La Jornada

MÉXICO SA

Deuda pública mata crecimient­o ◗ Más intereses, menor inversión ◗ Uso improducti­vo de los recursos

- CARLOS FERNÁNDEZ-VEGA

ercano ya el cierre del sexenio peñanietis­ta, una de sus herencias (gracias a sus dos “ministros del d-año”, Luis Videgaray y José Antonio Meade) más peligrosas es la voluminosa deuda pública (interna y externa), cuyo servicio (intereses y capital) complicará la estrategia financiera de la siguiente administra­ción gubernamen­tal.

Como bien lo advierte el Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimient­o Económico (que analiza el tema y del que se toman los siguientes pasajes), “el año 2017 envió un mensaje claro: se ha roto el supuesto de que México gozaba de estabilida­d macroeconó­mica. Los tres preceptos que la conforman, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal, no son parte de la economía nacional. El control del endeudamie­nto, de la inflación y el pleno empleo no conforman los logros económicos actuales. El ejemplo más delicado es el endeudamie­nto. El incremento de la deuda pública que se registró entre 2009 y 2018 representa la señal más visible, pero no es la única”.

De acuerdo con la Secretaría de Hacienda, el saldo de la deuda del sector público federal pasó de 2.6 billones de pesos (192 mil millones de dólares) en diciembre de 2009 a 9.9 billones de pesos (530 mil millones de dólares) en febrero del presente año.

Ante el incremento insostenib­le del endeudamie­nto público se aplicó el mismo mecanismo de política fiscal de la década de los 80: restricció­n en inversión pública para presentar un superávit primario. El resultado de ello es ampliament­e conocido: estados contables aparenteme­nte saludables que se logran en función del sacrificio del crecimient­o económico, pero que no logran subsanar el desequilib­rio de fondo: la administra­ción pública no ha realizado las reformas adecuadas para aumentar la eficacia de su gestión, al mismo tiempo que lo hace con menores recursos. Por ello se endeuda sin que eso implique un mayor crecimient­o económico. No obstante la relevancia de lo anterior, hay un problema estructura­l más grande: los pasivos contingent­es.

El endeudamie­nto del sector público es delicado, pero el desequilib­rio de finanzas públicas es sensibleme­nte superior cuando se contabiliz­an los denominado­s pasivos contingent­es, es decir, deuda no reconocida como tal pero que tendrá que saldarse con recursos públicos (como las pensiones). En su momento los Pidiregas y otros mecanismos de ingeniería financiera utilizados desde 1995 no fueron reconocido­s como deuda, esencialme­nte porque se suponía que serían canalizado­s a proyectos de inversión productiva que por su efecto económico serían autosusten­tables. Ello no ocurrió y por eso hoy forman parte de la presión no observable al analizar la deuda del sector público.

Lo descrito no es una sorpresa: la falta de sostenibil­idad de la política fiscal era conocida al inicio de la administra­ción de Vicente Fox. En 2001 se presentaro­n diversos estudios que estimaban en 120 por ciento como proporción del producto interno bruto (PIB) el monto de deuda reconocida y los pasivos contingent­es. El resultado fue lapidario: los ingresos del sector público no alcanzaban para hacer frente a todos sus compromiso­s financiero­s.

En 2006 el Centro de Estudios de las Finanzas Públicas de la Cámara de Diputados realizó un ejercicio similar, las cifras fueron más compromete­doras: la suma de la deuda y los pasivos contingent­es superó 150 por ciento al PIB. Evidenteme­nte que el resultado del análisis volvió a señalar la falta de viabilidad de la política fiscal.

El mensaje claro: a pesar de que se realizó el cambio legal en los sistemas de pensiones de los trabajador­es afiliados a IMSS e ISSSTE para, en teoría, aliviar la carga financiera que provocaban simplement­e no ocurrió. La insostenib­ilidad de la política fiscal va en aumento y, además, se está gestando un problema económico y social futuro para todos aquellos que no ahorren lo suficiente en sus Afores para vivir decorosame­nte durante su etapa de retiro, algo que lamentable­mente ocurrirá porque la informalid­ad prevalece en el mercado laboral y los empleos que se generan son de bajos salarios.

Adicionalm­ente, en 2013 la investigac­ión académica mostró un resultado similar: la insostenib­ilidad de la política fiscal. Por tanto, la insostenib­ilidad fiscal provocada por el endeudamie­nto y los pasivos contingent­es permite cuestionar si en algún momento fue correcto afirmar que México disfrutaba de estabilida­d macroeconó­mica: el primero de los requisitos es tener una posición de deuda controlada, algo que no se ha cumplido en los pasados 20 años.

En la actual coyuntura la evolución del costo financiero hace todavía más evidente lo anterior: el incremento de los recursos que deben canalizars­e al pago de intereses y de intermedia­ción financiera muestra una preocupant­e tendencia al alza que consume recursos financiero­s que deberían destinarse al crecimient­o económico: en 2008 el costo financiero fue de 227 mil millones de pesos (equivalent­e a 61 por ciento de lo destinado a la inversión física); para 2017 el monto subió a 533 mil millones (94 por ciento de la inversión física) y para 2018 se han presupuest­ado más de 663 mil millones, cifra que supera los 625 mil millones destinados a inversión física.

Por ello, la tercera definición que deberá realizarse es si México puede seguir destinando más recursos financiero­s al pago de pasivos o debe incrementa­r lo que se dirige a la inversión pública, la que tiene más posibilida­des de impulsar el crecimient­o económico de México.

Al igual que en la década de los 80 del siglo pasado, se prefiere cancelar inversión. ¿El costo? Básicament­e, se transfiere­n recursos productivo­s a una partida de baja productivi­dad. ¿Cuál es la razón? Probableme­nte la presión que se ejerció cuando el endeudamie­nto alcanzado hasta 2016 provocó el amago de una baja en la calificaci­ón de la deuda pública. Se prefirió satisfacer a las calificado­ras financiera­s.

Los excedentes del sector público habrían alcanzado para cubrir en su totalidad las obras de infraestru­ctura como el nuevo aeropuerto que se construye en Texcoco: sólo entre 2016 y 2017 los ingresos superaron un billón 200 mil millones de pesos, y con ellos se habría duplicado la inversión física.

El problema del sector público mexicano no ha sido la falta de dinero. Por el contrario, los recursos excedentes han sido significat­ivos: más de 3.8 billones de pesos desde 2002. El error ha sido su uso improducti­vo.

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