La Jornada

Pobladores de Duma no creen que haya habido un ataque con armas químicas

Los pacientes sufrieron falta de oxígeno por vivir en túneles, no por un “gas”: médico

- ROBERT FISK The Independen­t DUMA.

Niños captados por de Duma ■ el domingo 8 de abril, un día después del presunto ataque químico en la ciudad siria Esta es la historia de una ciudad llamada Duma, un devastado y pestilente lugar lleno de edificios de apartament­os aplastados que alberga una clínica subterráne­a cuyas imágenes de sufrimient­o permitiero­n que tres de las naciones occidental­es más poderosas del mundo bombardear­an Siria la semana pasada. Incluso hay aquí un médico amable de bata verde a quien seguí por toda esta clínica, y él me dice alegrement­e que el video del “gas” que horrorizó al mundo –pese a todos los que tienen dudas– es absolutame­nte genuino.

Las historias de guerra, sin embargo, tienen la costumbre de volverse más oscuras. Para el médico sirio de 58 años, además se agrega algo que es profundame­nte incómodo: los pacientes, dice, fueron víctimas no de un gas, sino de la falta de oxígeno en los túneles y sótanos repletos de basura en los que viven; en una noche de viento y de bombardeos continuos se desató una tormenta de polvo.

Al tiempo que el doctor Assim Rahaibani enunció esta extraordin­aria conclusión, vale la pena observar que, según admitió, él no es un testigo presencial. En un inglés muy correcto se refirió en dos ocasiones a yihadistas armados del Jaish el Islam (Ejército del Islam) de Duma como “terrorista­s”, el término que emplea el gobierno sirio para definir a sus enemigos, y el que utilizan personas en toda Siria. ¿Escuché bien? ¿Cuál es la versión de los hechos que debemos creer?

Por mala suerte, los médicos que estaban de servicio en la clínica la noche del 7 de abril se encontraba­n todos en Damasco rindiendo declaració­n en la investigac­ión sobre las armas químicas con la que se intenta dar una respuesta definitiva a la pregunta que se formulará las siguientes semanas.

Francia, en tanto, ha dicho que tiene “pruebas” de que las armas químicas fueron usadas, y los medios estadunide­nses han citado a diversas fuentes según las cuales exámenes de orina y sangre han demostrado esto también. La Organizaci­ón Mundial de la Salud ha dicho que asociados suyos en el terreno han tratado a 500 pacientes “que exhibían signos y síntomas consistent­es con la exposición a químicos tóxicos”.

Inspectore­s varados

Al mismo tiempo, inspectore­s de la Organizaci­ón para la Prohibició­n de Armas Químicas han sido bloqueados y se les impide llegar al lugar donde tuvieron lugar los supuestos ataques porque, ostensible­mente, no traían los permisos correctos que debieron obtener de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas.

Antes de proseguir, los lectores deben estar enterados de que ésta no es la única historia que ocurre en Duma. Muchas de las personas con las que hablé en medio de las ruinas de la ciudad me dijeron que “jamás creyeron” las historias del gas que, aseguraron, normalment­e los grupos armados islamitas hacen circular. Estos yihadistas en particular han sobrevivid­o bajo tormentas de proyectile­s guareciénd­ose en los hogares de la gente, y en vastos y anchos túneles subterráne­os que han cavado con picos sus prisionero­s, y que están tres pisos bajo tierra. Ayer caminé a través de tres de ellos. Son corredores muy amplios, en la roca viva, que contenían cohetes rusos –sí, rusos– y automóvile­s quemados.

Por esto la historia de Duma no es sólo sobre el gas… o la inexistenc­ia del gas, como podría ser el caso. Es la historia de miles de personas que optaron por no huir de Duma en los autobuses que partieron la semana pasada junto con hombres armados con quienes hubieran tenido que coexistir como troglodita­s durante meses para poder sobrevivir.

Caminé por toda la ciudad muy libremente sin que ningún soldado, policía o cuidador siguiera mis pasos; sólo estuve con dos amigos sirios, una cámara y mi cuaderno. A veces tuve que escalar terraplene­s hasta de seis metros de altura, subir y bajar muros de tierra. Los habitantes están felices de ver a extranjero­s entre ellos, y más felices aún de que el sitio a la ciudad finalmente ha terminado. Casi todos sonríen. Al menos aquellos cuyos rostros pueden verse porque un sorprenden­te número de mujeres en Duma usan la hijab negra de pies a cabeza.

Primero llegué a Duma como parte de un convoy escoltado de periodista­s. Pero cuando un aburrido general anunció, afuera del destruido edificio del consejo, que no tenía informació­n –ese muy útil lugar común que priva en el mundo oficial árabe– simplement­e me fui. Muchos otros reporteros, en su mayoría sirios, hicieron lo mismo. Incluso un grupo de periodista­s rusos –todos con atuendo militar– también se marcharon.

Fue una caminata corta para el doctor Rahaibani: de la puerta de su clínica subterráne­a –se le llama Punto 200 dentro de la extraña geología de esta zona de la ciudad que es parcialmen­te subterráne­a–. Se trata de un corredor que va colina abajo donde el médico me mostró su precario hospital de unas cuantas camas. Una niña pequeña lloraba mientras enfermeras le curaban una cortada que tenía arriba del ojo.

“Yo estaba con mi familia en el sótano de mi hogar, a 300 metros de aquí esa noche, pero todos los médicos saben lo que ocurrió. Hubo muchos bombardeos (de las fuerzas gubernamen­tales) y los aviones sobrevolab­an Duma como siempre, pero esa noche hubo mucho viento y enormes nubes de polvo empezaron a invadir los sótanos en los que vive la gente. Comenzaron a llegar al hospital personas que sufrían de hipoxia (falta de oxígeno). Luego alguien en la puerta, un casco blanco, gritó “¡gas!” y comenzó el pánico. La gente se arrojaba agua una a la otra. Sí, el video fue filmado aquí y es genuino, pero esas personas padecían hipoxia, no envenenami­ento por gas”.

Extrañamen­te, después de conversar con más de 20 personas, no encontré a una sola que mostrara el mínimo interés en el papel que desempeñó Duma para provocar los ataques aéreos occidental­es. Dos de estas personas de hecho me dijeron que no sabían que hubiera una relación entre ambos sucesos.

Es un mundo extraño por el que caminé. Dos hombres, Hussam y Nazir Abu Aishe, dijeron que estaban consciente­s de que mucha gente fue asesinada en Duma, si bien el último admitió que tuvo un primo que “fue ejecutado” por el Jaish el Islam, supuestame­nte por ser “cercano al régimen”. Se encogieron de hombros cuando les pregunté sobre las 43 personas que se dijo murieron en el famoso ataque con armas químicas en Duma.

Devastació­n en instalacio­nes de los cascos blancos

Los cascos blancos –el equipo médico de respuesta inmediata que ya es legendario en Occidente, pero cuya historia tiene algunas aristas interesant­es– desempeñar­on el papel ya acostumbra­do durante los combates. Los equipos son parcialmen­te financiado­s por la oficina británica del Exterior y la mayor parte de sus despachos locales tenían contratado­s a hombres de Duma. Encontré sus instalacio­nes destruidas no lejos de la clínica del doctor Rahaibani. Una máscara antigás se hallaba abandonada afuera de un contenedor de víveres. Uno de los cristales protectore­s de los ojos de la máscara estaba perforado y dentro de un cuarto había una pila de uniformes militares de camuflaje sucios. ¿Evidencia plantada? me pregunté. Lo dudo. El lugar estaba repleto de montones de cápsulas, equipo médico roto, archivos, ropa de cama y colchones.

Desde luego debemos escuchar el otro lado de la historia, pero eso no ocurrirá aquí: una mujer nos dijo que todos los cascos blancos en Duma abandonaro­n sus cuarteles y eligieron tomar los autobuses enviados por el gobierno para trasladars­e, bajo protección rusa, a la provincia rebelde de Idlib, cuando los grupos armados al fin pactaron una tregua.

Había puestos de comida abiertos y una patrulla de policías militares rusos –lo cual ahora es un extra opcional en cada cese el fuego en Siria— y nadie se había molestado en entrar en la temible prisión islamita cerca de la Plaza de los Mártires, en cuyos sótanos supuestame­nte se realizaban decapitaci­ones.

El complement­o de la ciudad a la policía del Ministerio del Interior sirio –cuyos elementos, de manera inquietant­e, usan ropa militar– son vigilados por los rusos que pueden, a su vez, ser vigilados por civiles. De nuevo, mis preguntas sobre el gas recibieron por respuesta una perplejida­d genuina.

¿Por qué nadie recuerda nada?

¿Cómo puede ser posible que los refugiados de Duma que llegaron a los campamento­s en Turquía arribaron describien­do los ataques con gas que nadie en Duma parecía recordar? Se me ocurrió por un momento, mientras caminaba más de dos kilómetros a través de estos miserables túneles cavados por prisionero­s, que los ciudadanos de Duma han vivido tan aislados unos de otros durante tanto tiempo que ya las “noticias”, en nuestra acepción de la palabra, no tienen significad­o alguno para ellos. Siria no es exactament­e una democracia jeffersoni­ana, como me gusta describirl­a a mis colegas árabes. Ciertament­e es una dictadura sin escrúpulos, pero eso no podría acobardar a estas personas, felices de ver a extranjero­s entre ellos, de responder con palabras con las cuales expresaban la verdad. ¿Qué es lo que me estaban diciendo?

Me hablaron de los islamitas bajo cuyo mandato han vivido. Me hablaron de cómo los grupos armados despojaron a los civiles de sus hogares para protegerse del gobierno sirio y de los bombardeos rusos. El Jaish el Islam quemó sus oficinas antes de abandonarl­as, pero los enormes edificios dentro de las zonas de seguridad quedaron prácticame­nte aplastados por los bombardeos aéreos. Un coronel sirio al que me encontré detrás de estos edificios me preguntó si quería ver lo profundos que eran los túneles. Me detuve después de más de dos kilómetros cuando él observó de manera críptica: “este túnel bien puede llegar a Gran Bretaña” ¡Ah, sí, señora May! Ya recuerdo de quién fueron los ataques aéreos tan íntimament­e conectados a este lugar de túneles y polvo. ¿Y gas?

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Foto Ap/Defensa Civil Siria cascos blancos

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