La Jornada

PENULTIMÁT­UM

Censura eclesial a Carmina Burana

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oy es un día que la tradicion cristiana considera sagrado. Pero no los feligreses, que dedican los llamados ‘‘días santos” a vacacionar. Dos millones acuden al Cerro de la Estrella, en Iztapalapa, donde los lugareños escenifica­n la crucifixió­n de Cristo.

Este año también será recordado por la censura contra la representa­ción de la cantata Carmina Burana que la Fura dels Baus realizaría en una gran plaza pública ubicada ante el monasterio de la orden franciscan­a de Santo Toribio de Líebana, a poca distancia de la ciudad de Potes, Cantabria, en el norte de España. El monasterio data del siglo VIII y luego se le agregaron otros edificios religiosos. Según la tradición católica, Santo Toribio depositó allí reliquias de tierra santa. Entre ellas, el Lignum Crucis, el trozo de la cruz de Cristo más grande que existe. Por eso es lugar de peregrinac­ión.

Carmina Burana la compuso en 1936 Carl Orff (Múnich, 1895-1981), inspirado en poemas escritos por frailes en los siglos XII y XIII y en los que alaban el placer de vivir, el amor carnal y el goce de la naturaleza. Critican a la sociedad y a la jerarquía eclesiásti­ca de esos tiempos. La Fura la estrenó hace dos años.

Pero el obispo Manuel Sánchez considera que esa obra ‘‘escandaliz­a a los creyentes y no se puede representa­r al lado de un monasterio que contiene una reliquia tan preciosa como el Lignum Crucis”. Mas no se opone a que la famosa compañía la presente en cualquier otro sitio. Las protestas por la censura obispal no se hicieron esperar.

Para que la sangre no llegara al río, el gobierno cantábrico, que ayuda con dinero al citado convento y patrocina el montaje de Carmina Burana, prometió que se escenifica­rá en el lugar más adecuado de la ciudad.

Existen otros dos santos llamados Toribio. Uno, de origen español, nombrado arzobispo de Lima en 1580 a petición del emperador Felipe II y con dominio sobre Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia, Chile y parte de Argentina. Se le recuerda por su humildad, defender a los indígenas de los abusos de los conquistad­ores y convertir al catolicism­o a 800 mil ‘‘infieles”. El papa Benedicto XIII lo declaró santo en 1726.

El otro Santo Toribio, de apellido Romo, es mexicano. Originario de Santa Ana Guadalupe, Jalisco. Fue uno de los curas que se alzaron en armas contra el gobierno federal durante la guerra cristera. Lo fusilaron en 1928. Juan Pablo II lo canonizó en 2000 por ser ‘‘mártir” y curar a una persona que padecía cáncer terminal.

La Iglesia católica lo promueve como el santo de los migrantes pues, afirma, una vez ayudó económicam­ente en el desierto a una mujer que viajaba en busca de empleo a Estados Unidos. No ha hecho ningún milagro a otros migrantes. Sí, en cambio, deja dinero a los que promueven su imagen en el pueblo donde nació.

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