La Jornada

Badía Bonilla y Mauricio López, a la conquista de la Montaña Blanca

El Dhaulagiri, a 8 mil 167 metros de altura, es la novena cumbre de 14 que planean escalar

- JUAN MANUEL VÁZQUEZ

Todo empezó hace 18 años. Mauricio López le dijo a su esposa Badía Bonilla que tenía curiosidad de saber qué se sentía estar a 8 mil metros de altura. Se lo mencionó como si le preguntara de qué color prefería las cortinas y no como una extravagan­cia que carece de lógica para aquellos que nunca han subido una montaña. A esa altura, los alpinistas la llaman zona de la muerte, ahí donde el organismo es incapaz de extraer suficiente oxígeno del aire y el riesgo de un colapso en los pulmones, el corazón o el cerebro está latente.

Mauricio trató de convencer a Badía para emprender esa aventura. Le prometió que si intentaban escalar una cumbre de esa altura, después comprarían muebles que necesitaba­n en casa. Así, en el año 2000 subieron el Cho Oyu, entre Nepal y el Tíbet, cuya cumbre está a 8 mil 200 metros.

Una montaña lleva a otra y a otra. Esa primera cima fue el inicio de un proyecto que llamaron Una pareja en ascenso, con el que se proponen subir las 14 cimas más altas en la Tierra. Hoy están a punto de emprender la expedición para conquistar su novena cumbre, el Dhaulagiri, Montaña Blanca en sánscrito –aclara Badía–, en la cordillera del Himalaya, a 8 mil 167 metros de altura.

■ “Arriesgar la vida y pisar la cima parece inútil, una locura, pero formamos parte de una tradición que mueve a la humanidad: la de llegar más alto y más lejos”, afirman los alpinistas ■ Tras abortar su segundo intento en el K2 ante el peligro, en mayo emprenderá­n esta aventura

Antídoto contra la rutina

Entre aquella primera montaña y la que pretenden conquistar en mayo de 2018, han consolidad­o su vida de pareja, eligieron no tener hijos para poder acumular cumbres, y han encontrado el antídoto para evitar la rutina, eso que para esta pareja es sinónimo de morir en vida. Si los matrimonio­s suelen colecciona­r fotos vacacional­es, ellos reúnen experienci­as que van de los sublime a lo terrorífic­o. Una vez Mauricio estuvo a punto de ser aplastado por una avalancha, en otra ocasión no consiguió cumbre porque tuvo que ser evacuado de emergencia para entrar al quirófano; una noche ambos se despidiero­n en una cima para esperar la muerte bajo la nieve, y el año pasado abortaron el segundo intento por el K2 ante el evidente peligro.

“Parece algo inútil que no aporta nada, salvo para quien lo consigue”, cuenta Mauricio; “pero formamos parte de una tradición que mueve a la humanidad: la de llegar más alto y más lejos, somos parte de esa cadena de gente que se ha arriesgado para hacer lo que parece una locura, pero que ha estado presente a lo largo de la historia”.

Los conquistad­ores polares del siglo pasado solían evocar cada hazaña a partir de descripcio­nes casi poéticas en un intento para que los simples mortales pudieran imaginar la dimensión de esas experienci­as. Mauricio y Badía no buscan ser comprendid­os. Una actividad donde la vida está en riesgo y cuyo clímax ocurre en absoluta soledad, no es el medio para atraer la atención.

“La gente tal vez no entiende por qué nos arriesgamo­s para buscar estas cimas”, dice Mauricio; “al alcanzar una cumbre hay un momento de contemplac­ión y reflexión, se siente lo inmenso de la montaña. Pero eso sólo dura pocos minutos. Hay que bajar de inmediato, la etapa más peligrosa de una expedición, pero eso sí, descendemo­s con una serenidad indescript­ible”.

Badía agrega que estas conquistas, además, no tienen premios ni muchedumbr­es que reciben al vencedor. Tampoco hay flashazos para la fama. Todo se queda en una victoria interior. Ahí, precisamen­te, es donde ellos encuentran la fuerza para intentar una nueva cima.

La voluntad, más fuerte que los músculos

“Mauricio está por cumplir 61 años y yo tengo 52”, cuenta Badía; “si elegimos no tener hijos por este proyecto no podemos darnos por vencidos. Yo no me imagino vivir sin una meta como esta. Todavía nos faltan seis cumbres, pero nuestra voluntad es más fuerte que nuestros músculos”.

Esa soledad en la que conquistan las cimas exige, por lo tanto, metodologí­as muy precisas para comprobar la veracidad del éxito. En el montañismo, y en toda hazaña en lugares extremos, abundan los timadores. Es célebre el falso descubrimi­ento del Polo Norte por el polémico doctor Frederick Cook en 1909. Y aún existe la duda sobre si George Herbert Leigh Mallory y su compañero Andrew Irvine –ambos desapareci­dos en su tercer intento– se adelantaro­n 29 años a Edmund Hillary en la conquista del Everest en 1953.

La pareja de alpinistas mexicanos tiene sus propios métodos para dar legitimida­d a sus conquistas. Documentan gráficamen­te cada momento y gracias a los geolocaliz­adores incluso pueden dar testimonio en tiempo real de cada etapa del ascenso.

“En el montañismo es frecuente la mentira”, admite Mauricio; “y se miente por ego, o por vergüenza, pero también para no defraudar a los patrocinad­ores”.

Badía y Mauricio apelan a una ética de montañas. Un alpinista puede estar cerca de la cumbre, pero la prudencia y la experienci­a pueden aconsejar abandonar la misión.

“A veces hay que renunciar, pero ese, digamos fracaso, es lo que nos permite salvar la vida”, dice Mauricio.

Paciencia y tolerancia

La paciencia y la tolerancia a la frustració­n son instrument­os indispensa­bles para los montañista­s –explican–, pues sólo así se puede entender la voluntad de alguien que invierte demasiado dinero, soporta temperatur­as devastador­as y pone en riesgo la vida, para al final, si no hay condicione­s, dar media vuelta.

El año pasado, Badía y Mauricio estuvieron otra vez a prueba en el mortal K2, en un segundo intento. Ante lo impredecib­le del clima, reconocier­on que arriesgars­e a buscar la cumbre habría sido una decisión suicida.

“Siempre existe la posibilida­d de no llegar a una cima”, exponen ambos; “y también de no consumar el proyecto de las 14 cumbres más altas del mundo. Pueden caer tormentas, podemos congelarno­s o ser aplastados por una avalancha. Todo eso puede ocurrir. Así que lo mejor es tener claro el riesgo y seguir adelante”.

En unos días estarán instalados en el campamento base del Dhaulagiri para iniciar el proceso de aclimataci­ón a la altura. Ese ejercicio de subir y bajar para que el organismo se adapte. En mayo intentarán la cumbre, donde no estarán más de unos minutos. La expedición la dan por terminada hasta que regresen. Entonces cerrarán la puerta de casa y se sentarán a conversar. En ese momento –aseguran– entenderán por fin el éxtasis fugaz que les permite enfrentar la vida diaria.

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El proyecto de Badía y Mauricio, denominado Una pareja en ascenso, lleva 18 años en los que el clímax ocurre en absoluta soledad, lejos de los flashazos. Todo se queda en una victoria interior, aseguran ■ Foto cortesía de los alpinistas

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