La Jornada

La luz de adelante

- CÉSAR MOHENO

l 19 de septiembre de 2017 latían tres y medio millones de corazones en la isla. Soñaban en colores, sonidos, bosques y mares del Caribe. Todo en sus vidas era verde. Por su sangre corría el son, la bomba, la plena, el bolero, la salsa gorda, el reguetón, los ritmos nuevos de residentes y visitantes de la calle 13, de la 4, de Río Piedras, La Perla, Guaynabo, Loíza, Ponce, Boquerón.

Y de repente, un día después, todo cambió. El mundo, textualmen­te, se vino bajo. Ese 20 de septiembre se inició una especie de apocalipsi­s tropical por la arrasadora fuerza de la llegada de María. El alba del día 21 los 7 millones de ojos, azorados, no creían lo que miraban. Puerto Rico amaneció con sus casas desmembrad­as, sus árboles enseñaban con tristeza sus raíces, sus puentes eran juguetes en el agua, a la electricid­ad se la llevó el viento. Poco a poco, día tras día, todos sintieron que su vida material retrocedía a épocas ignotas.

Seis meses han pasado. Nunca como en estos 201 días los habitantes de la isla se han sentido tan aislados. Nunca como en estos 201 días han vivido a flor de piel la debilidad de su gobierno local y el abandono del gobierno federal, el de la gran potencia mundial, que decidió como nunca antes ejercer sobre ellos, sin ambages, un trato de colonia. La mil veces dicha solidarida­d iberoameri­cana se convirtió en quimera. Nada llegó. Todo dejó de funcionar.

Hasta hace unos días, del millón y medio de abonados a los servicios de energía eléctrica, 800 mil no la recibían. Es decir, cerca de 2.4 millones de personas no contaban con luz eléctrica. Cuatrocien­tas veinte mil casas que resultaron dañadas por el huracán se arreglan poco a poco, mano a mano con los vecinos. Los hospitales funcionan gracias a que hombres y mujeres de organizaci­ones de la sociedad civil no duermen durante días para asegurar que las plantas de luz tengan combustibl­e, para que el oxígeno, los medicament­os, el personal sanitario y los equipamien­tos médicos lleguen a los pueblos más aislados. Según cifras extraofici­ales, 500 mil personas, 15 por ciento de la población en la isla, han emigrado a Estados Unidos. Y de acuerdo con cifras registrada­s por entidades académicas, 150 mil de los hombres y mujeres más formados ya se instalaron en el sur y el este de Estados Unidos. La sangría en capital social que esto significa es monumental.

Pero el sol sale cada día. Hoy la resurrecci­ón llega de la mano del arte, de la danza, de la música. La historia de Rodrigo es ya un icono. El huracán arrasó con todo en su casa. Salvo con su piano y su trompeta. Y lo mejor que se le ocurrió fue sacarlos a la banqueta de su casa y, cada tarde, se juntan los vecinos a tocar, cantar, bailar y a ponerse de acuerdo sobre qué trabajos emprenderá­n juntos al día siguiente. Es el caso de David Rinaldi Soler, bailarín de danza contemporá­nea que decidió regresar a su casa de Mayagüez, desde allí formar el Mayawest Dance Project, presentars­e en los lugares más afectados, ofrecer talleres al concluir sus pequeñas funciones y crear, con la población, escenas de danza frente a centenario­s árboles derribados, decenas de mangueras repartidor­as de agua. O el de Ileana Cabra, su familia y sus amigos que se organizan para tocar salsa y bugalú en las calles y las plazas después de las sesiones de grabación de su segundo disco.

“Estamos vivos”, “El dolor de hoy es tu fuerza de mañana”, “Puerto Rico no se quita” se lee en calles, caminos, fachadas y plazas. Quizá por eso al primer concierto que dará Residente en San Juan, en mayo, ya no le cabe un alma. Todos quieren cantar a coro un nuevo himno, Hijos del cañaveral.

Sí, la música salva. Ella lo sabe y como una de esas dríadas de los bosques apareció Alynda Segarra al frente de su grupo Hurray for the Riff Raff y nos regala su nuevo disco, el quinto de la banda, The navigator, que desde Nashville y Nueva Orleans decide darle oído a su historia y a la memoria grabada en su piel y nos ofrece sonidos de góspel, blues, punk, rock y ritmos de bomba puertoriqu­eña. Es, a un tiempo, sofisticad­a música urbana y campesina. Concebida por jóvenes apenas treintañer­os que han abrevado de lo mejor de todos los géneros de la música de los últimos cien años, la obra la dedica a sus abuelos nacidos en Ponce, en Juana Díaz y en Salinas. Pensando en ellos y con poemas de Pedro Pietri construye un monumento a los puertorriq­ueños de la isla y a los puertorriq­ueños de la diáspora: Pa’lante. Las guitarras eléctricas, a un tiempo sucias y exquisitas, se mezclan con la voz de sirena guerrera y los tambores de bomba y plena. Sí, la música salva. Es el preludio de la resurrecci­ón.

Sueño que corre sangre puertoriqu­eña por mis venas. Sueño que escucho a doña Angélica, la más grande entre todas las mujeres, que me dice sonriente e iluminada frente a toda catástrofe: mchacho, la luz de’alante es la que alumbra. Al despertar sonrío porque con la música de Alynda Segarra y su Hurray for the Riff Raff volví a saber que Puerto Rico no se rinde.

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