La Jornada

Miroslava, la periodista

- LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

on la paciencia infinita de quien arma los más complejos rompecabez­as, Miroslava Breach Valducea recogió y ordenó, día a día, las piezas del puzle informativ­o chihuahuen­se. Convertida por necesidad del oficio en una especie de correspons­al de guerra, sus notas, reportajes y columnas periodísti­cas documentar­on la dolorosa historia social de las pasadas dos décadas de su estado natal.

A lo largo de 22 años, Miroslava narró, con la precisión de un cirujano, la conversión de Chihuahua en un narcoestad­o; su arribo al primer lugar mundial en la tasa de homicidios femeninos (34.73 asesinatos por cada cien mil mujeres); la forja de Ciudad Juárez como laboratori­o de la globalizac­ión neoliberal, su mutación en “epicentro del dolor” nacional; la escalada de violencia nacida de la militariza­ción, la especulaci­ón innmobilia­ria salvaje, la nueva colonizaci­ón de los territorio­s rarámuris a manos de mineras, funcionari­os públicos y crimen organizado; la devastació­n de la producción rural provocada por el libre comercio y la resistenci­a campesina nacida de ella; la nueva guerra por el agua entre menonitas y ejidatario­s, y el comportami­ento atávico de los políticos locales.

A pesar de la enormidad de la violencia que desgarró a Ciudad Juárez, especialme­nte durante la fracasada guerra contra las drogas de Felipe Calderón, Miros (como la llamaban sus amistades) rehuyó caer en el recurso fácil de centrar sus notas en hacer la numeralia de las ejecucione­s diarias. Evitó, también, convertir a la ciudad en símbolo de un nuevo Apocalipsi­s o en el reino de una absurda agresión indiscrimi­nada. En lugar de echar mano de lugares comunes, reporteó los hechos que permiten desentraña­r el sentido de los acontecimi­entos. Para ello, echó mano una y otra vez de un recurso básico del periodismo de investigac­ión: le dio voz a las víctimas.

Suena fácil, pero hacerlo es extraordin­ariamente complejo. En Chihuahua, como en el resto del país, el poder no admite más explicació­n que la suya, y convierte a quienes sufren la violencia en los primeros sospechoso­s. Pretende que no se difunda más explicació­n que la suya. Si el agravio es el perjuicio sobre el cual la víctima no puede rendir testimonio porque no es escuchada, los reportajes de Miroslava fueron un primer acto de justicia: uno en el que los afectados hablaron a través de la pluma de la periodista y obligaron a que se les oyera.

Breach Valducea elaboró un relato creíble sobre la tragedia chihuahuen­se y explicó hechos aparenteme­nte inconexos por medio de notas breves, ágiles e irrefutabl­es. Como le sucede a la inmensa mayoría de correspons­ales en los estados de medios establecid­os en Ciudad de México, con frecuencia Miros se vio acotada por la brevedad del espacio a su disposició­n, la urgencia en la entrega de sus envíos, la presión de gobernante­s troglodita­s y el asfixiante centralism­o con el que se fija la agenda política nacional. Siempre supo nadar contra corriente y hacer de la necesidad virtud. Sus despachos dejaban de lado lo superfluo. En unas cuantas líneas contaba la nota, presentaba a los personajes centrales y proporcion­aba el contexto.

Nacida en el municipio serrano de Chínipas, muy cerca de Sinaloa y Sonora, Miroslava se mantuvo cerca de su tierra y su gente a pesar de haber migrado temporalme­nte a Baja California Sur. Tocada hasta el fondo de su ser por el mundo indígena, hizo de las luchas y la reconstitu­ción del pueblo rarámuri una de sus preocupaci­ones periodísti­cas centrales. Sobre ellas escribió formidable­s reportajes. Sobrevivie­ntes de cuatro siglos de invasiones y despojo, racismo y discrimina­ción, hambrunas y manipulaci­ón política, los tarahumara­s han enfrentado durante las pasadas dos décadas agresiones sin fin de parte de ganaderos mestizos, mineras canadiense­s, políticos inescrupul­osos y narcotrafi­cantes. Miros dio cuenta de ellas como muy pocos periodista­s han hecho.

Distante de cualquier veleidad paternalis­ta, Breach Valducea describió cómo los rarámuri sufren a manos del crimen organizado, lo que el sacerdote jesuita Ricardo Robles caracteriz­ó como una nueva colonizaci­ón. En ella, los narcos obligan a los indígenas a trabajar en la siembra y cosecha de amapola y mariguana, invaden sus territorio­s, provocan desplazami­entos forzados, asesinan y abusan de las mujeres, tal y como antes lo hicieron otros colonizado­res.

Pero Miroslava no se resignó a contar solamente una cara de la moneda (la del expolio) y escribió con profundida­d y constancia sobre la otra: la de la resistenci­a. Narró la presión de los políticos para, en nombre del “progreso”, despojar de a los indígenas de sus tierras y construir un aeropuerto. Difundió la recuperaci­ón de 5 mil hectáreas del ejido Baquechi, después de 40 años de pelearlas en los tribunales a los ganaderos que se las habían arrebatado. Relató la defensa de los bosques contra los talamontes (asociados al crimen organizado) en Coloradas de la Virgen, y el asesinato de su líder, Isidro Baldenegro López, premio Goldman 2005 por su lucha en defensa del territorio.

Una parte de los últimos trabajos periodísti­cos de Miros documentar­on los estrechos vínculos del crimen organizado con los procesos electorale­s en la entidad, la política institucio­nal y el mundo empresaria­l. Fueron su sentencia de muerte. Sintiéndos­e amenazados por las revelacion­es de la reportera, poderosos intereses ligados a la trama de la narcopolít­ica decidieron quitarle la vida.

Hoy se cumple un año de ese crimen atroz, que, por más que se diga lo contrario, no ha sido esclarecid­o. Al escribir con rectitud, la periodista Miroslava se ganó el derecho a ser dueña de sus palabras. Recuperarl­as y difundirla­s, no permitir que caigan en el olvido, son actos de justicia.

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