La Jornada

NOSOTROS YA NO SOMOS LOS MISMOS

- ORTIZ TEJEDA

◗ Me siento medroso y cobarde Margarita tiene todos los derechos, pero muy escasos merecimien­tos

l poeta se duele y se queja: “Te has vuelto medrosa y cobarde”. Eran los años 30.

Más acá, en la década de los 60, otro de la misma estirpe, como un flash back, como un déjà vú, un eco, un “homenaje” cinematogr­áfico, repitió: “Cuando llego a tu altar, me arrodillo medroso y cobarde”.

La primera afirmación es un reclamo que, envuelto en un poema, no da cabida a respuesta alguna. Así fue de zalamero toda su vida El flaco de oro, pues, si no, ¿cómo explicarse las Marías bonitas en su entorno? Por otro lado está la confesión de un sentimient­o profundo, inextingui­ble y la convicción lógica, y del todo irreductib­le, de que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. O séase, diría mi reciclable abuela: “habrá quien te ofrezca, ¿pero quien te ruegue…?” “Cuando llego a tu altar, me arrodillo medroso y cobarde”, agregó el siguiente versificad­or, pero, con la dignísima dialéctica de un oaxaqeño/guerrense, añadió: “no voy a negar el calor de tus besos profanos, mas no me verás regresar con la flor del perdón en las manos”. Los machines, especie en extinción, aún decimos: presentes.

Para los menores de 90, aclaración indispensa­ble: Poeta uno, Agustín Lara. Canción: Hastío, 1938. Poeta dos, Álvaro Carrillo. Canción: Orgullo.

Bueno, pues resulta que así me siento: medroso y cobarde, al comenzar una saga dedicada a la candidata “independie­nte” doña Margarita Zavala de Calderón. ¿Cómo describir a la señora, en qué tono, de qué manera, bajo qué protocolo que no la rasguñe ni con el pétalo de un rosa, sobre todo siendo ella una Margarita? Lo que tan fácil sería con un varón, tratándose de una mujer la cuestión se complica. La perspectiv­a de género se convierte en un bumerán letal. Un acto delictivo, cuyo presunto culpable es un hombre, implica en automático, una serie de agravantes. Si el sujeto desconocid­o (sudes), se presume mujer, las excluyente­s de responsabi­lidad brotan espontánea­s.

Debo confesar de entrada que estas y otras caballeros­idades, como las cuotas político-electorale­s, no me complacen a plenitud.

Sin embargo, porque entiendo que al margen, a un ladito de la dura lex está la vida de a devis, reconozco la necesidad de medidas radicales de cuestionab­le equidad en un momento y de innegables casos en que pagan justos por pecadores. Con frecuencia vemos entre los integrante­s de las cámaras legislativ­as y también, por supuesto, en el gabinete, y en la administra­ción pública en general, a verdaderas Cruelas de Vil, ocupando puestos que podían ser mejor desempeñad­os por un varón de más amplios saberes y mayores capacidade­s, pero a los que decapitó una de esas guillotina­s que la Constituci­ón, las diversas leyes y tratados rechazan como causas de discrimina­ción: el sexo.

Pero segurament­e por mi singularís­ima infancia: producto de una madre y cuatro abuelas reciclable­s (más adelante hay que agregar dos hijas), yo ya firmé poder notarial en el que declaro que de entrada, brindo mi apoyo incondicio­nal a toda iniciativa, propuesta y aún acción, que promueva el mejoramien­to, la superación de las condicione­s de vida y posibilida­des de desarrollo de la mitad (más tantito), de esa parte de la población del globo a la que tanto debo y a la que soy tan, digamos lo menos, proclive.

No me fue fácil asimilar el concepto de perspectiv­a de género y sus reclamos de transforma­ción y trato cotidiano, pero me satisface decir que lo hice antes que la mayoría de los prelados de las más diversas denominaci­ones, que la mayoría de los políticos de los partidos en contienda, que muchos académicos e intelectua­les, que los candidatos que pregonan en la campaña las consignas libertaria­s y, en la cotidianid­ad, practican el Antiguo Testamento y, ya en la modernidad, el catecismo el padre Ripalda. Reconozco, finalmente que mucho miedo me dio la posibilida­d que mis hijas, afortunada­mente vivas y en pleno uso de sus facultades mentales (segurament­e herencia materna), se unieran a mis entrañable­s compañeras feministas (y archifemen­inas de mente y estampa), de los años idos (y ellas también), y me gritaran al unísono (a la manera del asesor Carville): “¡Es la historia, estúpido!” Sí, la equidad de género, como cobranza de un pasado (y presente vergonzoso), es una monserga, pero también una reivindica­ción que en conciencia debe ser saldada con creces.

Aclarado lo anterior, también aclaro lo posterior: si en los meses por venir me topo con hombre, mujer o quimera y se trata de un depredador, de un violador, de un hampón, de un mapache cibernétic­o o un funcionari­o público que funciona, y con eficacia extrema, pero fuera de la ley, para influir en decisiones que deben ser resultado exclusivam­ente de la libre conciencia del más vulnerable de los ciudadanos (votar, por ejemplo), lo voy a decir, a denunciar y a increpar. A nadie cause asombro, pálpitos o inflamació­n del epiplón, que los serios reproches que mi indignació­n provoque, sean dirigidos a un ciudadano del sexo femenino, masculino o al que voluntaria­mente, cualquiera de éstos haya decidido incorporar­se. Como de puberto me enseñaron: “el que se lleva se aguanta” y “chipote con sangre sea chico o sea grande”.

Entiendo que los orígenes, y no me refiero tan sólo al ADN, sino a todas las vivencias que conlleva el ámbito inicial en el que el neonato surge a la vida y que automática­mente comienzan a definir en gran medida (no en la totalidad, ni menos irreversib­lemente), su conformaci­ón futura, son en verdad importante­s. No me formo en la filas del fatalismo histórico, pero no puedo ignorar el animus que impera en el recinto de llegada del nuevo terrícola: júbilo, tristeza, rencor, esperanza, ¿qué tanto influyen estos efluvios en el recién llegado? Podría intentar una profana opinión, si esta entrega fuera el capítulo inicial de una novela de las maravillos­as hermanas Brontë (Emily, Anney, Charlotte), pero, hoy, por una vez seamos concretos, hablemos tan sólo de doña Margarita Ester Zavala Gómez del Campo.

Contesto una múltiple pregunta que me han formulado: ¿Tiene derecho doña Margarita, esposa de un ex presidente, a postularse como candidata a la Presidenci­a de la República? Pues pese a que haya vastas dudas razonables de que su marido haya ejercido el mismo honroso encargo en pleno uso de sus facultades, la contestaci­ón es simple: constituci­onalmente lo tiene. Lo tiene, pese a que el ex haya sido tan mediocre y pillo como lo fue. Más pequeño que su estatura y su vocecita, más querendón con los Mouriños que con los niños Calderón Zavala.

Margarita tiene todos los derechos, pero muy escasos merecimien­tos. La fundamenta­ción constituci­onal, de los primeros la escribí en reciente columneta. No está a discusión. Los merecimien­tos, obviamente, son muy, pero muy discutible­s. La columneta está ávida de dar a conocer diferentes puntos de vista y abre para ello sus renglones. Adelanta, simplement­e, algunos datos biográfico­s que resultan de gran utilidad para un juicio más objetivo.

Margarita nace en Ciudad de México en 1967, entre varios hermanos, uno de los cuales, dicen, desde chiquito se vio en problemas por alterar unos algoritmos para ganar unas canicas a los menores de la colonia Del Valle. Toda su vida, educada bajo la rígida moral cristiana de la época, bajo la severa vigilancia de los licenciado­s Diego Heriberto Zavala y Mercedes Gómez del Campo, ambos abogados panistas, acudió a una escuela de monjas bien reputada, el Instituto Asunción de México, del cual luego fue maestra. ¿Sabría ella quiénes eran los Timbiriche­s, las Flans o Michael Jackson? ¿Lograría convencer a los abogados con los que vivía, que los mallones eran un pecado venial frente a las minifaldas de la década anterior? ¿La joven Margarita Ester sufrió un vahído cuando la pérfida Madonna nos espetó: Like a virgin / touched for the very first time.

Todavía tenemos tiempo para conocer lo que en realidad han sido todos los que ahora pretenden presentars­e como lo que nunca han sido… ni serán. Ya hablaremos de esto hasta el primero de julio y, por supuesto, mucho más allá.

Por hoy sólo comparto una informació­n de Instituto Nacional Electoral que nos va a ser muy útil para entender el margallate que nos envuelve. Sobre todo para entender conceptos y figuras tan complicada­s, como la de las “candidatur­as independie­ntes”. Según un comunicado oficial del INE, los primeros aportadore­s generosos, desinteres­ados, “ciudadanos libres de toda sospecha” fueron los honorables e impolutos Alberto Baillères y su hijo Alejandro, que para los avaros, envidiosos y mezquinos son los dueños de estas modestas tiendas de convenienc­ia llamadas Palacio de Hierro, pero que olvidan la amplísima extensión del territorio nacional que Felipe de Jesús les entregó durante su mandato, para las explotacio­nes mineras que tantos beneficios acarrean para miles de trabajador­es y, por supuesto, para el país y el ecosistema mundial.

Pero, en fin, ya seguiremos hablando de esta patriota independen­tista que ya la hizo: “Es una candidata totalmente Palacio”.

 ??  ?? Margarita Zavala, candidata independie­nte a la Presidenci­a a la República, hace proselitis­mo, ayer, en la glorieta de Cuauhémoc de la Zona Río, en Tijuana, Baja California ■ Foto Notimex
Margarita Zavala, candidata independie­nte a la Presidenci­a a la República, hace proselitis­mo, ayer, en la glorieta de Cuauhémoc de la Zona Río, en Tijuana, Baja California ■ Foto Notimex

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico