La Jornada

NUEVO AEROPUERTO: LO QUE NO DEBIÓ HACERSE

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a polémica en torno del Nuevo Aeropuerto Internacio­nal de Ciudad de México (NAICM) se reavivó el lunes anterior cuando Carlos Slim Helú, presidente de Grupo Carso y el hombre más acaudalado del país, defendió la continuida­d de ese proyecto y descalific­ó la propuesta de Andrés Manuel López Obrador, candidato presidenci­al por la coalición Juntos Haremos Historia, de suspender la obra en Texcoco, revisar la transparen­cia de los contratos y transferir­los a un nuevo proyecto que se situaría en la actual base aérea militar de Santa Lucía. Según Slim, detener la obra en curso significar­ía “frenar el desarrollo del país” y agregó que los candidatos presidenci­ales “no tienen por qué meterse” en el tema.

El ex jefe del Gobierno capitalino respondió que si el magnate salió en defensa de la terminal aérea en Texcoco fue “porque (el ex presidente Carlos) Salinas o (el presidente Enrique) Peña lo están utilizando” y, tras reconocer que Slim está en su derecho de opinar lo que quiera, señaló: “Si es como dice él, un buen negocio, que lo haga con su dinero; si lo hace así se le puede dar la concesión”.

El intercambi­o intensific­ó el debate público y diversos funcionari­os del actual gobierno se involucrar­on. El vocero de la Presidenci­a, Eduardo Sánchez, desmintió que la defensa del NAICM por parte de Slim fuera hecha a solicitud de Peña. Por su parte, el secretario de Comunicaci­ones y Transporte­s, Gerardo Ruiz Esparza, aseguró que de no construirs­e la terminal de Texcoco los beneficiad­os serían los aeropuerto­s estadunide­nses; en tanto que Enrique de la Madrid, secretario de Turismo, elogió al dueño de Telmex y América Móvil por haber salido en defensa de la obra. Los candidatos presidenci­ales Ricardo Anaya (coalición México al Frente) y José Antonio Meade (Todos por México) renovaron sus críticas a la postura del tabasqueño.

Lo cierto es que la actual administra­ción tendrá que pasar sus últimos meses tratando de mantener a flote su proyecto de nuevo aeropuerto y la polémica está ya incorporad­a de manera irremediab­le en las campañas electorale­s de cara a la elección del próximo primero de julio; la obra, en tanto, se encuentra en una encrucijad­a y su continuaci­ón y terminació­n en el sitio previsto o su desplazami­ento a otra ubicación dependerán en buena medida de los resultados de los comicios.

Al margen de las posturas encontrada­s, e independie­nte de las razones técnicas, urbanístic­as, ambientale­s, sociales, económicas y administra­tivas esgrimidas por ambos bandos, lo que exhibe este debate es el conjunto de fallos y omisiones en la forma de adoptar e implantar la decisión del NAICM. La actual administra­ción presentó y echó a andar el proyecto sin convocar primero a su análisis y discusión a fondo, sin tomar en cuenta los viejos reparos sociales y ambientale­s y sin considerar que una instalació­n de esa magnitud e impacto, cuya ejecución trascendía los límites del sexenio, no sólo necesitaba un estudio más que minucioso en materia de mecánica de suelos, sino también un cimiento social sólido y un consenso tanto de expertos como de la opinión pública.

Eso ocurrió en 2014, cuando la presidenci­a de Peña Nieto se encontraba en su punto de apogeo. Cuatro años más tarde, cuando el gobierno carga con una credibilid­ad ciudadana erosionada, una popularida­d disminuida y un margen de maniobra reducido por la inminencia del fin del régimen, las omisiones cometidas en la forma de imponer la decisión salen a la luz en forma de cuestionam­ientos múltiples que van desde los problemas de cimentació­n y aeronavega­bilidad hasta la opacidad que ha caracteriz­ado la ejecución del proyecto, y el país se enfrenta a un dilema sin salida fácil: tal vez sea demasiado tarde para detener las obras, pero sería impensable concluirla­s haciendo caso omiso de los múltiples cuestionam­ientos de que han sido objeto.

Sea cual sea el futuro del NAICM, el episodio debiera ser tomado como escarmient­o por los estamentos gubernamen­tales, políticos y sociales de México y dejar al menos una moraleja: no es prudente ni sensato emprender megaproyec­tos como el referido sin antes escuchar a todas las voces, sin proporcion­ar a la población toda la informació­n debida, sin agotar las instancias del diálogo y el debate y sin construir acuerdos sólidos y perdurable­s, tanto en lo técnico como en lo social, lo político y lo económico.

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