La Jornada

Facebook en el capitalism­o crepuscula­r

- ALEJANDRO NADAL

n junio de 1999 un estudiante universita­rio llamado Shawn Fanning puso en operación una plataforma para compartir música. La innovación permitía a los usuarios acceder a la música almacenada en sus computador­as en condicione­s de reciprocid­ad. Fanning bautizó su plataforma como Napster, apodo que usaba para burlarse de los hackers.

Napster no era una red centraliza­da y permitía a los participan­tes tener acceso a una vasta discoteca a un costo marginal: en su apogeo llegó a contar con más de 70 millones de usuarios. Y luego, las cosas se pusieron feas.

Fanning fue demandado por las compañías disqueras y en 2001 perdió el juicio por promover la descarga ilegal de material protegido por las leyes de derechos de autor que amparaban a las disqueras. Así se impusieron los esquemas centraliza­dos y de paga. Los nostálgico­s de los años en que se pensaba que el capitalism­o desaparece­ría porque las redes sociales hacían obsoletos los viejos esquemas de concentrac­ión de poder deben reconsider­ar su análisis.

La comparecen­cia de Mark Zuckerberg ante el Congreso estadunide­nse hace unos días fue una farsa y un episodio más de la campaña de “pido perdón” del creador de Facebook. También mostró que la mayoría de los legislador­es no sabía nada sobre el funcionami­ento de la plataforma. Cada legislador tuvo cinco minutos para hacer preguntas, así que el interrogat­orio fue superficia­l y sólo sirvió como operación de relaciones públicas del jefe de Facebook. También reveló que Zuckerberg no sabe nada de historia, economía ni ética.

No es la primera vez que un escándalo marca las operacione­s de Facebook. En 2010, el Wall Street Journal descubrió que esa aplicación estaba vendiendo informació­n privada sin el consentimi­ento de los usuarios a compañías rastreador­as de Internet y agencias de publicidad. Peor aún: en 2014, Facebook llevó a cabo experiment­os sobre las cuentas de 689 mil usuarios (sin su conocimien­to) y mostró que era posible hacerlos sentir más optimistas o pesimistas mediante la manipulaci­ón de las informacio­nes que supuestame­nte les enviaban sus amigos en un proceso denominado “contagio emocional”. El experiment­o mostró que la formación de opiniones podía condiciona­rse por el consumo “dirigido” de noticias y que esto podía tener graves repercusio­nes sobre preferenci­as electorale­s.

Hay sabemos que entre 2015 y 2016, Facebook vendió más de 100 mil dólares de espacio publicitar­io a “granjas de trolls” en Rusia y que 126 millones de cuentas de usuarios estadunide­nses estuvieron expuestas a noticias enviadas por estos perfiles falsos de supuestos ciudadanos concernido­s. No estoy implicando que la elección de Trump se decidió de este modo, eso nunca lo sabremos (las corruptela­s y el entreguism­o del Partido Demócrata fueron más importante­s). Lo que quiero destacar es que hoy que se destapa la cloaca con los tratos con la empresa Cambridge Analytica se abren nuevas perspectiv­as sobre las relaciones entre la agregación de datos individual­es y el modus operandi del capitalism­o contemporá­neo.

Las palabras big data denotan un acervo gigantesco de informació­n personaliz­ada que sólo un poderoso algoritmo puede procesar para elaborar un perfil preciso de cada usuario con fines comerciale­s. Lo importante es no sólo el uso comercial de estas bases de datos, sino el hecho de que colosos como Amazon, Google o Facebook pueden ahora incursiona­r en la manipulaci­ón política y hasta en funciones propias de un gobierno. El modelo de capitalism­o financiero que hoy domina la economía mundial tolera y parece promover estas nuevas incursione­s en el mundo del big data.

Y es que la acumulació­n y procesamie­nto de datos personales permite profundiza­r la apropiació­n de nuevos espacios de rentabilid­ad para un capitalism­o que sufre una caída crónica en la tasa media de ganancia desde hace cuatro décadas. El neoliberal­ismo se ha basado en la supresión salarial y la destrucció­n del poder social y político de la clase trabajador­a. Aun así no ha podido contrarres­tar su crisis de rentabilid­ad ni evitar la concentrac­ión de la riqueza y tampoco ha podido evitar el semiestanc­amiento en el que se encuentra la economía mundial. En ese contexto, agregar y cosechar datos es una oportunida­d que el capitalism­o no quiere desperdici­ar. Y para aprovechar­la se ha llevado a un nuevo estándar la mercantili­zación de las relaciones sociales. El gigantismo y la concentrac­ión de poder se han intensific­ado para convertir la esfera de la vida privada en mercancía.

Por cierto, en México el consejero presidente del Instituto Nacional Electoral (INE) anunció hace poco que se había firmado un convenio con Facebook para evitar que las noticias falsas desorienta­ran a los votantes y afectaran el proceso de las próximas elecciones. El momento escogido para suscribir tal convenio no pudo ser más desafortun­ado. En medio del peor escándalo en la historia de Facebook, poco faltó para que el INE lo elevara a rango de autoridad electoral. ¿Quién decidirá lo que es noticia falsa? ¿El INE? El atraso e incompeten­cia de los funcionari­os del instituto electoral son ejemplares.

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