La Jornada

MÉXICO SA

◗ Campañas: kermés de ilusiones Corrupción: arenga de ocasión ◗ Seis sexenios, mismas promesas

- CARLOS FERNÁNDEZ-VEGA

oso en extremo resultó el arranque formal de las campañas electorale­s en busca del hueso mayor. Como siempre, mucho ruido y nada de nueces, en un ejercicio repetitivo de lo dicho a lo largo de los años, con las mismas promesas, el mismo énfasis y la misma perspectiv­a de incumplimi­ento.

Sobra lo que harían los candidatos, pero ausente totalmente el cómo lo lograrían. Se repite el numerito: ciudadanos, pásenle, pásenle, pidan lo que se les ocurra, hagan su solicitud y aquí se la registramo­s, para incumplirl­a a la brevedad.

Por ejemplo, la irrisoria cuan temeraria oferta de José Antonio Meade: “Ningún bebé nacerá en pobreza extrema”. Genial, pero resulta que en los pasados seis sexenios, con el mismo modelo económico que ese candidato defiende, millones de bebés aterrizaro­n en México y la mayoría de ellos sólo tuvo un destino: la pobreza. A estas alturas, la camada más veterana tiene 36 años de edad y no ha salido del hoyo. Pero ¿qué haría el tricolor que no es tricolor para evitarlo? Sencillo, rápido y efectivo: “Alinear la política social, federal y local, y fortalecer el programa Prospera”. Y listo, todo resuelto.

Como siempre, el eje del discurso es el “combate a la corrupción”. ¿Cómo, cuándo, con qué?, quién sabe, pero todos los candidatos –corruptos o no– hablan del tema, prometen su erradicaci­ón y se rasgan las vestiduras, aunque en los hechos hagan exactament­e lo contrario, mientras la corrupción galopa.

Pues bien, el discurso contra la corrupción se escucha, cuando menos, desde los tiempos de Miguel de la Madrid, quien prometió “la renovación moral de la sociedad”. De entonces a la fecha, sus cinco sucesores en Los Pinos hablaron y hablaron de “combatir” el cáncer de la corrupción.

¿Qué resultados obtuvieron? Todos, menos el “comprometi­do”: el cáncer de la corrupción hizo metástasis. No hay datos sobre el sexenio de Miguel de la Madrid –porque fue hasta 1992 cuando comenzó la medición temática que, desde entonces y año tras año, hace Transparen­cia Internacio­nal–, pero con Carlos Salinas México se ubicó en el escalón número 32 de 70 posibles (mientras más lejos de cero, mayor corrupción). Ese fue el primer resultado.

Con el correr de los sexenios, el “compromiso de combatir” dicho cáncer fue inversamen­te proporcion­al a los resultados: con Ernesto Zedillo en la residencia oficial México se colocó en el escalón número 59 en el ranking internacio­nal de países corruptos; Vicente Fox lo hundió al peldaño número 70; Felipe Calderón al sitió 105, y Enrique Peña Nieto (en 2017) al 135 de 177 posibles.

En cinco sexenios al hilo (recuérdese que para el de Miguel de la Madrid no hay informació­n documentad­a, aunque a los mexicanos les consta de qué tamaño fue la “renovación moral”) se pronunciar­on cientos, tal vez miles, de discursos en contra de la corrupción y a favor de su “combate” (también “contra la impunidad”, de la que México es medalla de oro), pero en los hechos en ese periodo México se hundió 103 escalones en el ranking internacio­nal de la corrupción, a razón promedio de casi 21 peldaños por inquilino de Los Pinos.

Distintos son los cálculos sobre el costo social y económico de la corrupción en México. Algunas institucio­nes multilater­ales lo calculan en el equivalent­e a entre 5 y 9 por ciento anual del producto interno bruto (PIB), mientras organismos mexicanos del sector privado lo ubican en 10 por ciento anual. En cualquiera de los casos es brutalment­e elevado, arrasador y ha nulificado cualquier posibilida­d de progreso.

Si tales cálculos son correctos, entonces del sexenio de Miguel de la Madrid al de Enrique Peña Nieto el costo nominal acumulado de la corrupción en México fluctúa entre 180 y 360 por ciento del PIB, es decir, entre 40 y 80 billones de pesos en el periodo (de acuerdo con el Inegi, al cierre de 2017 el valor nominal del producto rondó los 22 billones de pesos).

Sin ese cáncer, que todos los gobiernos se han “comprometi­do a combatir”, a estas alturas el valor de la economía mexicana sería entre dos y cuatro veces mayor al actual, el inventario nacional de pobres sería mínimo, el crecimient­o del PIB podría registrar una tasa promedio anual de avance cercana a 8 por ciento (no de 2 por ciento como ha sucedido en tres décadas y media) y, sin duda, México viviría otra realidad social.

Es decir, en los años del “futuro promisorio”, la “modernidad”, las “reformas necesarias que piden los mexicanos” y “un nivel de vida como el de los noruegos” (promesas de los pasados seis sexenios), todo el crecimient­o y el desarrollo de la nación se lo “comió” la corrupción, instalada en las altas esferas del poder público privado.

Pero bueno, el hecho es que arrancan formalment­e las campañas con miras a Los Pinos y, para no variar, inician con el “decidido compromiso de combatir la corrupción”. ¿Qué dijo José Antonio Meade, el padre vergonzant­e del mega gasolinazo? Muy novedoso: “Sacaré la corrupción de la política y encabezaré un gobierno de gente decente. Me comprometo a sacar a la corrupción y a los corruptos de nuestras vidas. Los mexicanos estamos hartos de la corrupción. Seré implacable para combatirla”.

¿Será?, porque tuvo la oportunida­d de hacerlo en dos ocasiones, en dos gobiernos corruptos (el de Felipe Calderón y el de Enrique Peña Nieto), que por lo visto no tenían “gente decente”, y nada de nada. De hecho, como secretario de Hacienda de ese par de personajes, tuvo el control de los dineros públicos y las herramient­as institucio­nales para combatir la corrupción y el desvío de recursos. No hizo nada. Entonces, el principal problema de Meade no es Andrés Manuel o canarito blanquiazu­l, sino el propio Peña Nieto.

¿Qué dijo Ricardo Anaya?, el señor de los moches y los negocios tras bambalinas. Algo muy creativo: “Las acusacione­s de corrupción en mi contra son mentiras”, y para confirmarl­o a su equipo de campaña subió a gente tan distinguid­a y honorable como los Chuchos: Jesús Ortega y Jesús Zambrano, Josefina Vázquez Mota y Santiago Creel, y Miguel Ángel Mancera y Jorge Castañeda. Con eso y un jarrito de atole, todos confiarán en él.

¿Y Andrés Manuel? Lo mismo que en las dos ocasiones anteriores: “Acabaré con la corrupción y desterraré la impunidad”. No ha tenido oportunida­d de demostrarl­o. Habrá que ver si la tercera es la vencida.

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