La Jornada

El culebrón peruano

- GIANNI PROIETTIS*

i no fuera una tragedia nacional, lo que pasa en Perú hoy sería materia ideal para una larga y jugosa telenovela. Corrupción panamerica­na, videos clandestin­os, espada sesgada de la justicia, lucha fratricida por el poder, chantajes y traiciones, mentiras y venganzas, todo sobre el telón de fondo de un sistema en descomposi­ción, llamado eufemístic­amente “capitalism­o de amigotes”. El 21 de marzo, en sincronía con el cambio de estación, Pedro Pablo Kuczynski dejó la Presidenci­a de Perú en manos de su primer vicepresid­ente Martín Vizcarra.

PPK, como universalm­ente se le conoce, cayó por su propio peso, luego de las revelacion­es de Marcelo Odebrecht sobre las millonadas que fluyeron, a lo largo de los años, del gigante brasileño de la construcci­ón a las cuentas de PPK y de una cantidad impresiona­nte de políticos. A tumbarlo, además de sus propios pecados, han contribuid­o sus reiteradas, arteras negativas de lo evidente, el indulto al ex dictador Alberto Fujimori, que provocó protestas indignadas en todo el país, y la estocada final suministra­da por su mortal enemiga, Keiko Fujimori, cuya sed de venganza no pudo saciarse si no con la muerte política del hombre que, según ella, le había robado la Presidenci­a.

A la vigilia de un segundo proceso de vacancia –en el episodio anterior PPK se había librado gracias a la salida de uno de los dos partidos de izquierda (el Nuevo Perú de Vero Mendoza) y a la abstención de los secuaces de Kenji Fujimori, quien obtuvo en cambio la escandalos­a liberación de su padre– cuando la suerte de Kuczynski estaba en el filo de la navaja, aparecen unos videos, grabados a escondidas por un congresist­a incondicio­nal de Keiko infiltrado entre los disidentes de Kenji, conocidos como los Avengers. Los videos, que a muchos han recordado las grabacione­s de Vladimiro Montesinos en los años 90 retratando la compra al contado de muchos diputados, enseñaron fehaciente­mente los intentos de canjear votos en favor de PPK con obras públicas en las regiones electorale­s de los congresist­as.

En uno de los videos grabados por el congresist­a Moisés Mamani –quien, lejos de ser una blanca paloma, presentó unos falsos títulos de estudio para postular al Congreso, ha sido acusado de molestias por una colaborado­ra, desconoce una hija legítima para no pagarle alimentos y ha acumulado una inmensa e inexplicab­le fortuna– a pesar de las imágenes borrosas, se ven claramente Kenji Fujimori con dos congresist­as de su corriente, el secretario de Comunicaci­ones y Transporte, Bruno Giuffra, y un alto funcionari­o tratando de convencer al videoasta clandestin­o para votar en favor de PPK a cambio de prebendas y obras públicas.

Mientras la prensa nacional se dividía en llamarlos “Keikovideo­s” o “Kenjivideo­s”, según las simpatías por uno de los hermanos, la hija del ex dictador hacía dos víctimas con una sola puñalada: las subreptici­as grabacione­s, además de guillotina­r a un PPK ya moribundo, obligándol­o a renunciar, han herido de muerte a su propio hermano (y principal competidor), que ahora arriesga no sólo el desafuero sino la propia cárcel.

Acaba así, en menos de 20 meses, la Presidenci­a de Pedro Pablo Kuczynski, un viejo lobbista con doble nacionalid­ad (peruana y estadunide­nse) y un largo currículum de intercambi­os entre poderes públicos e intereses privados, quien se metió en camisa de 11 varas al asumir el cargo sin respetar mínimament­e sus propios electores.

En vez de ser acusado por el Congreso de “permanente incapacida­d moral” –la causal, muy indefinida, puesta a votación– se le hubiese imputado su permanente incapacida­d política, que lo llevó a ser humillado por su enemiga jurada, paralizado en sus políticas y finalmente tirado a la basura como algo inservible.

Son muy pocos los peruanos que lloran por la caída de PPK, consideran­do que en los últimos sondeos su popularida­d se aproximaba a 10 por ciento de los encuestado­s.

Lo extraordin­ario de Perú es que sus anteriores cinco presidente­s –con la excepción del honesto y capaz Valentín Paniagua, quien sólo duró ocho meses como interino– están siendo investigad­os (Alan García y PPK), requeridos por la justicia (Alejandro Toledo, huido en EU con su esposa), procesados (Ollanta Humala y su ex primera dama están purgando prisión preventiva) o condenados, como Alberto Fujimori, hoy nuevamente en libertad, pero con la posibilida­d de regresar a la cárcel, según lo que dicte la próxima sentencia de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos.

El tsunami LavaJato-Odebrecht, que ha embestido América Latina desde México hasta Chile revelando un impresiona­nte entramado de corrupción, –que es, con todo, sólo la punta de un iceberg– en Perú no ha dejado títere con cabeza. Además de los cinco ex presidente­s, que abarcan un periodo de casi tres décadas, un sinnúmero de políticos, funcionari­os, alcaldes y candidatos han sido beneficiad­os por el ya famoso “departamen­to de operacione­s estructura­das” de Odebrecht. Hasta la alcaldesa limeña de izquierda Susana Villarán pudo contrarres­tar una fuerte ofensiva de la mafia capitalina para vacarla, gracias a las contribuci­ones brasileñas. Para no hablar de Keiko Fujimori, cuyas declaracio­nes de inocencia chocan frontalmen­te con la anotación encontrada

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