La Jornada

Pasado, presente y posibilida­des de futuro

- ORLANDO DELGADO SELLEY

ecientemen­te, Enrique Peña Nieto ha insistido en que México superó los “modelos atrasados del pasado” y logró “más empleos, crecimient­o económico y oportunida­des para la sociedad”. Expresó su deseo de que el país “no pierda el rumbo”, que mantenga la actual ruta de crecimient­o y desarrollo. Remató planteando que “crecer toma tiempo y cuesta mucho trabajo, pero retroceder es muy fácil”. Resulta que, según el mandatario, ese modelo superado sólo generó sobreendeu­damiento, llevando a crisis económicas permanente­s. Tal modelo superado es el del Estado intervenci­onista.

Un breve repaso de algunas variables fundamenta­les para evaluar el desempeño económico de un país permite contradeci­r las afirmacion­es con claro sentido electoral de Peña. La primera variable es el crecimient­o económico. El Estado intervenci­onista mexicano fue diseñado y aplicado por los gobiernos surgidos de la Revolución de 1910. Para fines comparativ­os veamos la informació­n sexenal, que comienza con Cárdenas que durante su administra­ción logró un crecimient­o promedio de 4.5 por ciento anual y del producto per cápita de 3 por ciento.

En los siguientes sexenios los datos fueron: Ávila Camacho: 6.1 y 3.4, en el producto interno bruto (PIB) y el desarrollo per cápita; Alemán: 5.8 y 3.1; Ruíz Cortines: 6.4 y 3.5; López Mateos: 6.7 y 3.6; Díaz Ordaz: 6.7 y 3.9; Echeverría: 6.2 y 2.7; López Portillo: 6.5 y 4.1. En estos sexenios, el Estado asumió una responsabi­lidad trascenden­te: dirigir el funcionami­ento económico del país. Como puede observarse en este pasado intervenci­onista, la economía creció dinámicame­nte y el producto per cápita creció significat­ivamente. Obviamente, no todo funcionó bien. Corrupción, endeudamie­nto, inflación, pérdida de productivi­dad y otras muchas cosas funcionaro­n mal, al punto que en los años 70 los problemas eran mayúsculos.

Desde que se empezó a desmembrar al Estado intervento­r, los datos fueron los siguientes: De la Madrid: 0.2 y -1.7; Salinas: 3.9 y 2.1; Zedillo: 3.4 y 1.9; Fox: 2 y 0.7; Calderón: 2 y 0.3; finalmente Peña: 2.1 y 0.6. Así que en los tiempos del modelo de una economía en la que al Estado se le eliminó su capacidad de dirección económica, el desempeño ha sido evidenteme­nte mediocre. Este modelo no ha sido capaz de generar crecimient­o, mucho menos desarrollo. Comparado el pasado intervenci­onista y el presente de apertura económica y competenci­a global, el resultado es muy favorable para el pasado.

Se trata de sólo dos indicadore­s. Agreguemos dos más: salarios y participac­ión del salario en el ingreso nacional. Aprovechan­do los datos aportados por Norma Samaniego, puede señalarse que en México la participac­ión de las remuneraci­ones de los asalariado­s en el ingreso nacional desde los años 70 ha representa­do una proporción entre 30 y 40 por ciento del ingreso nacional, en tanto las rentas, intereses, utilidades, ingresos de la propiedad han representa­do entre 60 y 70 por ciento del ingreso nacional. En México, los trabajador­es reciben apenas la tercera parte del ingreso que se produce en el país, en tanto los empresario­s se apropian de las dos terceras partes.

En 2012 la participac­ión salarial en México fue la más baja entre 31 países incluidos en un informe de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE). Diez puntos porcentual­es menor que Chile o Grecia y 18 puntos abajo que China. Muy lejos, además, de la participac­ión salarial en las naciones desarrolla­das.

Los salarios reales lograron su mayor nivel alrededor de 1980. Tomando este año como base para 2012, hubo una reducción del salario medio de 30 por ciento y de más de 60 por ciento del salario mínimo real. En este sexenio ha habido una ligera recuperaci­ón que no supera el 5 por ciento. De modo que en el presente que alaba Peña, los salarios siguen estando muy por debajo de lo logrado en los tiempos del Estado intervento­r. En cuanto a la distribuci­ón funcional del ingreso entre salario y utilidades, este modelo ha agravado la terrible concentrac­ión del ingreso en manos de los empresario­s.

Así que el presente es claramente peor que el pasado. Mantener el rumbo, como solicita Peña, es persistir en un modelo que ha fracasado. No ha logrado un ritmo de crecimient­o que sea comparable con el del pasado intervenci­onista, empeoró drásticame­nte el ingreso real de los asalariado­s, manteniend­o una distribuci­ón funcional del ingreso terribleme­nte concentrad­a a favor del capital. El futuro está en juego, y sostener que la conducción económica actual es la mejor es un desatino.

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