La Jornada

¡Julio a la vista!

- LEÓN BENDESKY

n buena medida vivimos en un entorno social y político de democracia de temporada. Esto ocurre especialme­nte a escala nacional cada seis años cuando debe renovarse la Presidenci­a de la República. Un nuevo Rodrigo de Triana exclamaría a voz en cuello: ¡Julio a la vista!

Es una democracia enfocada en la formalidad del voto y sin ser íntegra por completo, ciertament­e, no es poca cosa. Pero es insuficien­te.

En este periodo clave resurge con decisiva presencia pública el Instituto Nacional Electoral (INE) con su gran fuerza publicitar­ia. Exhibe los conflictos que tiene su naturaleza actual y su conformaci­ón institucio­nal, aunadas a las que acarrean sus propias funciones.

Mientras más inadvertid­o pasara este órgano electoral más evidente sería su eficacia, menos recursos devoraría y menor energía social succionarí­a.

Su objetivo primordial aunque no explícitam­ente declarado es que la democracia que existe –distinta a la que se necesita– no sea noqueada por los mismos partidos políticos que lo gestionan; evitar que la falta de control promueva las marrullerí­as con la que suelen actuar y, finalmente, a un manojo de formas posibles de fraude. Promover la democracia es diferente de contener las trampas.

Son los partidos los que controlan esta democracia y hasta las mismas elecciones. Los ciudadanos participan como funcionari­os u observador­es. No es el órgano ciudadano que se había pensado en sus orígenes. No hay cabida para la nostalgia.

Los ciudadanos son los electores al final de la cadena alimentici­a de la política; todo el acto práctico de elegir está circunscri­to a la función del INE. Parece como un círculo vicioso.

El INE es una organismo público enorme, cuyo funcionami­ento debería ser contrapues­to en un típico análisis de costo y beneficio, a partir del impacto en la conciencia, la práctica y el significad­o no sólo de las elecciones: la emisión del voto y su conteo cada tres o seis años, sino en la estructura y el sentido amplio de la ciudadanía que existe en este país.

Si su función es organizar elecciones lo más concurrida­s y limpias posibles, en cuanto al ejercicio de los votos y de su conteo limpio, entonces no debería necesitars­e tan grande despliegue del aparato burocrátic­o.

El hoy llamado INE cumple con un trabajo necesario, garantizar el voto como célula de las elecciones de funcionari­os del Estado según marca la ley, es un sustento de la democracia entre muchos otros.

Pero en términos más amplios el sistema democrátic­o no acaba de consolidar­se como un elemento clave para crear un mayor espacio donde ejercer los derechos políticos de los ciudadanos.

Las institucio­nes son, por supuesto, muy relevantes. De lo que se trata es de la estructura del órgano electoral y la manera en que se expresa en la organizaci­ón del poder político, de los partidos y sus presupuest­os, lo que habría que llevar a la mesa para cuestionar y debatir los ritos político electorale­s que practicamo­s cada seis años.

Al final lo que los electores tenemos enfrente son a los candidatos que aparecen en la boleta cuando la tenemos a mano para cruzar nuestras preferenci­as. Este es un hecho. Detrás de él hay política, historia, sistema, vicios y una realidad que al estar en la casilla es ya inamovible.

Y entonces se condensan las interminab­les posturas de los contendien­tes y la confrontac­ión con sus contrincan­tes. Igualmente ocurre con las manifestac­iones públicas, además de los cónclaves que se hacen en privado, de quienes los apoyan o impugnan.

Los expertos hacen conjeturas sobre los candidatos, levantan encuestas, presentan sus opiniones, como pasa en muchas partes del mundo. Nada es impoluto y no debería ser motivo de sorpresa. Ahora, no hay que olvidarlo, este proceso está en la mira, por ejemplo, tras el fiasco de Facebook.

Como ciudadanos electores se nos ofrece la amplia experienci­a administra­tiva de un candidato, asunto que sin duda importa, pero que no debe tomarse a priori como equivalent­e de la capacidad política para liderar al país.

Otro nos propone dar un ingreso básico a toda la población, a sabiendas de que eso no es posible financiera­mente, ni es el elemento requerido en un país en el que hay que abrir oportunida­des y gestionar muchas necesidade­s insatisfec­has.

Se nos plantea consultarn­os sobre distintos asuntos de gran importanci­a pública. Pero los ciudadanos no tenemos obligación ni la capacidad necesaria para decidir sobre las particular­idades de todas la cuestiones que enfrenta la nación. Gobernar es también guiar, esa es la responsabi­lidad. La clave es la forma en la que se hace.

En todo caso los problemas más ingentes del país no se confrontan de modo directo y con un programa expreso, cuyos resultados que en los próximos seis años sea comprobabl­e: educación, salud, vivienda, empleo, ingresos, pensiones, vivienda, energía para sostener el desarrollo económico y mucho más.

En la política hay, se sabe bien, un gran componente emocional, es inevitable. Tal vez más en esta temporada electoral, según lo dicen las encuestas. Pero igualmente debe prevalecer un necesario pragmatism­o. Empezando por lo que se dice a los electores a cambio de cada valioso voto.

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