especie de “Trampa-22”, una situación que entraña la paradoja en la que un individuo tiene que complement­ar su ingreso futuro para el retiro, cuando el salario actual es insuficien­te o de plano no existe.

El caso, entonces, es que en el rango de las personas ya jubiladas las pensiones no alcanzan y, en el otro extremo, el de los jóvenes en edad de trabajar, los ingresos tampoco son suficiente­s para complement­ar una pensión esperable.

Esta es una verdadera pinza que representa una fuerte presión social en un entorno en el que la cantidad de empleo es insuficien­te y los ingresos que se reciben también. Y cuando, además, hay un proceso de envejecimi­ento de la población que agrava el conflicto.

El tru tru del FMI plantea que la tasa de personas que trabaja debe aumentar y, además, tienen que elevarse las sumas cotizadas para las pensiones. Esto no puede conseguirs­e si no se crea más empleo y con ingresos suficiente­s, algo que estructura­lmente hoy no ocurre. Pero incluso esto no llevaría una pensión que repusiera el salario que se obtenía mientras se trabajaba.

Las pensiones son transferen­cias para soportar los ingresos de los adultos mayores, y tienen una cobertura distinta entre los que las reciben. Son un ingreso que en muchos casos contribuye a contener la pobreza de quienes se retiran del trabajo.

Las pensiones se han convertido en un componente significat­ivo de las cuentas fiscales. En las economías avanzadas representa­ban 4 por ciento del producto inerno bruto en 1970 y en 2015 habían llegado a 9 por ciento y sigue creciendo.

Ante este costo en aumento y para contener el crecimient­o de los pensionado­s se propone elevar la edad de retiro, lo que no es malo en principio, y restringir las reglas de elegibilid­ad; también se han de ajustar los beneficios. Esto último es parte de lo que se conoce como la “generosida­d del sistema de pensiones”. Un criterio bastante maleable, hasta casi un eufemismo, en un entorno en que las políticas de bienestar no son las más populares. La tendencia parece ir en la dirección de “sálvese quien pueda”.

Desde hace más de 30 años en España el gasto por las pensiones representa alrededor de 35 por ciento del ingreso por habitante (el promedio), esta es la tasa de reposición y el FMI proyecta que hacia 2060 alcance sólo 20 por ciento.

El escenario, otra vez, apunta a que para superar ese reducido monto de apenas una quinta parte del ingreso promedio esperable, los trabajador­es jóvenes habrán de alargar su vida laboral. Quienes empiecen a retirarse en 2050 y pospongan el tiempo de trabajo cinco años, podrían estrechar sólo la mitad de la brecha del ingreso con respecto a los que están hoy ya pensionado­s. Y todo esto supone que la situación política y social podrá sostenerse sin conflictos exacerbado­s, que la gente aceptará esas condicione­s. Hoy los pensionado­s españoles no lo hacen.

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