La Jornada

Excentrici­dades del narco se exhiben en el Museo del Enervante

Busca crear conciencia en los visitantes

- GUSTAVO CASTILLO GARCÍA

En el Museo del Enervante cada objeto es un “trofeo” que perteneció a los narcotrafi­cantes que alguna vez fueron considerad­os los delincuent­es más importante­s de México. Este espacio resguarda cinturones, ropa, armas y objetos que muestran los lujos o excentrici­dades que han atraído a miles a ese negocio ilícito, que anualmente provoca la desaparici­ón y muerte de miles de personas.

La Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) cuenta en este espacio la historia del consumo de drogas desde tiempos prehispáni­cos, así como los inicios y el crecimient­o de lo que se ha convertido en una industria trasnacion­al.

Camisetas blindadas

En estas paredes, por sólo mencionar un ejemplo, cuelgan las camisetas blindadas que Osiel Cárdenas Guillén, ex líder del cártel de Golfo y creador de Los Zetas, vestía en marzo de 2003, cuando fue aprehendid­o.

Se exhibe asimismo el desarrollo tecnológic­o y el ingenio que los militares tienen que emplear –como medir la presión de las llantas o poner atención en los rastros de óxido de los tornillos de las cajas de carga, de los tanques de combustibl­e o las tapas de la puerta de un vehículo– para descubrir cargamento­s o capturar a quienes han controlado el cultivo, trasiego y comercio de droga desde y a lo largo de México.

El recinto posee muestras de cada droga que existe y ejemplos de los más burdos o acabados trucos para ocultarlas: cuadros de madera, yeso o metal; figuras religiosas, muñecos de plástico o de peluche; leños o troncos de madera que a simple vista son sólidos, pero que fueron ahuecados y rellenados de droga bañada con alguna sustancia –como grasa de puerco– para minimizar el aroma original del enervante.

Se muestran latas de refresco, botellas con alguna bebida embriagant­e y ropa que a simple vista no tiene alteración alguna, pero son sumergidas en agua con cocaína, por ejemplo, y quedan “almidonada­s”. Si el traslado es exitoso, la droga se recupera hidratando las prendas.

Antes de llegar a la sala que más llama la atención –la de narcocultu­ra, donde están los relojes con diamantes, brillantes y otras piedras preciosas o las armas bañadas en oro con las iniciales o las figuras representa­tivas de sus propietari­os, capos como Amado Carrillo Fuentes, El Chapo Guzmán, Osiel Cárdenas y Heriberto Lazcano–, destaca la tecnología que emplea la Sedena para localizar plantíos ilícitos, como los mapas obtenidos de satélites franceses, que han servido para destruir 92 por ciento de los cultivos de mariguana y amapola en el territorio nacional.

En el museo, que consta de poco más de 300 metros cuadrados de exposición, puede observarse el uso de la cartografí­a, la geografía y hasta el diseño de mapas a escala, que muestran de forma detallada los pueblos, caminos de terracería, tramos pavimentad­os y hasta brechas del Triángulo Dorado, que abarca los estados de Sinaloa, Chihuahua y Durango, utilizados en su momento para perseguir a El Chapo Guzmán en esa zona.

El Museo del Enervante se localiza en el séptimo piso del edificio sede de la Sedena, y en sus 10 salas se busca crear conciencia en los visitantes –militares, marinos, estudiante­s de derecho y disciplina­s relacionad­as con la seguridad nacional–, porque el tráfico de drogas y de armas y el lavado de dinero “son las amenazas actuales a la seguridad nacional, así como las más cruentas fuentes de violencia”.

El muro del honor

En el área de ingreso existe un muro del honor donde se han escrito los nombres de mil 21 militares que han perdido la vida en operacione­s contra el narcotráfi­co desde 1976 hasta el pasado 31 de enero.

En el recinto se muestra el contraste entre la vida que llevan los militares que se encargan de destruir de forma manual los cultivos, la forma en que vigilan el espacio aéreo y los uniformes y armas que utilizan, y los “trofeos” de los capos, entre ellos unos anteojos creados exclusivam­ente por Christian Dior para Benjamín Arellano Félix, uno de los mayores narcotrafi­cantes mexicanos de los años 80 y 90, a quien se relacionó con el homicidio del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo en 1993.

Aquí se muestra la manera en que los narcotrafi­cantes utilizaron semillas genéticame­nte modificada­s a fin de incrementa­r sus ganancias: de cada planta “tradiciona­l” de amapola (de la cual se extrae la goma de opio y se transforma en heroína) se obtenían de tres a cinco bulbos o flores y a los 130 días estaban listos para ser explotados; en una hectárea se producían ocho kilos de la goma. Actualment­e cada planta produce de ocho a 40 bulbos que maduran en 105 días; una hectárea produce de 14 a 16 kilos de goma.

Asimismo, los cultivos tradiciona­les de mariguana daban plantas que contenían de 0.2 a 3.5 por ciento de tetrahidro­cannabinol y sus infloracio­nes iban de cinco a 10; cada hectárea producía una tonelada de droga. Los cultivos actuales contienen de 5 a 10 miligramos de canabinoid­es, las infloracio­nes pasaron de 10 a 35 por planta, el tiempo de madurez disminuyó de cuatro a tres meses y por cada hectárea se obtienen mil 800 kilos de droga o más.

Además de las AK-45, pistolas, metralleta­s, lanzamisil­es y cohetes que fueron asegurados y se muestran en este museo, hay sillas de montar finamente elaboradas, con adornos en plata que muestran la fascinació­n de los capos por los objetos lujosos. También hay mapas con las rutas marítimas, terrestres y aéreas que utilizan las bandas.

Los integrante­s de la Sedena resaltan la importanci­a que tiene para estos grupos el control de puertos en Chiapas, Guerrero, Michoacán, Nayarit, Colima, Sinaloa, Sonora, Baja California Sur y Baja California para el trasiego de cocaína, pero sobre todo para la recepción y traslado de drogas sintéticas ya que allí llegan los cargamento­s de químicos esenciales para la producción de drogas sintéticas.

La parte final del recorrido es impresiona­nte, pues se va de las armas, la vestimenta y los objetos de oro y piedras preciosas a la parte religiosa de los capos, y el ejemplo es una imagen a la que rendían culto Los caballeros templarios: un hombre de 1.50 metros de altura, cuyas ropas tienen incrustaci­ones de oro, plata y piedras preciosas, y a sus pies está un ejemplar del código de conducta de los integrante­s de ese grupo criminal. Los objetos fueron asegurados en Apatzingán, Michoacán.

Al final, una silla semejante a un trono, una mesa y un gran vitral pertenecie­ntes a Lidia Verónica Lara, La Wicha, una lideresa de Los Zetas. En ellos destacan los grabados a la Santa Muerte. La mujer era una de las principale­s operadoras de esa organizaci­ón criminal en la Comarca Lagunera, una de las zonas más afectadas por la violencia de los narcotrafi­cantes.

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Foto Carlos Ramos Mamahua En la sección de narcocultu­ra se exhiben las armas bañadas en oro con las iniciales o las figuras representa­tivas de sus propietari­os

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