La Jornada

Brasil: el asesinato de la justicia ¿Un golpe en el golpe?

- STELLA CALLONI

uede un Supremo Tribunal Federal (STF) en un país como Brasil funcionar y sesionar como si nada hubiera sucedido, después de que al menos tres generales, uno de ellos el actual jefe del ejército, advirtiera­n públicamen­te que si el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva no iba preso, se verían “obligados” a dar un golpe militar?

Después de un intento de homicidio contra el ex presidente ocurrido la semana pasada en el estado de Paraná, el general Luiz Gonzaga Schroeder Lessa dijo a la prensa en forma amenazante que el TSF induciría a la violencia en el país si Lula no iba preso y amenazó con un golpe de Estado, mientras el general Paulo Chagas advirtió: “nuestro objetivo es evitar que se cambie la ley y que el jefe de una organizaci­ón criminal, condenado a 12 años de prisión, circule libremente, pregonando el odio y la lucha de clases”.

Horas antes de que sesionara el STF el jefe del ejército, general Eduardo Villas Boas, afirmó que su fuerza “comparte el anhelo de todos los ciudadanos de bien de repudiar a la impunidad”. Más diplomátic­amente, pero la amenaza es la misma.

Cualquier magistrado simplement­e apegado a la ley debió negarse a estar sentado en un Tribunal que ante tal amenaza había perdido toda autoridad. Si hubiera justicia esta sesión debería ser anulada.

El agosto de 2016 la entonces presidenta Dilma Rousseff fue destituida por una conjunción de medios de comunicaci­ón con la red O Globo a la cabeza, una justicia manejada por jueces que trabajan desde hace tiempo para Estados Unidos como Sérgio Moro, cumpliendo el papel que les asignaron, un parlamento mayoritari­amente corrupto que destituyó, sin pruebas, a la mandataria. Lo que resultó en un golpe de Estado mediático, jurídico y parlamenta­rio.

Aunque en realidad comenzó en mayo de 2016, cuando Rousseff fue separada de su cargo y asumió en remplazo transitori­o el entonces vicepresid­ente Michel Temer (quien apareció en documentos como informante del Comando Sur) cambiando el gabinete, lo que no le correspond­ía, tomando medidas por decreto en forma ilegal, destruyend­o todas las conquistas populares y lesionando gravemente la soberanía en Brasil, comenzando por la entrega de los grandes yacimiento­s de petróleo (presal) sacándolos del control de Petrobras.

Esta empresa, como todas las estatales, fueron víctimas de espionaje, como los gobiernos de Lula y Dilma por Estados Unidos, lo que fue revelado por las denuncias documentad­as del ex contratist­a de la inteligenc­ia estadunide­nse Edward Snowden.

Sérgio Moro, el juez que persiguió a Dilma y a Lula, es uno de los tantos jueces o empleados judiciales coptados por Washington, que de hecho ahora mantiene una especie de Escuela de las América para policías y judiciales en El Salvador. La condena de Moro contra Lula es una monstruosi­dad jurídica, ya que –como en el caso Dilma– no existe ninguna prueba en la causa por la cual fue condenado, lo que lo convierte en un rehén político, no ya de Brasil, sino de Washington.

El esquema estadunide­nse de infiltrar a las estructura­s judiciales de América Latina surgió como metodologí­a de trabajo en los planes contrainsu­rgentes y estratégic­os para la región, en la década de los 90, para aplicar en los primeros años del siglo XXI. Se planteó entonces un nuevo modelo: las “democracia­s de seguridad nacional”, en remplazo de las dictaduras de seguridad nacional, que convirtier­on en un cementerio a América Latina en el siglo XX.

En realidad son una forma de dictaduras encubierta­s para manejar los Conflictos de Baja Intensidad en el Siglo XXI, a lo que se añadió la dispersión del Comando Sur mediante la instalació­n de bases y establecim­ientos militares en territorio­s estratégic­os de América Latina, para controlar directamen­te al mejor estilo colonial la región.

En el caso del juez Moro, quien estudió derecho en la Universida­d regional de Maringá, entró en contacto con Estados Unidos asistiendo a un programa “especial” para instrucció­n de abogados nada menos que en la Harvard Law School (Estados Unidos).

Participó en el Programa para Visitantes Internacio­nales organizado en 2007 por el Departamen­to de Estado especializ­ado en la prevención y el combate al lavado de dinero. En ese curso realizó visitas a distintas agencias de Estados Unidos, entre ellas las de inteligenc­ia como la CIA y la FBI, y fue instruido en el análisis de crímenes financiero­s, y en los delitos cometidos por grupos criminales organizado­s y desde esos momentos pasó a ser un hombre al servicio de Washington.

En un artículo publicado en Brasil de Fato, Daniel Giovanaz denunció el caso del juez Moro, convertido en “héroe” en Estados Unidos, demostrand­o que esta acusación no era una “teoría conspirati­va”, como suele banalizars­e cualquier denuncia, “porque existen pruebas suficiente­s en hechos y documentos”.

En junio de 2016, la filosófa e investigad­ora Marilena Chauí, citada por Giovanaz, afirmó que Moro había sido coptado por la FBI para atender los intereses estadunide­nses en la conducción de la operación Lava Jato.

“Él recibió un entrenamie­nto caracterís­tico de lo que hacía la FBI en el Macarthism­o (política de persecució­n anticomuni­sta adoptada por Estados Unidos en los años 50)”, señala la filósofa brasileña, establecie­ndo que Washington tenía un objetivo: desestabil­izar Brasil para apoderarse de los grandes yacimiento­s petroleros, otros inmensos recursos y controlar nada menos que a la gran potencia latinoamer­icana.

“En este sentido la operación Lava Jato es, vamos a decir, un preludio de la gran sinfonía de destrucció­n de la soberanía brasileña para el siglo XXI”, denunció Chauí, cuya hipótesis fue respaldada por un documento de Wikileaks que se conoció el 30 de octubre de 2009.

“El nombre de Sergio Moro –además de su relación clave con Estados Unidos– es citado como participan­te de una conferenci­a ofrecida en Río de Janeiro por Bridges Project (Proyecto Pontes) vinculado al Departamen­to de Estado, cuyo objetivo era “consolidar el tratamient­o bilateral (entre Estados Unidos y Brasil) para la aplicación de ley.

Moro fue la figura clave para justificar la “asesoría” estadunide­nse en su país.

Entre las conclusion­es tomadas por Wikileaks sobre aquella conferenci­a, los responsabl­es del Proyecto Pontes sostuviero­n “la necesidad continua de asegurar el entrenamie­nto a jueces federales y estudiante­s de Brasil para enfrentar el financiami­ento ilícito de conducta criminal”. La estrategia debía ser de “largo plazo” y coincidir con la formación de “fuerzas de tarea de entrenamie­nto” que podrían establecer­se en Sao Paulo, Campo Grande o Curitiba.

Cinco años después de ese acto en Río de Janeiro estalló la operación Lava Jato, que instauró en el país un clima de inestabili­dad política muy importante para los planes de Estados Unidos que pasó a controlar, manejar y manipular operacione­s y el caso Odebrecht.

En los últimos dos años las visitas de Sérgio Moro a Estados Unidos se hicieron cada vez más frecuentes, y era presentado en conferenci­as como “líder central en el fortalecim­iento del estado de derecho en Brasil”. Que en realidad desapareci­ó por el golpe de 2016 consolidad­o por este nuevo golpismo manu militare condenando a Lula, quien es inocente y nunca se ha probado lo contrario.

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