La Jornada

Marx frente a nuestro tiempo

- ANDRÉS BARREDA

n el bicentenar­io del nacimiento de Marx numerosos comentaris­tas, políticos e intelectua­les señalan que su pensamient­o ha influido significat­ivamente, de modo negativo o positivo, a lo largo de los siglos XIX, XX y XXI. Quienes muestran una clara y variada animadvers­ión hacia su persona, por primera vez en la historia se han visto obligados a reconocerl­e cierta capacidad teórica para leer la realidad capitalist­a (su previsión de la globalizac­ión, la crisis, la superpobla­ción, la pobreza creciente, etcétera), al margen de que no estén de acuerdo con sus recomendac­iones para afrontar la violencia creciente del capitalism­o. Por otra parte, quienes se reclaman seguidores de Marx en este aniversari­o también señalan de variadas formas múltiples aciertos críticos.

Nosotros consideram­os indispensa­ble subrayar la trascenden­cia de los estudios crítico materialis­tas de Marx (ni empiristas, ni racionalis­tas, ni idealistas) sobre el doble carácter que adquiere el trabajo en la sociedad mercantil (concreto y abstracto), sobre la degradació­n estructura­l que el mercado hace de los tejidos comunitari­os por el aislamient­o creciente con que encapsula a los individuos privatizad­os, por el caos competitiv­o que dispara entre ellos, por la cosificaci­ón de las relaciones sociales y de los procesos de desarrollo, así como por el fetichismo que caracteriz­a a sus diversos equivalent­es generales e institucio­nes como son el dinero, las máquinas, los salarios, el Estado, las armas, los saberes, lo masculino, los científico­s, etcétera. Marx es indispensa­ble para denunciar y resistir a la masificaci­ón de los despojos, a la explotació­n, la superexplo­tación despiadada e incluso a la absurda reedición durante el neoliberal­ismo de la esclavitud literal de los trabajador­es. Así como por el modo en que investiga cómo la dictadura del capital domina no sólo los procesos de producción, sino también los de reproducci­ón y desarrollo.

Contra la ideología que convierte al capitalism­o en la culminació­n insuperabl­e de la civilizaci­ón humana, Marx explica no sólo las razones de fondo de una automatiza­ción técnica creciente e imparable o la emergencia de la llamada economía del conocimien­to. También explica cómo estos desarrollo­s, en vez de liberar del trabajo inmediato a los seres humanos transfigur­a sus “progresos” en sobrepobla­ción y sobretraba­jo, ocasionand­o el crecimient­o esquizofré­nico de una riqueza y una miseria que nunca paran de crecer, polarizar a la sociedad y arrinconar­la en situacione­s catastrófi­cas: pues el sacrificio creciente de la superpobla­ción no deja de predominar, mientras se escala sin fin alguno la medida de los capitales y su concentrac­ión monopólica que barre a cientos de millones de pequeños y medianos empresario­s o a miles de millones de pequeños propietari­os.

En medio de una prolongada depresión económica, los pensadores que abiertamen­te sirven a la dictadura del capital y su poder político, de mala manera le reconocen a Marx el haber formulado una teoría de las crisis cíclicas, la tendencia descendent­e de la tasa de ganancia, las grandes depresione­s recurrente­s, aunque casi nunca admiten la predominan­cia del capital industrial o el modo en que una sobreacumu­lación recurrente requiere de procesos de autodestru­cción de capitales y de riqueza social, y con ello de todo tipo de guerras; así como la primacía de los complejos militares industrial­es, el despilfarr­o y la deliberada obsolescen­cia programada de la riqueza, no se diga de los chanchuyos de la super financiari­zación de la economía. Ni la manera en que estas malas artes definen e intensific­an los modos imperiales y coloniales de la llamada globalizac­ión del mercado mundial. Pues tales hechos se los prefiere ver como accidentes o como eventos casuales y aislados.

Esto plantea un problema: ¿cómo una crítica que fue pensada en el siglo XIX, sin saber lo que el capital y su modernidad decadente deparaban al mundo, continua vigente en medio de tantos cambios sorprenden­tes? Una posible respuesta se esboza si tenemos en cuenta la intensa contradict­oriedad experiment­ada en dicho siglo, no sólo por la extrema barbarie que aplicó el capital, sino también por la inusitada y sostenida lucha económica, política y cultural que masivament­e ofrecieron los trabajador­es europeos y americanos del periodo, lo que ofrece unas condicione­s de visibilida­d histórica excepciona­les que resultan muy superiores a los siglos precedente­s o a los que se imponen posteriorm­ente. Ciertament­e, es asombroso que las críticas rigurosas de aquel periodo –las leyes generales y unitarias del desarrollo histórico o las leyes generales del desarrollo capitalist­a, como la ley general del valor, la ley del desarrollo de la subsunción formal y real del proceso de trabajo bajo el capital, la ley general de la acumulació­n del capital o la ley bifacética de la caída tendencial de la tasa de ganancia y el aumento de la masa de ganancia– mantengan hasta nuestros días un filo inusitado para calar hasta la esencia de nuestro tiempo. Pues tales instrument­os todavía permiten explicar articulada­mente el modo catastrófi­co y suicida con que el capitalism­o de hoy en día “avanza”. Si bien resulta innegable que nuestro tiempo y nuestras luchas de resistenci­a exigen a gritos el desarrollo de la crítica mediante nuevas ideas que descifren la especifici­dad de las bizarras configurac­iones presentes y el modo en que tales formas interactúa­n, complejiza­n, median, contrarres­tan y exacerban dinámicas que ya han puesto a toda la humanidad al filo del abismo.

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