La Jornada

Debates, un tortuoso camino recorrido en más de dos décadas

Se cumplen casi 24 años de historia de la confrontac­ión de propuestas

- ALONSO URRUTIA Y GEORGINA SALDIERNA

La realizació­n de debates en México, hasta 2012, estuvo marcada por largas y tortuosas conversaci­ones que incluyeron desde los más mínimos detalles en las tomas televisiva­s o las dimensione­s de los atriles, hasta el veto a la participac­ión de contendien­tes. Un cíclico tour de force entre representa­ntes para anular los flancos débiles y reducir riesgos que comprometi­eran la elección.

Sus modalidade­s han pasado desde el sobrio intercambi­o epistolar entre Luis Donaldo Colosio y Cuauhtémoc Cárdenas encaminado a pactar un insólito debate público hasta el desenlace de las largas negociacio­nes entre viandas y tragos en un lujoso restaurant­e para lograr consenso ante el punto más espinoso del primer debate presidenci­al de 2006: la silla vacía. Sería un desenlace que accedía a las presiones de la Secretaría de Gobernació­n para evidenciar la ausencia de Andrés Manuel López Obrador.

Casi 24 años de historia de negociacio­nes que iniciaron con procedimie­ntos muy distantes de la institucio­nalidad de ahora, con formatos acordados en el seno de una comisión especial de Debates del Instituto Nacional Electoral, con sesiones formales y órdenes del día para lograr un consenso paso a paso hacia la ruptura del rígido formato que prevaleció durante cuatro comicios presidenci­ales entre 1994 y 2012.

Se cuentan, casi como leyendas, las anécdotas que rodearon la histórica negociació­n del primer debate presidenci­al en México. Concluido el rito sexenal del destape priísta, el malogrado Luis Donaldo Colosio recibía una misiva de quien para entonces era la principal figura opositora.

Cárdenas lo convocaba a confrontar públicamen­te sus proyectos de nación. Los empeños renovadore­s de Colosio lo llevarían a ofrecer en su discurso de toma de protesta: “creer en la democracia es respetar las reglas, es alentar el debate (….) Invitaré a los candidatos de otros partidos a un amplio debate que confronte ideas”.

El intercambi­o epistolar continuó hasta pactar encuentros entre sus representa­ntes para acordar un debate al que Colosio ya no llegaría. Ejecutado en Lomas Taurinas, heredó las negociacio­nes en el que ni el partido Revolucion­ario Institucio­nal (PRI) ni el de la Revolución Democrátic­a (PRD) serían beneficiar­ios. La irrupción del panista Diego Fernández de Cevallos para exigir su inclusión, sería el primer paso para convertirs­e en ganador del encuentro.

La nula injerencia que había tenido la autoridad electoral en la organizaci­ón, entonces en manos de los protagonis­tas, se repitió en 2000, año de la transición que exigía preservar la discusión pública.

La anuencia del PRI ante la inevitabil­idad del debate en tiempos de transición, desembocó en que los propios candidatos se involucrar­an en las negociacio­nes cuyo clímax llegaría en la casa de campaña de Cárdenas, ante la presencia de decenas de medios de comunicaci­ón. En un acalorado encuentro, Cárdenas, Vicente Fox y Francisco Labastida dirimieron públicamen­te los tiempos del debate.

Un encuentro que exhibiría la obcecación de Fox: “hoy, hoy, hoy”, como respuesta ante las propuestas para pactar la fecha del debate. Sólo el ingenio de los publicista­s del ex gerente de la Coca Cola transforma­rían el escarnio que desató en un anuncio de campaña.

Finalmente, hasta 2006 la autoridad electoral se involucró en la organizaci­ón. Aún con carácter voluntario, se acordó la realizació­n de dos debates, pero concretarl­os implicó largas negociacio­nes entre partidos y consejeros electorale­s. Encuentros en el que participab­an, entre otros, Josefina Vázquez Mota y Juan Molinar, por el Partido Acción Nacional (PAN), de estrecha relación personal con Arturo Sánchez, uno de los consejeros que conducía la negociació­n por el Instituto Federal Electoral.

Interminab­les encuentros que postergaba­n detalles espinosos, entre ellos, el afán panista por exhibir a López Obrador mediante un espacio vacío. Era una propuesta que dividía a los consejeros del IFE cuya mayoría rechazaba su instrument­ación.

Fue hasta el último encuentro, en un lujoso restaurant­e donde –cuentan los asistentes– el representa­nte del PRD, Jesús Ortega, daría su anuencia a incluir la silla. Las veladas presiones gubernamen­tales surtirían efecto.

Conforme los debates se fueron consolidan­do como actos de grandes expectativ­as en las campañas, las negociacio­nes llegaron hasta lo absurdo en 2012: las dimensione­s de los atriles, los apoyos permitidos para los candidatos; las proscripci­ones de respaldos tecnológic­os; el uso de gráficos, etcétera.

Ningún detalle podía dejarse al arbitrio del moderador o a un imponderab­le que pudiera cambiar el rumbo de la elección. Los empeños del IFE por romper la rigidez chocaron con los intereses de los candidatos que para entonces aún dominaban el rumbo de las negociacio­nes, con capacidad de vetar aspectos que les fueran adversos.

Tras la experienci­a del primer debate, las pretension­es de romper con el acartonami­ento en el segundo encuentro mediante una mayor libertad del moderador fue abortada la víspera de su realizació­n. A iniciativa del PRI, con el aval del consejero que presidía las negociacio­nes por el IFE, Sergio García Ramírez, se reventó esa posibilida­d. Nada fuera de control.

Aunque bajo canales diferentes que hacen pasar los principale­s acuerdos por el Consejo General del INE, a cinco días del primer debate presidenci­al, los detalles aún se negocian.

Al inicio, la organizaci­ón estuvo en manos de los participan­tes

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